Vistas de exposición. Cortesía: Galería Moisés Pérez de Albéniz
Aunque esta es la tercera individual de Pello Irazu (Andoain, 1963) en los espacios de Larrabide 21, lo cierto es que es su cuarta exposición individual con Moisés Pérez de Albéniz, a esta serie cabría sumar las realizadas, con obra propia o ajena, en colaboración con Txomin Badiola. No pude ver aquella primera, Habitat, realizada en 1997, pero la serie que componen las tres siguientes, Life forms, 2001, Let it bleed, 2006 y, con su enigmático título (1 x 1) x1, es un ejercicio de coherencia en el desarrollo y evolución, si se quiere decir natural, de una propuesta que asentando su punto de apoyo en la escultura, lo amplia no solo en herramientas y materiales para abordarla –que incluye murales, esculturas, dibujos y fotografías–, sino también sobre las condiciones y circunstancias que para su percepción impone la obra misma y la transformación del lugar en que se ubica a la vez que lo construye.
La nota publicada por la galería, bajo los términos del artista, explica que: «El titulo de la exposición (1 x 1) x1 se refiere al propósito de integrar varias tríadas de elementos –tres muros de la sala, tres grupos de fotografías, tres esculturas–, en un mismo dispositivo regido por una estructura a modo de partitura que organiza el conjunto».
Deberíamos aclarar, primero, que la exposición se despliega sobre el recorrido de un mural que ocupa la sala, a la vez que ve sus estancias quebradas por la disposición en ángulo agudo de dos de los muros y distorsionada la percepción por una elaborada fórmula de trampantojo en la que el visitante confunde el fondo de los dibujos con las franjas de color del mural, y a la inversa, a la vez que ese armónico trazado de paralelas de colores fuertes y brillantes, absorbe o devora, por así decir, a las fotografías, dibujos y esculturas que cuelgan o se aproximan a él, componiendo grupos cuyo denominador común es bien el motivo bien el soporte para su presentación. Tampoco es inocente que las bandas se interrumpan o difuminen para, de algún modo, acomodarse y albergar la potencia de las formas escultóricas.
Esculturas, la serie alfa, por un lado, fundidos de acero inoxidable de sillas, cuyo motivo ya aparecía en la exposición precedente, Let it bleed, y que ahora lo hacen también, bajo modo de Sillalfas en fotografías tratadas pictóricamente y en las que, por contradictorio que parezca, el papel principal lo desempeña el volumen. Y, el color, añadiría de inmediato, porque nada en Irazu se entiende sin esa potencia dinámica, vitalista y electrizante de los azules, rojos, amarillos…
Comentario individual merece el juego, también con un trampantojo inverso, en el que un múltiple que presentó en la pasada edición de ARCO, parece crecer y multiplicarse hacia el espacio adelante, mientras unas manos fotografiadas –y dispuestas de modo que cabría pensar que reflejan las formas que sostienen en un espejo– parecen ofrecerlo a nuestra vista engañada.
Curiosamente, en un guiño casi didáctico, Irazu ha incluido dos dibujos de finales de los años ochenta entre el conjunto de obras de la muestra, cual una aclaración respecto a que muchas de las cuestiones abordadas permiten no su resolución por mecanismos pasados, sino por la permanencia mutable de las formas físicas en su relación con el espacio. Dialogan, pues, con un gran paralelepípedo construido con papel sobre madera y cubierto de grafito, que asienta frente a ellos sobre una peana-escalera de aluminio y fibra de vidrio, y que abre, creo, una nueva secuencia en el trabajo del artista.