Giulia Cenci. “A través”. June Crespo. “Ser dos”.
“Siempre me he identificado con la descripción que hace Lévi Strauss del bricoleur en El Pensamiento Salvaje”, dejó caer June Crespo (Pamplona, 1982) en una reciente conversación con Marc Navarro. Se trata de hablar “por medio de las cosas”, y es importante que añada esta artista que se trata de proyectos nunca logrados por entero. Ese es su mérito. Su escultura no ofrece unas soluciones definitivas sino un “estar en ello” enormemente instructivo. Su exposición en Carreras Múgica es tan ambiciosa y convincente como humilde. La primera impresión es la de adentrarnos en un edificio en obras, pero después caeremos en la cuenta de que ese edificio es posible que no sea otra cosa que el lenguaje. Los libros, las páginas amarillas, se utilizan aquí como solemos utilizarlos tantas veces, al calzar muebles, para soportar estructuras. Las obras de mayor tamaño fabricadas por June Crespo, como Extensión horizontal, compensan tal condición por ser las más livianas, pues en ellas el aire se abre en forma capas, aportando una aparente y transitoria legibilidad. Entre los objetos que aportan esta apertura o laminación hay dos elevadores para motos, cosa que invita a pensar en una puesta a punto, o en una exploración, necesariamente urgente, pero detenida en el tiempo. Las varillas aquí utilizadas, y que parecerían destinadas a reforzar el hormigón, sirven para dotar de ligereza a estas esculturas, y para mantener en vilo las planchas de cemento. Al mismo material al que se hace flotar en unos casos, se le invita en otros a que repose sobre el suelo con todo su peso. La escultora maneja aquí, de la forma más inmediata, la ley de la gravedad. Ya vimos que, en otros casos, cómo trataba de burlarla. Objetos recurrentes en la exposición son los radiadores y las mantas. Encontramos la secuencia, por ejemplo, de un radiador, tres mantas militares plegadas, más otro radiador, todos apilados, y unas pobres cintas atrapadas bajo todos ellos.
Estos radiadores son unos elementos contundentes y pesados, pero el que precisen el abrigo de unas mantas o de un suéter de lana (en una pieza antológica), les confiere cierta vulnerabilidad. En realidad se corresponden al mundo de los objetos huecos o humanados, una especie de símil intestinal. Otros de los objetos aludidos por June Crespo son los sumideros o desagües. Esto nos conduce a otro de los motivos protagonistas de la muestra, lo orificios, materializados de forma muy llamativa en vasijas de cera, que se presentan por parejas o incluso en tríos, colocadas con su base contra la pared, gracias a dispositivos diversos, siempre precarios, hechos de ropas deleznables o cinchas, y abiertas hacia nosotros. Tal como dice (muy bien) Catalina Lozano, autora de la hoja de sala, estas esculturas “se manifiestan en gran medida como superficies que no tienen ni interior ni exterior, o como puntos de entrada, orificios de dos tipos: arquitectónicos (drenajes, alcantarillas) o del cuerpo”. El título de estas piezas de pared, y que se reparten por toda la sala, es el mismo que la artista ha querido dar a la exposición, Ser dos, y lo ha tomado en préstamo de un libro de Luce Irigaray, una pensadora francesa que ha filosofado sobre la erótica y la ética de la alteridad, y sobre el género en el lenguaje. Ese hecho de juntar las palabras “ser” y “dos”, casi contradictorias, viene a ser equivalente a estas esculturas de June Crespo, que se mantienen unidas gracias a una tensión provisional. El dos se puede referir a la oposición entre lo masculino y lo femenino, pero también, en términos más constructivos, a lo más específicamente femenino, a una reivindicación de la dialéctica y de lo transitable, frente a lo sólido e intransitivo.
A la espectacular sala interior de la galería, ocupada por June Crespo, se accede por un espacio de tránsito, ocupado por otra escultora, la italiana Giulia Cenci (Cortona, 1988). La complicidad entre una y otra intervención es máxima. Las dos artistas se conocieron el año pasado en una residencia artística en De Ateliers (Amsterdam), y a raíz de ella, coincidieron en una muestra colectiva comisariada por los artistas Lara Almarcegui y Martijn Hendriks.
La condición de pasillo es aprovechada por Giulia Cenci de forma muy efectiva. También en este caso hay piezas en las paredes, y su protagonismo es máximo. Ensartadas en largas varillas, las esculturas interceptan al visitante en su recorrido. En otros casos, los objetos aparecen por el suelo, arrinconados como escombros. La condición de estas obras es la del estorbo y del detrito. A diferencia de lo que sucede con June Crespo, donde imperaría una lógica de la obra en curso o de la construcción –como si se tratase de estructuras en reparación, desentrañándose– lo que impera aquí es la seducción de la ruina. De lo abandonado. Pero de un algo arrumbado y que revive. La instalación resulta bastante cinematográfica. Los residuos, en su propio deterioro, cobran cierta humanidad, como si la pérdida de una función se compensase con un renacimiento en el territorio estético. Los restos tirados por el suelo, los materiales plásticos, que se resisten a desprenderse de esas varillas que nos amenazan, se acercan, en virtud de su deterioro, a formas orgánicas, cobrando cierta vida en su misma decrepitud. Esta lectura en positivo de la obsolescencia no deja de ser, por otro lado, irónica.