Inside Job no es sólo un documental. Como tantas otras bofetadas de realidad contemporáneas (desde La pesadilla de Darwin a Enron: los tipos que estafaron a América pasando por el no tan obvio precedente de la "verdad incómoda" que nos mostró Al Gore) su profundidad casi antropológica puede asustar tanto o más que cualquier película de terror, traza un mapa social desolador cuyo germen es siempre el mismo: el lado más oscuro del ser humano. Como en las películas de invasiones alienígenas silenciosas, la investigación de Charles Ferguson va tirando del hilo en el embrollo que supuso la crisis financiera de Wall Street de 2007 y 2008, y descubre eso que «todo el mundo sabe pero acaba obviando»: que la corrupción, la deshumanización y la codicia entendida como virtud (frase ya mítica acuñada por el yuppie más famoso de los años 80; el Gordon Nekko de Michael Douglas en Wall Street) han invadido todos y cada uno de los estamentos de la sociedad. Que las decisiones más importantes que marcan el rumbo del devenir histórico de naciones enteras se toman a puerta cerrada y bajo presiones externas. Que detrás de esta recesión, desempleo y endeudamiento generales que carcomen las economías de medio mundo, no hay tanto una mala praxis como una estrategia financiera demencial pero premeditada, orquestada por individuos sin moral, borrachos de poder, capaces de convertir la economía global en una casa de apuestas aún sabiendo que las consecuencias del juego serán catastróficas. Y, lo que es peor, que esos mismos nombres que se esconden detrás del desastre son los responsables y futuros artífices de la supuesta solución.
Cualquier persona socialmente consciente ya intuía, antes de este trabajo de pedagogía que es Inside Job, que el origen de la peor crisis desde el Crack del 29 no se hallaba en el mero error de un político o en la pizarra de un corredor de bolsas. Que la trama embrionaria era de una complejidad inusitada, siendo precisamente lo intrincado del sistema financiero lo que ha permitido a "los culpables" esconderse dentro de una red de causas. Es decir, que pillar a un ladrón con las manos en la masa es fácil, pero pillar a muchos ladrones que operan detrás de laberintos de manos, no lo es tanto. Es tanta la hipocresía y cobardía de este "ladrón de despacho" moderno que uno llega a preferir la organización clásica de crimen y corrupción de las mafias, mucho menos moderadas y sutiles pero con fechorías que afectan a barrios o ciudades y no a todo un planeta. Y es que uno puede llegar a sentir algún tipo de empatía por Al Capone pero ninguna por Alan Greenspan.
La película de Ferguson logra que los "culpables" que aparecen en pantalla se condenen solos, y que los ausentes no parezcan víctimas de la manipulación y el artificio inherentes a la propia representación audiovisual. Su montaje envolvente tiene el ritmo adaptado a la complejidad del contenido, atrapando desde el primer momento desde la moderación expositiva (esa voz en off serena pero firme del actor Matt Damon). Las entrevistas, inteligentes e incisivas, están lejos de esos efectismos que le han valido tantas críticas al otrora admirado Michael Moore, y combinan el rigor periodístico con la indignación (bendita palabra) que tantas veces nos ha logrado transmitir la ficción de denuncia social, desde el cine de Costa Gavras a productos mainstream tipo Erin Brokovich.
Al margen de ideologías y experiencias previas, uno sale con la firme constatación de que el panorama pesadillesco que le han mostrado es real y, lo que es más importante, que por muy terrorífico que sea todavía es posible cambiarlo. No es casual que las calles se hallen ahora llenas de gente corriente con hambre de justicia. Lo raro es que no haya ocurrido antes.