Google, que no todo lo encuentra, casi circunscribe a Rubem Fonseca a la novela negra. El brasileño recurre a sus clichés para subvertirlos: tras rascar una primera capa de entretenimiento pulp, nos topamos con una verdad –ahora sí– incómoda. En su obra, que abarca narrativa breve, novela y guiones cinematográficos, Fonseca propone detectives y balas de más como elementos para armar un retrato sociológico: aunque reconocemos tiempo y geografía (Brasil, segunda mitad del XX), un cambio de coordenadas mantendría la verosimilitud de esos personajes sin rumbo, casi sin motivos por esgrimirlos –a la vez– todos.
RBA recupera El cobrador, publicado en 1979 y traducido al castellano un año después. Un volumen con dos caras: aquélla en la que se regodearán los amantes del género (abundan los crímenes, intereses creados y femmes fatales en relatos como Encuentro en el Amazonas o Mandrake, que protagoniza su personaje fetiche), y otra que a su vez se fragmenta para hablar de diferencia de clases, errores históricos… En el relato que cierra y nombra, un psicópata decide no pagar más y arremeter –Magnum mediante– contra quien se cruza en su camino. No lucha contra la injusticia general ni aspira a cambiar la sociedad, sino que –producido por ella– sobrevive como consecuencia de nuestra degradación. El cobrador, entonces, extiende con razón su mano y su pistola: le debemos algo.
Un amigo traiciona a otro por dinero en “El juego del muerto”, el mejor de los cuentos –tanto por su crescendo como por la armonía que logra entre los dos Fonsecas– pese a una moraleja poco acostumbrada, pero que refuerza la decisión casi metáfora del protagonista: si una apuesta te empuja a ordenar un asesinato, poco te importará morir. «Todo arte es simbólico, ¿pero no sería preferible, más simbólico, escribir sobre personas que se matan?», se pregunta el escritor pedófilo que conduce Pierrot de la caverna. Y más: 1984 en una residencia de ancianos, informes policiales que se transforman en secos microcuentos… Rubem Fonseca merece la falta de prejuicios, la capacidad para sorprenderse: no en vano, Thomas Pynchon aseguró que «lo mejor de su obra es no saber adónde nos va a llevar. Siempre que comienzo un libro suyo es como si sonara el teléfono a medianoche: ‘Hola, soy yo. No vas a creer lo que está sucediendo’».