Un retrato de Ciudad Júarez
La obra de Teresa Margolles funciona a través de dinámicas de investigación que contienen muchos elementos policiales, y se construye desde procesos relacionales. El trabajo avanza recopilando indicios y construyendo hipótesis que concluyen en hallazgos de una poética extrema y seca, bajo el aspecto de una arqueología contemporánea como site-specific.
“El testigo” es el resultado de un proceso de investigación sobre la situación de Ciudad Juárez, desarrollado a lo largo de cinco años, y que esboza el retrato de una ciudad en descomposición, corroída por la violencia.
Durante años su obra ha abordado la violencia como un sistema económico que sostienen, en dosis interdependientes y complementarias, la corrupción de las instituciones del estado (por tanto léase la ausencia de estado) y los entramados de la delincuencia organizada en torno al tráfico de drogas, que a la vez controla la prostitución y el tráfico y eliminación/asesinato de personas. Si en proyectos anteriores el análisis de la violencia abordaba detalles concretos, como el ajuste de cuentas o el femicidio, en “El testigo” se subraya el efecto general de la violencia sobre un territorio, sobre una ciudad. El paisaje entonces se define desde la devastación, desde el efecto directo de la violencia generalizada en las vidas cotidianas de las personas que lo habitan, generando miedo, éxodo, abandono y, también, resistencia.
El espectador se sumerge en un “archivo” sensorial de experiencias. Primero el sonido del miedo: un pasillo sonoro de los lugares de los ajustes de cuentas y los asesinatos o la música de la radio. Después, la representación visual de las noticias desde las portados del diario local PM: a lo largo de 2010 las 365 portadas del diario reproducen de manera incesante imágenes de cuerpos asesinados y mutilados junto a la fotografía de “la chica del día”, siempre ligera de ropa. Los textos en letras rojas aclaran los procedimientos: destrozado, decapitado, destazado, acribillado, quemado, embolsado, calcinado, despedazado, ejecutado, clavado a un árbol, acuchillado, torturado, crucificado…. Los números, el género o las profesiones dan cuenta de dimensiones que se mantienen constantes: 4, 22, 3, 9, 10, 17 más, 16, pareja, damas, policías, mujeres, ministerial, niños, familia, hermanitos… Como anécdota, en todo el año, aparece solo una imagen de portada que no está relacionada con crímenes: se trata del día (22-6-2010) en el que la selección de fútbol de México se clasifica en un campeonato, aún perdiendo contra Uruguay. No obstante para mantener el tono truculento de las portadas del diario, y no alarmar a los lectores, bajo el titular “Califica México perdiendo”, la foto muestra a un jugador de la selección tendido en el césped, con las manos en la cabeza, como si hubiera sido herido de muerte.
El paisaje de la ciudad ofrece la desolación que implica el éxodo y la huida para salvar la vida. Casas, restaurantes, bares, comercios y clubs nocturnos que han sufrido incendios, tiroteos o asaltos, con las puertas y ventanas desvencijadas se venden. Otras edificaciones aparecen semiderruídas, cerradas a cal y canto, definitivamente abandonadas, y hay pocas esperanzas de que puedan acceder a una segunda vida, menos aún a una vida mínimamente decente o digna. El entorno devastado lo confirma.
Ciudad Juárez, situada en la frontera con los EE.UU., frente a la ciudad tejana de El Paso, adquirió un gran impulso económico como sede de maquilas y centro comercial fronterizo en los años 70, y se convirtió en una de las ciudades con mayores incentivos para invertir de México, pero el auge del narcotráfico, el crimen organizado y una incontrolable ola de secuestros, violación y asesinatos de mujeres, que siempre quedaban sin investigar y por tanto impunes, convirtió a la ciudad en un infierno, desde mediados de los años 90. La violencia y la impunidad, fruto de la corrupción, han desestructurado el territorio.
Para enfrentarse con esta realidad, Teresa Margolles toma a los árboles, heridos por las balas de los tiroteos que aparecen con frecuencia en las aceras y arcenes de las calles, como testigos mudos de la tragedia.
En 2012, la artista adquiere una de las numerosas casas abandonadas de la ciudad y procede a su demolición. Los escombros son triturados y compactados para ser transportados y luego exhibidos como un bloque. Posteriormente a lo largo de la muestra se procede a la acción de extender los restos por la superficie de la sala.
El trabajo de Teresa Margolles, no se detiene en la recopilación de datos o en la construcción de archivos visuales o documentales, sino que procede a una manipulación que contiene aspectos rituales, y que deben ser entendidos como acciones de rescate o de esperanza, en cierto modo terapéuticos que propicien una sanación simbólica del dolor infligido. La participación del espectador tiene como objetivo establecer un vínculo sutil y mudo con las víctimas, y en todo ello interviene una cierta mecánica de compartir, que tiende a redefinir la idea de compasión, y otorgarle su sentido original de compartir el dolor: “con-pasión”.
Las voces de las víctimas, de los habitantes de Ciudad Juárez se escuchan en diversas pantallas de un pequeño centro de documentación que ofrece una hemeroteca seleccionada de estos años negros de la ciudad.
El proyecto entrecruza así diversos procesos y herramientas de acercamiento al problema, desde la aproximación documental a la acción o a la construcción de un archivo, desde la demolición como site-specific a su reconstrucción como escultura y su trituración como metáfora de los procesos inversos de reconstrucción simbólica.
Este proyecto, comisariado por María Inés Rodríguez, actual directora del CAPC de Burdeos, fue inicialmente presentado en 2012 en el MUAC de México DF, y posteriormente en 2013 en la Kunsthalle Baden-Baden.