Con motivo de la presentación de “Escultura negativa”, el nuevo libro de Eva Lootz, realizado con motivo de la concesión del Premio Fundación Arte y Mecenazgo 2013, quisiera articular algunas reflexiones y asociaciones con el pensamiento contemporáneo que me sugieren las páginas de este libro y también, a lo largo de los años, la obra de Eva: la concepción renovada de la escultura y la filosofía del Deleuze de Mil mesetas, de la Teoría crítica y la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer, con su crítica a la razón instrumental y la razón técnica, del estructuralismo del Wiener Kreis y la crítica del lenguaje del Wiener Gruppe así como, muy especialmente, del feminismo, y más concretamente, la literatura de autoras austríacas como Ingeborg Bachmann, la obra de Marlen Haushofer o de Elfriede Jelinek, e incluso, en el contexto alemán, de Hertha Müller y Christa Wolf.
Asociaciones, diríamos, analógicas y residuales con respecto a su obra, que se esparcen, como las figuras de sus propios dibujos, múltiples y fragmentarias, no siempre comprensibles y con ese desorden que poetizaba Heráclito, sí, de la “basura esparcida”: "El cosmos más bello, como basura esparcida al azar". Entendiendo aquí “basura” como el resto, el anverso, el derrame, las zonas ciegas, ocultas u olvidadas, algo muy querido por la propia Eva Lootz.
Este libro no es sólo el resultado de un largo viaje, que comenzó cuando Eva abandonó su Viena natal, huyendo de una cultura asfixiante y regresiva, en la que los artistas, según Veit Loers, se revolcaban en el exhibicionismo y el culto a la melancolía. Huyendo de un "malestar agudo que venía de un ambiente hipócrita y marcado de cultura hasta las cejas", decía Eva, eligió "una tierra dura y seca", una tierra con aire y horizonte, "aire donde poder respirar".
Este libro es, en sí mismo, un viaje, como la propia escultura, también. Y como la escultura, no tiene que ver con lo fijo, sólido e inmutable, sino con lo efímero, lo fluido, lo perecedero, lo mutable. Con los trayectos, los recorridos, los procesos. Los mapas y las redes de caminos.
"Yo buscaba”, escribe Eva, “algo que contradijera la noción de fijeza, y que es su disolución. Quería mostrar el momento donde la forma se deshace y rehace. Considerar, pensar, poner el énfasis en ese momento de desmoronamiento".
Entonces, la escultura no tiene que ver con la forma, con la solidez, con la ocupación, sino con la extracción, el flujo, el derrame, el nudo, el hueco. Con el vertido, la caída, el desmoronamiento. Con la transacción, los intercambios, los salarios. Las mutaciones, los flujos y los cambios. Con la pérdida y la muerte. La escultura está hecha de actos poéticos, fundamentales, figuras de lenguaje, verbos: derramar, acumular, verter, perforar, anudar, esparcir, sedimentar, fundir. Lo que Eva Lootz denomina "traducir la tierra a lenguaje". Un pensar plástico.
Hay un momento inicial en el viaje/libro de Eva en que descubre, al llegar a Madrid, el paisaje de grandes tuberías, tubos, conexiones y construcciones que configuran el abastecimiento de aguas de la ciudad, el Canal de Isabel II. Aquello, dice, "ponía el paisaje a hervir".
Es aquí, en este viaje que va desde la escombrera y las ruinas de la Historia hasta la Meseta, donde Eva Lootz configura un mapa de canteras, minas, montañas, salinas, cráteres, desiertos y redes hidrográficas; un mundo de sal y parafina, de arena, madera y vidrio, de plomo y mercurio; un paisaje de conos, volcanes y estupas, cascadas, ríos y lluvias, vertidos tóxicos, manos de piedra y casitas de pájaros; un laboratorio de voces, nombres, escuchas junto al pozo, susurros y trinos de pájaros. Una red de caminos y pasarelas, minas y canteras, paisajes y trayectos.
Estos mapas no son territorios a conquistar, no son lugares a dominar, sino, como diría Deleuze, mapas de intensidades, recorridos y devenires psíquicos, constelaciones afectivas. Pues ya no es el arte de la conmemoración, el de la arqueología en el tiempo del origen: "Al arte arqueología que se hunde en los milenios para alcanzar lo inmemorial", escribe en En lo que dicen los niños, "se opone un arte cartografía que se fundamenta en las cosas del olvido y los lugares de paso. Como la escultura, cuando deja de ser monumental: no basta con decir que es paisaje y que acondiciona un lugar, un territorio. Lo que acondiciona son caminos, es ella misma un viaje".
Es en estos mapas de intensidad, en este olvido, en estas constelaciones afectivas, en estas grandes construcciones recorridas por Eva en sus viajes y en sus libros, donde está la escultura: "La gran escultura del siglo XIX”, dice, “no era Rodin y Maillol, Lehnbach o Medardo Rosso sino Corta Atalaya, el Canal de Suez, o de Panamá, el Puente de Brooklyn y las minas de Chuquicamata".
Otra asociación que no puedo por menos de nombrar es la de los textos de Eva Lootz en este libro, referidos a estas canteras, minas, construcciones, canales y redes hidrográficas, con lo que Adorno y Horkheimer, en la Dialéctica de la Ilustración, llamaron "la naturaleza dominada". Este dominio por la razón técnica, esta organización de la naturaleza por una racionalidad económica, tiene como consecuencia una explotación extrema de la naturaleza y del “otro/a”, enajenándolo y cosificándolo. Destruyendo la creatividad y las relaciones. El mundo, la naturaleza, la propia persona, se convierte en una mercancía a administrar, por medio de un pensamiento calculador que organiza el mundo y cuya función convierte al objeto en material de dominio.
