Cortesía: Primavera Sound
Imantados por un plantel sencillamente espectacular, equilibrado balance entre nostalgia y modernidad, cien mil enamorados de la música han invadido el Parc del Forum este fin de semana en la edición más numerosa de la historia de este ya clásico festival barcelonés. Enamorados no sólo de la música, bien es cierto, sino también de la moda y la cerveza, ya que resultaba difícil encontrar una cara sin las archiconocidas gafas de sol retro y una mano sin un vaso frío y espumoso, con lo que intuyo que los patrocinadores principales del evento deben estar más que satisfechos. Si el patrocinio implica poder confeccionar un cartel así, bienvenidos sean, monstruos de la mercadotecnia.
240 actuaciones, 10 escenarios, 100.000 asistentes. Las cifras abruman. Que el mayor pero que se le pueda poner a un evento de estas características sea el inevitable (y aún así doloroso) solapamiento de grupos, da una idea de la cantidad y calidad de este dulce décimo aniversario. El dolor acumulado por los que intentamos ser Usain Bolt por tres días no impidió que muchos sufriéramos de estrés postraumático por haber elegido mal (o menos bien), llegando a mis oídos críticas apasionadas de las actuaciones de Low y Van Dyke Parks en el Auditori, por ejemplo. No obstante, intentaré centrarme en parte de lo que sí quedó grabado en mi retina. Los momentos de éxtasis sonoro y comunión colectiva no han sido pocos.
La noche del jueves se abrió con una de las revelaciones del año, The XX, cuatro jovencísimos británicos que abogan por un minimalismo electrónico no pensado para un macro-escenario bajo la lluvia, sino para clubs con cañones de humo y luces artificiales. No obstante, Crystalized es una de las canciones del año, y fue un instante precioso recibido con calor por una audiencia algo fría. Un poco antes, Monotonix, el grupo de directo más desbocado del momento, dejó a los que no les conocíamos alucinando con su apología del nudismo y la trasgresión, mientras mecíamos las cabezas al ritmo de sus poderosos riffs retro. Cambio de tercio en Superchunk, uno de esos grupos que recorrieron los años noventa con éxito si no abrumador, sí significativo, y que en la noche del jueves volvieron a sacar el manual de canciones de pop-rock vitaminado de esencia clásica extraído de la formación básica de bajo (femenino)-guitarras-batería. Bien es cierto que Mac McCaughan no rasga las cuerdas vocales como antes, pero sus más de veinte años de experiencia se notan y el perfecto engranaje de las piezas dejó a la audiencia con una sonrisa en los labios. Destacar la colaboración de un clásico del Primavera, el líder de Les Savy Fav, todo un espectáculo sobre el escenario.
Superado el dilema Tortoise versus Broken Social Scene, pude disfrutar de esta multitudinaria formación. Superada desde hace tiempo la etiqueta de “ex-grupo de Feist”, su rock elaborado y virtuoso, con elementos métricos y armónicos robados del jazz, llenó el aire con su oscilación entre la épica multi-instrumental y los medios tiempos más íntimos. Además, John McEntire, productor del último disco de los Broken y batería de los propios Tortoise, desafió al tiempo y al espacio apareciendo casi al final en el escenario para colaborar con sus colegas canadienses.
Me harto de escuchar que las glorias de otras décadas deberían quedar suspendidas para siempre en el tiempo que les tocó vivir. En teoría tiene sentido, pero en la práctica ver a un grupo como Pavement hace que cualquier juicio a priori quede enterrado. Nunca entenderé eso de que son la mejor peor banda del mundo. Sus clásicos sonaron tan bien como los de Pixies o Wilco, y los que llegamos a escuchar sus prodigiosos primeros discos en el walkman/discman estaremos eternamente agradecidos de haber podido asistir a la traslación en directo de esas canciones con las que marcamos nuestra educación musical y sentimental.
El viernes el viaje a los años noventa se completó con los dos grandes cabezas de cartel: Wilco y Pixies. Ambos desgranaron éxitos ante los que debería existir un calificativo mejor que "grande", aunque en el caso de los de Chicago también repasaron su último disco, dejando claro para quien todavía no hubiera tenido ocasión de presenciarlo que tienen un sonido cristalino, emocionante, magistral, al alcance de muy pocos (quizá de nadie). Wilco no son sólo una banda retro. The Band nunca destrozó y violó una estructura clásica como hacen Jeff Tweedy y los suyos en Vía Chicago, mi momento favorito entre muchos.
Si Pixies habían venido exclusivamente a hacer caja me importa más bien poco. Tanto en sus acertadas recreaciones del pasado (con versiones de Neil Young o The Jesus and Mary Chain) como en sus decenas de éxitos (recopilados recientemente en una caja especial para coleccionistas de precio prohibitivo que algún día será mía), los coros dulces de Kim Deal, los ladridos de Frank Black, las notas desquiciadas del mástil de Joey Santiago (espectacular en Vamos) brillaron con fuerza en la preciosa noche barcelonesa. No soy especialmente objetiva con la banda con la que aprendí a amar la música, pero los que no comulgan con ellos también se emocionaron con un Where is my mind? coreado por cincuenta mil gargantas bajo la luz de la luna, en una estampa mucho más emocionante que el final de The Fight Club. Destacar también a The New Pornographers, otros maestros en la confección de canciones de pop que han superado la marcha de su cantante-estrella, Neko Case, y la sorpresa de The Bloody Beetroots, perfecta muestra de lo que en mi opinión debería ser la electrónica, con un directo que dejó a sus enmascarados integrantes exhaustos y emocionados por la respuesta entusiasta de un público con algo más que ganas de fiesta.
Punto y aparte merece el mérito de la organización por ayudar a consagrar en nuestro país a la mejor banda surgida en el continente vecino en este comienzo de siglo: Beach House. La voz de Victoria Legrand (sobrina del autor de Les parapluies de Cherbourg) enamoró a un público para quien el escenario ATP (con una acústica excelente y el mar a escasos metros) se quedó pequeño. Electrónica y sintetizadores son el distintivo esencial de Pet Shop Boys, encargados de cerrar el festival. No obstante, aunque me consta que dieron un gran espectáculo más allá de su evidente facilidad para confeccionar estribillos e incitar al baile, prefiero aplaudir la delicada y brillante actuación de una de las mejores bandas surgidas del siempre prolífico underground neoyorquino (Grizzly Bear); la vuelta divertida y resultona de esa especie de Sex Pistols vestidas con el cofre de disfraces de un jardín de infancia (The Slits); la sorpresa con Florence + The Machine y su garganta poderosa de mil registros; la pareja batería-teclado amante del D-I-Y (Matt & Kim); y, por último, unos impresionantes Sunny Day Real Estate, para muchos el mejor momento de un cierre de festival maravillosamente heterogéneo.
El cuerpo está exhausto, los oídos piden clemencia, pero todos los que volvimos a tener quince años este fin de semana damos gracias a la música y a los que han hecho posible esta cita irrepetible. Feliz cumpleaños, Primavera.