Las páginas 18 y 19 del suplemente cultural de abc publicado el sábado 4 de marzo me han dejado estupefacta. Están protagonizadas por dos críticas sobre dos exposiciones que confluyen en su temática: la más extensa se titula “De la desilusión de toda expectativa”. La segunda: “Hablar de arte para no hablar de lo que el arte habla”. La extensión de los textos contribuye a confundir los contenidos de ambas propuestas. La primera aborda de 1975 a 1992 en la colección del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, comisariada por su director, Juan Antonio Álvarez Reyes.
Quien firma la crítica habla de que es una exposición que trata de poner en valor los fondos del museo para, a continuación, preguntarse para qué sirven las exposiciones y cuál es su finalidad. Pasma el planteamiento, pues parece cuestionar de un plumazo la labor realizada por el CAAC que, me permito señalar, ha sido y es valorada muy positivamente por parte de la crítica especializada y el sector del arte en su conjunto. Que se plantee juzgar la trayectoria de este centro hablando de una exposición que no parece ser un punto central de su programación, sino una revisión de acompañamiento, sorprende.
Pero lo que produce todavía más estupefacción es la segunda que, con el título ya señalado, despacha una extensa propuesta que -comisariada por Armando Montesinos y Mariano Navarro-, con el título (Ex)Posiciones críticas 1975/1995-, analiza las proposiciones teóricas realizadas en el contexto español durante esas dos década, con comentarios del calibre “En el museo no destaca la existencia de múltiples criterios sino el hecho de lo poco que brillan los trabajos seleccionados” (¡!).
Veamos, esta macroexposición presenta 12 exposiciones que desde el punto de vista de los comisarios fueron clave en la articulación de los discursos teóricos y de las propuestas artísticas que se generaron en el arte español de ese periodo. Se podrá estar de acuerdo o no con el análisis que aquí se propone, pero juzgar si las piezas que formaron parte de aquellas exposiciones eran las mejores o peores de, por ejemplo, Ignasi Aballí, Dora García o Campano, resulta cómico ¡ERAN ESAS OBRAS CONCRETAS LAS QUE ESTABAN EN AQUELLAS EXPOSICIONES!
Y decir que “parece un bazar” es no haber entendido nada pues se hace convivir, cronológicamente, nada menos que 12 diferentes exposiciones. De lo que trata el proyecto, insisto, es de los discursos que en aquellos años se trazaron y con los que se puede estar o no de acuerdo en cuanto a su relevancia, pertinencia y aportación teórico/crítica. Pero ahí (qué casualidad) no se entra, y es que para entrar hace falta haber estudiado, leído y analizado, actividades que brillan en esas líneas por su ausencia.
Sin extenderme más: quien firma los comentarios aludidos ¿está de acuerdo, por ejemplo, con los análisis conceptuales de Ángel González, de Nacho Criado o Concha Jerez, o discute o defiende las propuestas teóricas de Mar Villaspesa o de José Luis Brea?
De otro lado, se dice que apenas había participantes en las sesiones de debate. Falso. Participaron alredor de sesenta personas en cada uno de los tres encuentros, cifra nada desdeñable; y se cuestiona también en ese artículo el dinero gastado en ellos. ¿Deberían los museos, según este criterio, eliminar la investigación y el debate teórico en sus programaciones?
Sería deseable escuchar/leer análisis de fondo que estuvieran elaborados sin tanta carga de prejuicios.