Dislocación, 2010-11. Instalación de dimensiones variables con techo a 1,80 cm del suelo, 2 bandas sonoras e iluminación. Cortesía: Àngels Barcelona
Deberíamos reconocer en la última exposición de Pep Agut el esfuerzo por la construcción de un espacio de representación que disloca todo principio normativo y lo precipita a un punto de suspensión expresiva que reclama del espectador la máxima atención en su experiencia perceptiva. Una pirueta, arriesgada y muy, muy compleja, que la galería Àngels Barcelona acoge y presenta bajo el título Problemas de horizonte a través de tres piezas que, en su conjunto, no son sino conjugaciones de un mismo y comprensible fin: forzar la intimidad del público en el encuentro con la propuesta artística.
Agut conoce bien las fronteras del juego alegórico y las exprime aquí para provocar, primero, desconcierto y marcar la ruta después de un subyugante y extraño recorrido. Se cruza progresivamente un umbral que nos obliga a mirar y a entender de otros modos y, lo que hasta entonces podía parecer una discontinuidad de trabajos contingente, hermética y sin sentido, adquiere al fin un significado y entidad propia.
Dislocación es el primer y más contundente golpe de efecto. Una instalación sonora, muy ingeniosa en sus intenciones, que provoca confusión y caos con los mínimos elementos: una intervención en la arquitectura del espacio expositivo y una banda sonora. Limitado el falso techo ex profeso a 180 cm. sobre el suelo, la sala rompe por completo sus dimensiones originales, insinuando la existencia de un piso superior, inaccesible y prohibido, desde donde se emite una grabación de la voz del artista dando órdenes categóricas, mezcladas con sonidos percutivos sin orden ni concierto. Arquitectura y lenguaje verbal se sitúan en el mismo plano para dejar al espectador perplejo, incapaz de encontrar su ubicación en ese contexto. Las condiciones de habitabilidad quedan dinamitadas completamente y nuestra mirada sometida a la desorientación que persigue y abona el artista con la alteración del orden natural (o, acaso, habitual) del discurso expositivo.
Con las secuelas aún del trastorno recién sufrido, sin reconocer ni comprender todavía el significado de lo que acabamos de presenciar, se afronta el segundo escollo de este peculiar trayecto procesual: una cuádruple proyección de fotos en blanco y negro titulada Broca. Cada proyección muestra una parte del cuerpo desnudo del artista (cabeza, tórax, sexo y piernas) girando sobre su propio eje vertical, mientras, de forma alterna y sucesiva, aparecen sobreimpresas en las imágenes palabras que aluden a síntomas físicos o psicológicos que remiten a estados de ambivalencia emocional y ambigüedad perceptiva. Segundo uppercut de la visita. Sea por la fragmentación del cuerpo, por la sincronía en su lento discurrir rotatorio o, sencillamente, por el efecto casi vampírico de los textos, lo cierto es que Agut fuerza el knock-out y consigue una vez más justo lo que quiere: alejarnos de una lectura lineal y cerrada.
Sinapsis, una caja de luces que reproduce en gran formato el negativo de un paisaje fotografiado en blanco y negro, concluye este apasionante y desconcertante recorrido. Y lo hace de nuevo para abandonarnos a propósito en el limbo, en un laberinto mental sin salida. La grandeza de Pep Agut como artista no radica sólo en su rigor conceptual y su versatilidad formal, ni siquiera en el justo manejo que hace del lenguaje en su obra; lo que de verdad hace grande a Agut es su capacidad para desorientar al público y obligarlo a percibir la realidad de otra manera. Es evidente que una tarea así puede causar irritación e impacientar al amante del efecto inmediato y las peripecias en cascada. Pero vale la pena la experiencia, aunque sólo sea para descubrir a un artista excepcional que ha acabado por conjuntar la levedad con la hondura, la solidez con la gracia, la brevedad con la argucia.