Quizás la cualidad más reveladora de la pintura realizada por artistas españoles, entre los treinta y cuarenta años, sea el análisis intelectual (y practicado al mismo tiempo que se ejecuta la obra) en torno a la idea de lo que Edward S. Said definió como “crisis de filiación”. Es decir, incorporan a la obra el cuestionamiento de un proceso lineal y progresivo (que en España nunca fue tal, más bien accidentado y abrupto, cuando no directamente escamoteado); pero en ese cuestionamiento, en esa “crisis” (y aquí radicaría el refinado ejercicio intelectual que agregan a su trabajo) plasman algo así como una contra-crisis, y que yo definiría como la creación de formas nuevas estético/artísticas que intentan asumir lo dado y heredado de discursos precedentes en una intertextualidad que no por “crítica” es menos “agradecida”, y con el deseo (en verdad muy creativo y necesario) de transformar su posición en una cadena simbólico-cultural a la que sin duda desean pertenecer. No hay rechazo, entonces, en esta crisis de filiación, pero sí una muy saludable activación crítico/creativa que defiende por igual la autonomía discursiva de su trabajo y la participación activa en la cadena de transmisión de conocimiento intergeneracional. Máxime cuando ese “tapis roulant” (nunca mejor dicho) no es únicamente “nacional”, pues también obedece a la libre y desprejuiciada incorporación de todos los nombres y hechos artísticos y culturales que el artista desea que formen parte de su panteón admirativo, a los que por supuesto también cuestiona a la vez que se deja seducir por sus encantos. Es posible que estemos hablando de la primera generación de artistas españoles “sin trauma”, y la primera igualmente en sentirse “artista español” de una manera tan relajada como efectiva y civilizadamente orgullosa de ello.
Más o menos con estos pensamientos me iba entreteniendo mientras visitaba la muestra de Santiago Giralda (Madrid, 1980), "Dejar hacer a la sombra", en la Galería Moisés Pérez de Albéniz. Obras las exhibidas sin duda mucho más complejas (quizás también más “dramáticas” y menos luminosas) que las presentadas en Generación 2013, donde una mayor y más densa acumulación de situaciones “paisajísticas” en la tela me hacía recordar esa misma densidad tan presente en las pinturas de Curro González. Pues bien, esta referencia al artista sevillano (que asumo pueda estar equivocada) ya no aparece en las últimas obras presentadas, donde un muy seguro discurso sobre el paisaje (también, y como no podía ser de otra manera, sobre su negación, alteración, “perversión”, mixtificación, ilusionismo o fantasía) lleva a su autor a crear un universo pictórico que en falsa apariencia se diría propio de un “alto clasicismo”: trabajadas texturas muy bien procesadas, refinados trampantojos matéricos, inteligentes ecuaciones fondo/figura, implacables y arduos collages que lo parecen y no lo son, generosos juegos de escala y perspectiva, o sofisticados planteamientos de compleja disquisición teórica/práctica. Insisto, todo lo enumerado está presente pero lo está como una “contra-crisis”, es decir, como elementos estructuradores de “sentido visual”, a los que no renuncia, pero a su vez como argumentos que alteran y desestructuran ese “alto clasicismo” que lo parece pero en absoluto lo es.
Son obras a las que no se les pueda calificar de “abstractas”, tampoco de “figurativas”. Acertaríamos más, no tengo la más mínima duda, si nos negásemos a su prosaica clasificación, si no viéramos en ellas lo que sí creo que son: un profundo y sensual destilado de muchos intereses e inquietudes culturales. Incluso un destilado “clásico” que surge de una utilización informático/tecnológica (que tampoco lo parece), y sería un error definirlas como “paisajes del ciberespacio”. Un gran error. Básicamente porque son obras de una extraordinaria poesía, así de sencillo y de difícil, pero de una poesía muy radical (de nuevo: no lo parece) que somete a una presión semántica e interpretativa a todos y cada de sus elementos. Estas últimas obras no son más “maduras” (palabra y significado que detesto profundamente) que las anteriores. Son, eso sí, mucho mejores y más inteligentes. Ah, también son muy bellas, cualidad escasa que no debería molestar a nadie. Quiero decir, son "inteligentemente bellas".