João Gilberto Noll en la Residencia de Estudiantes de Madrid.
Pese a tratarse de un desconocido para el mundo de habla hispana, Noll empieza poco a poco a ganar el espacio que se merece entre nosotros, gracias a las traducciones que la editorial Adriana Hidalgo viene publicando desde hace unos años (hasta ahora han salido Lord, Harmada, Bandoleros y A cielo abierto). En Brasil Noll es ya un clásico y un maestro para las nuevas generaciones de escritores más arriesgados y radicales. Por estos días está de paso por la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde dictará talleres y conferencias.
Su obra, parienta cercana de los libros raros de Clarice Lispector, pone a rodar el lenguaje desde adentro sobre una superficie pulida y transparente de aventuras vaciadas que tienen lugar en contextos urbanos familiares. Noll parece haber escuchado bien a Thoreau cuando denunciaba la militarización del lenguaje a través de la sintaxis, sólo que, en lugar de optar por la anarquía absoluta y abandonar la sintaxis, él prefiere pervertirla por dentro y la descarrila. En efecto, los ritmos de Noll parecen estar más cerca del free jazz que de las marchas militares, con síncopes, saltos, rupturas inesperadas de los compases, frases subordinadas que amenazan con romper las relaciones estables del significado, repeticiones… Gracias a ello, la experiencia de la escritura se transforma en una acción, en una verdadera performance. La lectura, por su parte, alcanza un extrañísimo estado que se podría describir como de epifanía apática.
Las novelas están protagonizadas por un único personaje, más bien, una misma voz con atributos externos que van variando de libro en libro. Y sin embargo, nada más lejos de una literatura psicologista, atada a una subjetividad determinada, con conductas causales e interpretables según los parámetros de alguna ciencia del comportamiento. Antes bien, la voz no hace otra cosa que mutar, transformarse, someterse a una experiencia límite de alteridad respecto de sí misma. Es una voz esquizoide, amiga de las polifonías dementes de Artaud y, sobre todo, de su cuerpo sin órganos. Así, más que máquinas de onirismo psicoanalítico en las que la consciencia individual juega a perderse para acabar reencontrándose a sí misma en una especie de comprensión trascendente del Ego, Noll abandona toda pretensión hermenéutica y se lanza a la exploración de lo que todavía ni siquiera es materia de comprensión, de sentido, lo todavía por nombrar.
Noll hace hagiografías pervertidas. Después de renunciar a todos sus vínculos terrenales (familia, obligaciones con la sociedad y el Estado), sus personajes han olvidado que se dirigen hacia la santidad, de hecho ya ni siquiera la buscan. Parecen haberse quedado atrapados en esa etapa de la ascesis en la que Dios se ausenta o calla para poner a prueba su fe y ellos ceden a todas las tentaciones del diablo con indiferencia, sin la mediación del deseo.
Un autor raro y necesario.