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lunes, 24 de marzo de 2014

ERNESTO NETO: EL CUERPO QUE ME LLEVA. MUSEO GUGGENHEIM BILBAO

Por: Sema D’Acosta
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El tiempo lento del cuerpo que es piel (O tempo lento do corpo que é pele) 2012. Cortesía:Guggenheim Bilbao. 

Todas las obras de Ernesto Neto (Río de Janeiro, Brasil, 1964) poseen algo innegablemente sensitivo, orgánico. El artista brasileño entiende sus esculturas como cuerpos vivos y cambiantes con los que interactuamos y establecemos conexiones. Según su propia percepción de aquello que nos rodea, el entorno en el que nos hallamos no es una imagen abstracta ni debe ser valorado a partir de conjeturas teóricas, sino que es algo concreto y tangible como cualquier elemento integrante de la Naturaleza. A veces táctil, a veces oloroso, a veces incluso desagradable, pero siempre algo empírico que podemos establecer o percibir por nosotros mismos. En este sentido su trabajo enlaza con los planteamientos del filósofo ingles John Locke, cuyo argumento principal sostenía que el verdadero conocimiento se centra en nuestra experiencia del mundo; no en el mundo en sí, sino en cómo nosotros experimentamos el mundo, una afirmación que antepone materia a pensamiento y bordea así los preceptos epistemológicos que se sustentan en la especulación de las ideas, una amplia superficie indeterminada y gaseosa –más común de lo que parece en arte contemporáneo–, que olvida en demasiadas ocasiones la relevancia del contacto con las cosas.

 

La gran exposición de Neto en el Guggenheim de Bilbao supone la conversión del museo en un lugar cercano y casi entretenido para el público, que pasa de observar con distancia y admiración piezas con aura en un espacio sobrecogedor a divertirse sorprendido mientras pasea con sus hijos o los amigos, habitando las obras como si entrase en los interiores de un universo fantasioso irrigado de lugares insólitos donde lo que sucede es igual de importante que lo que se ve. El cuerpo que me lleva más que una muestra de piezas concretas es una apropiación de las salas para crear en ellas una suerte de ambientes sugerentes que implican al visitante y lo hacen partícipe de un acercamiento a los orígenes del hombre, renunciando a cualquier atisbo tecnológico en pos de lo artesano o creando con las manos universos básicos y primitivos que se identifican con la cultura popular y no tanto con la intelectual. Áreas blandas elaboradas con nudos y paredes de urdimbre hechas con ganchillo, bulbos dúctiles que caen del techo y se desparraman por el suelo o armazones realizados en lycra translúcida como si fuesen la piel de algo que no conocemos pero sentimos familiar, contextos activos que nos envuelven en una especie de cuerpo-arquitectura-paisaje que convierte el itinerario en un paseo multisensorial donde además de las insinuantes variaciones cromáticas de los tejidos tintados que advertimos, pueden oírse instrumentos musicales o distinguirse perfumes provenientes de las bolsas de semillas y especias que cuelgan de algunos rincones.

Un aspecto de especial relevancia en esta retrospectiva son las cuestiones autobiográficas, muy presentes en la mayoría de los environment que se distribuyen por la segunda planta del museo. A veces esas referencias tienen que ver con su ciudad natal, un lugar que nos invita a conocer a través de la historia de un vendedor ambulante (Vendo caramelos, 2014) para introducirnos en la cultura de la calle en la que se crió. Otras apela a la recuperación de tradiciones o modos de vida de pueblos indígenas de su país, sociedades primitivas que viven en comunidad agrupadas alrededor de la casa, eje de la convivencia de la tribu y membrana permeable que es al mismo tiempo refugio y punto de encuentro (La Casa de los Sueños, 2014). Las intervenciones retoman, amplifican o adecuan obras anteriores, algunas de singular significación para el artista como la adaptación de Nave Útero Capilla II (2013), una versión de la carpa que sirvió de escenario a la boda con su mujer en 2001, embarazada entonces del que sería su primer hijo. Este habitáculo blanco pensado a modo de túnel luminoso, está construido con poliamida y para acceder a él hay que descalzarse y andar por un paraje inestable pero al mismo tiempo grato y atrayente.

Heredero de una tradición formal genuinamente brasileña como el Neoconcretismo, donde se pone especial énfasis en la intuición, este movimiento rupturista desarrollado en la segunda mitad del siglo XX por autores como Hélio Oiticica, Lygia Clark o Lygia Pape ha marcado su manera de entender la relación entre arte y vida, fusionando ambos campos en una aleación que prescinde de lo superfluo que se deriva de las Bellas Artes para centrarse en las personas y en sus modos de vincularse con la Naturaleza, promoviendo el intercambio entre el observador y el creador además de abolir el rol tradicional del objeto como forma contemplativa. De hecho, los laberintos de configuraciones imprevisibles y espontáneas de Neto toman cada lugar donde se exhibe su trabajo como si fuesen organismos vivos en expansión que ocupan un hábitat pródigo que le es favorable, una atmósfera permeable que hace confluir en un mismo vector obra, espacio y espectador. En esta exposición pensada ex profeso para el Guggenheim vasco, hay elementos característicos que funcionan bien entre ellos y establecen una especie de paralelismo razonable, caso de las formas orgánicas de la superficie exterior del edificio diseñado por Frank Gehry y las instalaciones seudo-biológicas del interior, particularmente la que suspende del atrio principal. También se establecen relaciones antagónicas entre el peso rotundo de las piezas de Richard Serra y las livianas gasas y telas del brasileño. Ambos nos hablan de la gravedad pero cada uno desde posiciones diametralmente diferentes.  

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