Corta Atalaya, Almadén, Las Médulas, Canteras de Menorca, siglos y siglos de explotación y olvido y resonando, la pregunta de Adorno y Horkheimer: ¿cuánta violencia ha sido necesaria para llegar a un orden tan sencillo?
Esta violencia, oculta y olvidada a lo largo de los siglos, emerge en la escultura negativa de Eva Lootz y en la denuncia social que entrama en sus textos: mujeres y hombres, niñas y niños, animales y pueblos indígenas expropiados de sus tierras, de sus casas, de sus formas de vida, gentes esclavizadas, explotadas y masacradas cuando se rebelan, extenuadas y enfermas por el trabajo, arrojadas a la miseria y a la muerte cuando ya no sirven.
Para terminar, quisiera nombrar la importancia del lenguaje en la obra de Eva Lootz. No sólo del nombre, la voz y la palabra, presentes en sus poemas, escritos y dibujos, sino de ese lenguaje como un sistema significante que actúa en su obra y en el propio libro. Para abordarlo, he de remitirme de nuevo a esa Austria de posguerra abandonada por Eva. La tradición estructuralista y la crítica del lenguaje practicada por Wittgenstein y el Wiener Kreis y las posiciones poéticas y analíticas del Wiener Gruppe son referencias lingüísticas que desarrollaría, en la aridez de la meseta, Eva Lootz, traduciendo la tierra a lenguaje.
El grupo de Viena, formado por escritores y artistas como Gerhard Rühm, Gustav Metzger y Oswald Wiener, con su exaltación del Poetischer Akt, o Acto Poético, proclamaba la desaparición del artista como sujeto autor y creador para desplazar el fenómeno artístico a los procesos y relaciones sinérgicas y sintácticas de la obra, como un "laboratorio o banco de pruebas". El lenguaje, para el Wiener Gruppe, suponía un material óptico y acústico. Concebía la obra en el despliegue de materiales, elementos y procesos dispuestos en diversas superficies y estratos de lectura operando de forma simultánea, como los collages dadaístas, en donde los significantes se cruzan, se entraman y convergen en diferentes planos del espacio, el sonido y el tiempo. Esta desorganización del lenguaje rompe la sintaxis y la representación convencional de la realidad nombrada por el lenguaje, produciendo acontecimientos y haciendo que en la obra emerja un Sentido que no espera a ser descubierto sino que es producido.
Es en esta red sintáctica, laboratorio de lenguaje, laboratorio de paisajes, donde en la obra de Eva Lootz confluyen la opacidad de la tierra y el decir del lenguaje, o donde la tierra se traduce a lenguaje.
Pero, ¿qué, no ha sido nombrado? ¿Qué ha sido excluido del lenguaje?
Lo invisible, lo oculto.
Mostrar no es nombrar, nombrar no es mostrar, dice Eva.
Como la materia, como la tierra, las mujeres han sido silenciadas, devaluadas. Relegadas, como señaló la teórica feminista Teresa de Lauretis, a la ausencia, al universo de la insignificancia. Es ese universo de insignificancia al que son reducidas Penélope y Molly Bloom, tantas mujeres, esperando al héroe o al antihéroe, al sujeto del saber, volver de sus correrías por un mundo que a ellas les fue negado, en la ausencia siempre, no existiendo sino a través de lo que él dice de ellas.
Volvamos a la escombrera de la Historia, esa Viena de los años 50 de la que Eva escapa pidiendo aire, respirar, donde emergen una serie de mujeres escritoras y poetas, como Ilse Aichinger, Ingeborg Bachmann y Marlen Haushofer, pertenecientes al grupo de escritores austríacos de posguerra conocidos como die Verlorenen o die Verbannten: los perdidos, los desterrados. O la denostada Elfriede Jelinek, Premio Nobel de Literatura a pesar de muchos. La propia Chista Wolf, en Alemania, o más recientemente, Hertha Müller. En la Meseta, la escritura de Eva Lootz se liga con la escritura de estas mujeres. Las perdidas, las desterradas. ¿Cuántas de ellas conoces?, pregunta Eva en las paredes de la Villa Romana de Florencia, donde inscribe con pelo de otras mujeres sus nombres: Katja Lange, Edith Södergran, Hannah Wilke, Ana Mendieta, Ingeborg Bachmann, entre otras. Escritoras que pretenden cambiar el lenguaje: "No se construye un mundo nuevo sin un lenguaje nuevo", dicen. Mujeres que quieren escribir el mundo con sus propias palabras y no a través del discurso fabricado durante siglos por autores masculinos. "Limpiar la lengua, dicen, de las palabras de las que se sirven los hombres para hablar de las mujeres en su nombre, usurpando su sitio y matando sus pasiones". Escribir, no los grandes pensamientos y epopeyas, sino el amor y la violencia, la incomunicación, la soledad, la monotonía de la vida cotidiana, la sexualidad oscura y forzada, el trabajo doméstico y el esfuerzo de ser mujer, la relación con la naturaleza y lo trágico de la inexistencia femenina. El aquí y el ahora.