Presupuesto: 6 €. Prácticas artísticas y precariedad es la nueva exposición del espacio Off Limits en Madrid. Comisariada por Helena Cabello y Ana Carceller, la muestra pretende ser una denuncia del estado en el que viven los artistas actualmente. De ahí que, de forma irónica, el único requisito de la convocatoria haya sido el presupuesto limitado a la suma de 6 euros. La intención, claro está, no es demostrar que el arte pueda ser producido a precio de saldo; el arte del siglo XX está hecho de obras y pequeños gestos (e incluso gestas) cuyo presupuesto, en muchas ocasiones, ha sido mínimo (pensemos en el arte povera o en el arte de acción). El objetivo es crear un debate en torno a un tema, siempre patente, pero continuamente obviado: las condiciones, a veces miserables, en las que el artista produce su trabajo.
Entre las 31 obras seleccionadas llama la atención la de Sécolectivoforzoso, nombre muy apropiado para la ocasión, quienes quedan en una cafetería con el artista Isidoro Valcárcel Medina para aludir a la propuesta que éste hiciera al Reina Sofía hace unos años: realizar una exposición con 1.000 pesetas (6 euros de la época), la idea fue rechazada por el museo por ser demasiado barata. La artista Nuria Güel alquila el espacio que se le ha concedido en Off Limits para cubrir sus gastos básicos durante el mes que dura la exposición. Ángela Cuadra construye en la pared con monedas de 1 céntimo la frase «Todo lo sólido se desvanece en el aire». Triste realidad la de la instalación sonora de Anna Raimondo ¿Cómo explicar a mi madre que lo qué hago sirve de algo?; y mordaz es la obra de Alejandra Valero, compuesta de los proyectos rechazados y no ejecutados, de las becas a las que se ha ido presentando.
Que la vida ha entrado en un proceso de precarización es algo evidente, es cada vez más inestable para la mayoría de los mortales sin hablar necesariamente de economía. Nos referimos a una precarización de las relaciones humanas, del trabajo, de los valores, del pensamiento, del arte y de nuestras perspectivas de futuro (sencillamente, no tenemos visión de futuro). Y esto se agrava si nos referimos a los artistas, y no sólo a ellos, sino a todos aquellos productores culturales implicados (o más bien fuera, o al margen) en el sistema del arte: historiadores, críticos, comisarios…
En una sociedad donde prima el valor económico lo que diferencia a los incluidos de los excluidos es el trabajo: si producen o no. El problema estriba en el no-reconocimiento de lo que Maurizio Lazzarato y Antonio Negri denominaron «trabajo inmaterial»: es decir, producción de sentido, deseo o significado. Mientras sigamos teniendo una concepción romántica del artista, como ser iluminado y aislado de la vida cotidiana, y manteniendo una visión de trabajo en el que es el tiempo el que se vende, el problema parece tener difícil solución. El artista es un trabajador más que vive en sociedad y sus resultados deben ser reconocidos en su justa medida como el productor de cultura y arte que es. Abierto el debate, sólo queda esperar que se extienda a otras iniciativas como ésta y otros foros de discusión, hasta que se entienda que es preciso valorar económicamente lo que se disfruta como valor de uso y de cambio.