Vistas de la exposición. Cortesía: CAAM
LAS PALMAS DE GRAN CANARIA
CENTRO ATlÁNTICO DE ARTE MODERNO (CAAM)
¿Hoy es posible la existencia de un artista cristiano? Creo que no, que no es posible el arte cristiano, aunque todavía haya artistas de fe cristiana y artistas que realicen obras de arte en iglesias o catedrales. Como lo hizo Miquel Barceló en la catedral de Palma de Mallorca o Bill Viola en la catedral de Milán, por poner dos ejemplos notables. Pero una cosa es que un artista crea en Cristo, o sirva a sus iglesias, y otra que sus obras tengan un carácter cristiano como lo tuvieron en el Medievo, cuando el cristianismo era una forma de vida y no exclusivamente un entramado institucional de ritos y creencias.
En nuestra sociedad pos-cristiana –o desacralizada, si se prefiere– el arte formaliza e intensifica una vida que, para bien o para mal, ya no es cristiana y que, entre la ética y la estética, ha optado por concederle a la estética la dignidad de un canon de vida. Por esta razón me resulta siempre inquietante y revelador el caso del artista cubano José Bedia, cuya obra es religiosa en un sentido radicalmente intempestivo y excéntrico. La suya es la excentricidad de una obra decididamente religiosa en una época que ya no la es. Por eso su falta de reparos en declararse públicamente devoto de una de las religiones afrocubanas, o afro trasatlánticas, resulta secundaria con respecto al hecho de que su obra sirve deliberadamente a fines religiosos. Cierto, toda ella –como lo prueban claramente las siete instalaciones de esta exposición– tienen una extraordinaria calidad estética producto de la deslumbrante elegancia de los dibujos, el atrevimiento de las composiciones, la potencia de las figuras y la subyugante destreza con la que interviene el espacio expositivo, incorporándolo a su obra. Pero los atributos de esta insólita belleza no son independientes del empeño decidido de Bedia por convertir cada una sus obras en una fabula o, por lo menos, en una poderosa parábola religiosa. De hecho, cuando le pregunté si sus trabajos trasmitían mensajes religiosos Bedia me respondió que sí y me contó que, en la pasada edición de la bienal de São Paulo, un par de limpiadoras negras –ajenas por completo al arte y a las bienales– interrumpieron su trabajo de limpieza delante de una de sus instalaciones al descubrir la imagen de uno de los dioses afroamericanos–.”Entonces se dedicaron –añadió– a discutir entre ellas la posible interpretación del relato que yo quería transmitir con esa obra”. La interpretación, como se sabe, es una operación obligada en el ámbito de la imaginería religiosa. Los pos-cristianos sabemos que, en un cuadro, una de las mujeres es Santa Ana, la otra es la Virgen, y el niño que está con ellas es Jesús. Algo, por el contrario, nada evidente para ese legendario habitante de las profundidades de la selva más remota que no sabe siquiera que en el mundo entero se celebra anualmente el nacimiento de Cristo. Y por esta misma razón nos resultan herméticas las fábulas y las parábolas que gobiernan el dispositivo formal y escenográfico de las instalaciones de Bedia, que no podemos asumir sino como objetos estéticos y cuyo sentido pleno sólo logran captar quienes –como las anónimas limpiadoras paulistas– poseen los códigos que permiten el desciframiento de las mismas. Al hacerlo, ellas confirman la vitalidad de un lenguaje iconográfico que todavía cifra aquello que de más valioso hay en sus vidas subalternas. La obra de Bedia demuestra además la capacidad de ese mismo lenguaje de figurar e imaginar, desde el punto de vista de la subalternidad, los problemas más acuciantes y actuales.