Cortesía CEART
Ante el placer o deseo, o ambos supuestos unidos, de escribir sobre la obra de José Luis Serzo (Albacete, 1977) a uno le gustaría hacerlo de una manera diferente a la habitual, diversa a los requerimientos retórico/lingüísticos normalmente utilizados; distinta, cuando no “extraña”, a lo que mal y bien se entiende por una “crítica de arte” para, en la medida de lo posible, aspirar, o al menos intentarlo, a una escritura literaria sobre un hecho artístico concreto. En definitiva, desearía escribir de una forma “extravagante”, con el ánimo de que esa irregular rareza sea digna de acompañar fielmente a la obra que ha motivado la escritura, pues estoy convencido que cada artista y su obra exigen una determinada utilización de lengua y pensamiento, o una modulación teórica, en cuanto a voz y escritura, apropiada a la singularidad formal y expresiva de la obra comentada.
Pongo un ejemplo histórico de lo que pretendo decir. El historiador de arte francés de entreguerras, Elie Faure, era capaz de escribir sobre un retrato de Felipe IV pintado por Velázquez en los siguientes términos (la magnífica traducción corresponde a la que fue política y diputada -también crítica de arte- por el PSOE durante la República, Margarita Nelken): «Este rey degenerado vivía en un mundo triste, con hijos enfermos, idiotas, enanos, lisiados y algunos bufones monstruosos vestidos como príncipes, cuya función consistía en reírse de sí mismos para divertir a quienes vivían de espaldas a la realidad, aherrojados por la etiqueta, las intrigas y las mentiras, unidos sólo por la fe y los remordimientos. A la espera de la Inquisición y el silencio. Se palpa la nostalgia, pero no se advierte ni la fealdad ni la tristeza, ni el fúnebre y cruel sentido de esa aniquilada infancia.» Uf, qué maravilla y qué belleza de escritura… No por casualidad Jean-Luc Godard en “Pierrot le Fou” rinde homenaje a este gran escritor (aún mejor que historiador y ya es decir) que fue Elie Faure haciendo recitar este mismo párrafo a Jean Paul Belmondo relajado en una bañera espumosa.
Por esas afortunadas casualidades que a veces se dan en el mundo del arte y su programación ahora mismo hay dos muestras en Madrid de José Luis Serzo. La primera (comisariada por Óscar Alonso Molina), "Ensayos para una gran obra", aún se puede visitar en Museo ABC de Dibujo e Ilustración, y la segunda, inaugurada hace pocos días, "El sueño del Rey (de la República)", en el CEART - Centro de Arte Tomás y Valiente, de Fuenlabrada. Ambas se pueden ver, más que como una única totalidad, sí como un continuum a modo de exploración, en dos espacios diferentes, de los muy singulares (“raros”, en su aceptación más productiva) caracteres que conforman el universo expresivo y referencial de este artista, y en el que si tuviéramos que seleccionar un único rasgo dominante optaría por decir que la obra de Serzo es, todo ella, la demostración práctica y expresiva de las paradojas, que no aporías, de la representación. O por expresarlo con dos interrogantes que serán los ejes conductores de este escrito: ¿Cómo se mezclan en una representación, o figuración reconocible, lo inteligible y aquello que excede, amenaza o socaba, esa inteligibilidad? ¿Cómo se introduce o se filtra en el trabajo de ordenación de los códigos la obra perturbadora del deseo?
Estoy convencido que la obra de JLS es menos una representación reconocible de un universo fantástico (qué también, por supuesto, y ello sería una original singularidad, extrema y muy positiva, en el arte español actual), que la escenificación de la idea, ampliada y compleja, de “pulsión” en su registro más cercano al psicoanálisis. En “Lo inconsciente” Freud escribe: «Jamás una pulsión puede devenir objeto de la conciencia, pues sólo puede serlo la representación que la presenta. Pero tampoco en lo inconsciente puede ser presentada más que por una representación. Si no se enlazara con una representación, la pulsión no podría manifestarse como un estado afectivo ni podríamos saber nada de ella». Podríamos agregar: la pulsión es una dimensión desconocida que necesita de la fantasía reconocible con el ánimo de conquistar un doble paradigma, la formalización de un sentimiento abstracto, por una parte, y la “curación”, por otra, de esa pulsión no reconocible por medio de una representación exacerbada en sus atributos reconocibles, fantasiosa en su gestualidad narrativa, excitada en su consideración de fábula y relato.
La obra de JLS aspira a una totalidad casi “wagneriana”, pues en ella tiene cabida desde la ficcionalización de sí mismo (el personaje de Blinky Rotred, tan presente en todas sus “óperas”, es el alter ego narrador de la acción), hasta la presencia de su hija Maya, así como amigos y conocidos que ejercen la función de extras activos y funcionales de la representación. Representación, interesante señalarlo, que se manifiesta en una extraña tridimensionalidad incluso en sus pinturas y aún más en los dibujos, pues acción y gesto encuentran siempre una vía de escape de los límites establecidos, huyendo por la pared que les acoge. De igual manera podemos afirmar que los múltiples objetos que su hacedor incluye en las muestras no es tanto una “instalación” como un atrezzo, algo así como un entero “backstage” que sale a saludar al escenario.
Hablar de una cualidad de “rara avis” en el trabajo de JLS, y dentro de la actual situación y praxis del arte español, puede ser tan limitador como dogmático. Ciertamente no sigue pautas establecidas, ni se manifiesta con los acostumbrados catecismos estéticos, ni se ahoga y sofoca en cansinos conceptualismos de salón etiquetado. En efecto, así es. Pero el origen de todo estaría en lo poco “española” que es esta obra (más allá de admiraciones o entusiasmos "históricos", pues entre las obras aquí reproducidas hay un "versión" de "El Expolio de Cristo" la famosa y maravillosa obra de El Greco), y que por mucho que nos empeñemos las fuentes no se encuentran en expresionismos goyescos o “solanescos”, ni en las figuraciones madrileñas, o de donde queramos, de los 70/80, o en las múltiples versiones hispanas de los universos icónicos del pop. Pero sí las podemos encontrar, sin duda, en las “culturas del bosque” inglesas y alemanas, en los cuentos y relatos feéricos, en leyendas medievales centroeuropeas, en cuentos populares de clima invernal, en escenografías literarias de oscuros y civilizados miedos infantiles. La obra de JLS, en mi opinión muy compleja e interesante, es mucho más que un fantasioso realismo narrativo, incluyendo la propia crítica a ese realismo, o representación realista. Es, esencialmente, un replanteamiento teórico y práctico de determinadas cuestiones artísticas, y también una consideración intelectual en torno al cómo representar la siempre cambiante y resbaladiza idea de Modernidad artística y pictórica.