Vista de la exposición.
Cortesía Fundación Telefónica.
Topsy era una elefante enfadada. Vivía en Coney Island a principios del siglo pasado. Domesticada para que trabajase en un circo, no parecía recibir los mejores cuidados. Se sentía, confinada y malograda. Una mañana mató a un domador borracho y sus cuidadores, turbados, decidieron acabar con aquella actitud. Aquel domesticador era la tercera persona que Topsy liquidaba, así que consensuaron darle muerte por ahorcamiento. La protectora de animales estadounidense lo impidió, sería un método demasiado atroz para un ser de semejante peso. Thomas Alva Edison, el superpoderoso magnate de la electricidad, atento al quite, intermedió para que la elefante fuese electrocutada con corriente alterna. El 4 de enero de 1903 Topsy murió por descarga eléctrica ante la mirada de más de mil quinientos testigos y con una cobertura mediática excepcional, incluso fue filmada. Edison quería demostrar la supuesta peligrosidad de la corriente alterna, el maldito invento de Nikola Tesla (Smilijan, Imperio Austrohúngaro, 1856 – Nueva York, 1943) que ponía en jaque su imperio basado en la electricidad en corriente continua. Una batalla más en lo que los medios de la época llamaron La Guerra de las Corrientes.
Nikola Tesla fue un genio. Tenía una memoria privilegiada, apenas anotaba sus pensamientos. Circuitos y esquemas eléctricos nunca vistos, todo lo almacenaba en su cabeza. Sufría una enfermedad parecida a la sinestesia que le provocaba contemplaciones ante sus ojos de aquello que imaginaba. Era, exactamente, un visionario. Entre sus más de trescientas patentes se encuentran estudios precursores de computación, robótica, balística, sistemas de radar, aviación y métodos de control remoto. Prolífico, consciente de su abrumadora inteligencia, lúcido como pocos a lo largo de los tiempos, su figura se fue difuminando con el recorrido del siglo hasta caer en el olvido. Quizás por su apatía por las finanzas, castigado por una lucha de patentes en el fragor inventivo en medio de la segunda revolución industrial, sea como fuere, Tesla murió desahuciado y cayó en la sospecha de la locura del progreso industrial desenfrenado. Sin embargo, su estela nunca se apagó y como tantas otras cosas, Tesla ha vuelto. El trueno de la cultura pop coincidió con una fascinación un tanto freak por la ciencia ficción. En los albores de la posmodernidad Tesla, por sus ideas superlativas, su visión de futuro y por su hilarante leyenda, germinó como icono en una sociedad que comenzaba a moverse entre el espectáculo y el simulacro. Personaje de cómics, videojuegos, películas, canciones y millones de entradas en la web, el Tesla de hoy es un atractivo protagonista de una fascinante época a medio camino entre la fantasía y la superación científica.
La Fundación Telefónica se sirve de la iconicidad de Tesla para ensalzar su extraordinaria aportación a la ciencia y resituándolo en la historia como lo que realmente es, una de las mentes claves en el desarrollo de la tecnología humana. Nikola Tesla: Suyo es el futuro es un merecido homenaje a un hombre copado de talento y amor por la humanidad, un romántico eléctrico. Es un deleite sumergirse por la originalidad de su inventiva, sorprenderse de su capacidad intelectual, su pelea por hacer de este mundo un planeta interconectado por ondas electromagnéticas; es fabuloso navegar entre los resultados de una mente preeminente. En la muestra algunos de sus más famosos inventos, como el barco por control remoto, su motor de inducción y la archiconocida Bovina de Tesla, se pueden tocar, experimentar hasta, literalmente, poner los pelos de punta. Efigie de la cultura tecnológica, Tesla también era producto de sus fantasmas interiores; incomprendido y acechado no descansó hasta ver reconocido su trabajo. El hombre que asentó las conexiones inalámbricas, que alertó del consumo desmedido de recursos, el que aseguró recibir señales marcianas, el que imaginó un planeta conexo, sin cables, desde una torre en Colorado, no vivió lo suficiente para vanagloriarse por tanto dado. Pero no se preocupe señor Tesla, ya sabemos que fue usted quien inventó la radio, que gracias a usted este ordenador conectado a un enchufe desde donde escribo funciona. Lo siento por Topsy, pero murió en vano.