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y arte contemporáneo

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miércoles, 11 de marzo de 2015

Jorge Ribalta. Monumento máquina.

Centro José Guerrero. Granada.
Por: Juan Jesús Torres
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Es sabido que el “Grand Tour” fue precursor de la industria turística que ahora tanto hace por nuestro país. Desde finales del siglo XVII hasta medidos del siglo XIX era bastante normal que los jóvenes ricos anglosajones, delicados y aplicados, dedicasen un tiempo vital a conocer las ciudades y reinos más importantes, por sus encantos históricos, del continente europeo. La moda se extendió entre los cultos adinerados de la Europa acomodada; la convulsa Francia, los eruditos Paises Bajos, la romántica Alemania, la helenista Italia. Era un periplo que superaba el deleite, devenía necesario e instructivo -algo queda de aquel espíritu (entiéndase) en una pareja de novios que pasa un día entero deambulando por el Metropolitan mientras piensan en un resort de la Riviera Maya-. De aquellas expediciones tenemos libros, pinturas, dibujos, poemas, notas, bocetos. Lástima que fijar una fotografía todavía se resistiese; el documento hubiese sido valiosísimo.

 

Charles Clifford nació en el Reino Unido en 1819. De un modo un poco tardío él también quiso hacer su excursión. Una diferencia con los anteriores; conocía el Daguerrotipo. Eligió España para su viaje, un país no demasiado explotado por los chicos ingleses pero que no era un desconocido. Clifford encontró, como todos los románticos, algo excepcional en España; miseria, desconocimiento y monumentalidad a partes iguales. A partir de 1850 vivió en Madrid hasta su muerte por aneurisma en 1863. Pateó todo el territorio nacional, fotografió rincones antes invisibles para los europeos del norte e hizo un libro con sus impresiones, “A Photographic Scramble Through Spain”, notas y relatos de su lucha, escalada, camino difícil (eso significa Scramble) por España. Una de esas fotografías representa (detiene en su movimiento) la Torre del Vino de la Alhambra de Granada. A Roland Barthes le fascinaba aquella fotografía porque «es ahí donde querría vivir», «un deseo que penetra dentro de mí con una profundidad y unas raíces que no conozco». En “La Cámara Lúcida” (1980), Barthes fantaseaba con vivir en Granada, en aquel pórtico, «en consonancia», dentro de aquella fotografía. El encuentro con esa toma de Clifford, con la añoranza de Barthes, se derrama sobre algo que preocupa a Jorge Ribalta (Barcelona, 1963), la formación del monumento y su disertación a través del documento. “Monumento máquina” son tres series fotográficas sobre ese pensamiento realizadas en el último lustro que se exponen hasta el 5 de abril en el Centro José Guerrero de Granada para después ocupar las salas de la Fundación Helga de Alvear en Cáceres.

“Laooconte Salvaje”, el primer momento de la exposición, es la documentación fotográfica de un compendio de espacios y personas representativas por su valor histórico en torno al flamenco, patrimonio de la humanidad, identificativo nacional formado en el quiebre, en la rotura del suburbio. Ribalta fabrica un mapa exhaustivo pero decidido previamente con carácter enciclopédico; se propone explicar un todo a través de sus partes. Entre enero de 2010 y enero de 2011, el fotógrafo realiza su particular periplo por tablaos, escuelas, talleres, teatros, bares, museos… En definitiva, el maderamen de una raíz. Un viaje a través de las ciudades que han construido el mito, desde Sevilla a Cádiz por Morón, Utrera, Lebrija o Jerez. También Granada, Málaga, Madrid y Barcelona, capitales del espectáculo, de la ampliación. La referencia a Lorca no es gratuita; “La Chumbera”, una ladera entre Cabra y Lucena, es también uno de los Seis Caprichos, dentro del “Poema del Cante Jondo”, que Lorca dedicó a Regino Sainz de la Maza, guitarrista y co-fundador de la Asociación de Amigos de la URSS. Con “Laooconte Salvaje / ¡Qué bien estás bajo la media luna!” Ribalta, que defiende el documentalismo proveniente de los constructivistas del círculo fotográfico soviético, quiere fotografiar a quiénes fundamentan la historia del lamento, descifrar el entramado del flamenco, orgullo estatal y leyenda popular, cimentada en la lucha y el afán.

Y es que algo de reyerta hay en el trabajo de Ribalta, una especie de querella contra el mito fundacional, una fascinación por la construcción, por el documento que lo revela. La fotografía de Clifford que tanto gustó a Barthes es el punto de partida de la segunda parte, “Scrambling” (2011), un registro de la red cotidiana que conforma el trabajo en torno a la Alhambra. Camino escarpado, de difícil acceso, recuerden. Monumento dividido en una estructura necesaria para su hegemonía; identidad arquitectónica, monumento como industria, canalización de la ciudad e icono de una identidad definida. Setenta y siete fotografías sobre una totalidad, sobre los engranajes esenciales; el archivo, la Torre del Vino, el perímetro en sí, poner cara a las personas que ejecutan los trabajos, que mantienen el palacio vivo, jardineros, el derredor de agua que alimenta el Generalife, yeseros y restauradores, el Patio de los Leones en plena modernización de su sistema hidráulico, accesos y puntos de venta y el merchandising propio del gran lugar. Lo que podría parecer un homenaje a los que se mueven entre bambalinas no lo es en absoluto, más bien se trata de un recordatorio de la constitución, de la futilidad de la convicción, de la garantía de que no hay más que espacios de pensamiento y trabajo, una labor humana para una significación ferviente, una verdad sobre el emblema.

La tercera estación es “Imperio (o K.D.)” (2013-14), serie organizada como una obra de teatro en tres actos, cada uno con sus escenas. En este caso el rastro perseguido es el de Carlos V; el mito desde su abdicación, posterior retiro y su muerte. La intención ahora no es perseguir la posibilidad de descifrar la leyenda, sino más bien convertirse en el monumento, una recogida de hechos y acciones para devenir el rey del imperio. Ribalta hace una traducción de la posibilidad, una propuesta de hipótesis a medio camino entre la búsqueda de la identidad del monarca y la visión del mismo en el mundo de hoy. Yuste, Madrid y El Escorial, también Granada y Barcelona son los escenarios españoles de las divagaciones de un hombre para la Historia, a conciencia. El viaje, como el Tour a la inversa, continúa hacia Europa; Bruselas, Bolonia, Lille, Le Cateau-Cambrésis y Lens. A destacar la paradoja de yuxtaposiciones del observador; Ribalta, devenido Carlos V, que visualiza en “Ommegang” la escenificación del encuentro de “él mismo” con Felipe II, celebración que siglos después es atracción turística en la ciudad de Bruselas. En su conversión del monarca, Ribalta se permite la simulación de la aspiración y el anhelo consiguiendo cierto cariz melancólico, aunque por momentos los límites no queden resueltos y, como ocurre con la apertura de la nueva sede del Louvre en Lens, cueste encontrar la relación de una manera plausible. Es innegable, sin embargo, que la cantidad de datos y detalles que entran en reciprocidad tiene poco de azaroso y la sinceridad ante la tesis primera, el cómo se establece el monumento, se mantiene firme en todo el recorrido. Algo planea por la exposición, algo que remite a Clifford, a la Alhambra, a la España del XIX, a la fotografía documental constructivista, a la militancia del artista: El camino del entendimiento no es fácil, es más bien escarpado, pero la fascinación surgida de las partes es un universo “en consonancia”. 

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