Vista de la exposición. Cortesía: MACBA
En unas de las imágenes más célebres de Ciudadano Kane, Orson Welles nos enseñó que la peor vida que se le puede dar a un objeto de arte es hacerlo “eterno” en el interior de una caja de pino. Tal vez por eso los almacenes de los museos y las casas de algunos coleccionistas nos recuerdan a cementerios… Esa sensación se refuerza aún más cuando comprobamos que –se diga lo que se diga– en la esfera estatalista o institucional sigue primando la idea de museo como “máquina de hacer patrimonio”. Y, en el ámbito privado, la idea de colección se sigue asociando –antes que nada– con el deseo de realizar una buena inversión mercantil.
Sin embargo, se quiera o no, las cosas son susceptibles a los cambios. Sobre todo si tenemos en cuenta que la característica más común de todas las crisis profundas se encuentra en su propia capacidad de remover –e incluso destruir– los valores que se creían aceptados. De ahí que la doctrina del pensamiento positivo insista tanto en la farse «una crisis es un oportunidad». Mientras que el realismo pragmático prefiere curarse en salud afirmando que «nada vuelve a ser como antes».
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