De la humillante frialdad del medio cultural español en esta hora ha sido un buen termómetro el ignaro silencio con que se ha recogido en los medios de comunicación del país el fallecimiento, el día 15 pasado, de Arcadio Blasco (Mutxamel, Alicante, 1928).
Quiénes vivimos los años previos a la muerte del general golpista Francisco Franco y los hoy mitificados y tergiversados de la transición admiramos no sólo su trabajo artístico, en el que fue figura singular no solo en España, también reconocida internacionalmente, sino y sobre todo, sus actitudes ética y política, su compromiso con las libertades y los derechos de la persona y su alineamiento permanente con quiénes buscaban una sociedad mejor y más justa, tanto en aquellos años oscuros como, posteriormente, durante la débil democracia que vivimos. Una postura y una conducta que no es extraño que se menosprecien en estos tiempos en los que de nuevo la mediocridad satisfecha y el autoritarismo sin legitimidad enfangan la vida de la nación.
Formado como pintor y viajero (obligado) por Italia, donde tuvo el primer contacto con los alfares, halló en el barro y en la cerámica los materiales con los que conjugar su interés por la tradición popular y la creación contemporánea.
Coetánea a la cerámica es la realización de vidrieras para iglesias y templos realizadas en colaboración con varios amigos arquitectos, José Luis Fernández del Amo, Luis Feduchi, Antonio Fernández Alba y Miguel Fisac, entre otros. De ellas destacan las de la catedral de Tánger, que hizo en los años sesenta.
Arcadio Blasco expuso sus “cuadros cerámicos”, verdaderas pinturas informalistas en las que aplicaba los esmaltes con la técnica del dripping pollockiano, junto a las figuras fundamentales del Paso y de los principales pintores abstractos españoles durante los años sesenta y setenta. En 1970 representó a España en la edición de la Bienal de Venecia con una de sus Propuestas ornamentales, desaparecidos ya los colores brillantes, mas interesado por los terrosos de la cerámica cruda y las formas arquitectónicas. “Mis piezas están entre la escultura y la tinaja”, decía con especial gracejo.
En su taller de Majadahonda se iniciaron en la cerámica Lucio Muñoz, Alfredo Alcaín, José Vento, Eusebio Sempere, Manuel Mompó, Pepe Hernández, Josep Guinovart, Eduardo Sanz, Isabel Villar, Salvador Victoria, Pablo Serrano, Juana Francés y Juan Genovés y también participó Joan Miró, quiénes realizaron una serie de platos decorados siguiendo técnicas tradicionales españolas alejadas de las italianas propias de Talavera o Manises.
Los títulos de sus obras entonces nos dan una idea de sus intenciones: Asiento para garrote vil, Recinto para el asesinato legal, Guillotina para dedos, etc. La serie Arquitecturas para defenderse del miedo, etc.
En el año 75, vivo todavía el dictador, participó enérgicamente en las manifestaciones y actividades contra la reforma de la Ciudad Lineal de Arturo Soria y especialmente del Barrio de Portugalete, en el que residía. Tuvieron especial difusión las pinturas murales realizadas por artistas plásticos bien conocidos en aquel momento, como el propio Arcadio Blasco, Juan Genovés, José Duarte, Lucio Muñoz y otros. Acusado de ultraje a los símbolos nacionales fue juzgado y procesado por los tribunales encargados de la represión política.
Desde los años ochenta instaló su residencia en su pueblo natal, participó en importantes estudios sobre la cerámica nacional y la preservación de los viejos talleres, prosiguió su labor con una especial dedicación a lo público. Consideraba sus trabajo monumentales como la creación de “contenedores que encierran un espacio”, una experiencia singular en aquellos años y que se anticipaba, de un modo particular, a experiencias posteriores de la escultura.
No tuve la fortuna de tratarle, pero sí nos conocimos, y en circunstancias especiales. Arcadio Blasco participaba junto a su hijo Isidro en la muestra conmemorativa del centenario del nacimiento del Presidente Salvador Allende, Homenaje y Memoria, que tuve el honor de comisariar en el Centro Cultural la Moneda, de Santiago de Chile, en junio de 2008. Arcadio estaba representado por una cerámica, Refractario de chamota, con cierto aire de cuaco, que donó tan pronto se puso en marcha el proyecto de los museos de la Resistencia, que siguieron al golpe pinochetista de 1973; Isidro, por un proyecto específico, ideado y creado para la exposición y donado al museo, la reconstrucción fotográfica de la cocina de la casa de su padre, que en un video desgranaba los recuerdos de la época de Allende y otros relativos a la lucha clandestina contra el régimen franquista. Recuerdo un ameno desayuno, a su llegada a la ciudad, en la que conversamos largamente los tres sobre casi todas las cosas.
Curiosamente, aunque Arcadio Blasco tenga obra en el MNCARS y en otros museos, es en el Museo de la Solidaridad, gracias a Isidro, donde se encuentra quizás el testimonio más emocionante sobre su inigualable persona y su ya tristemente obra cerrada.
Recomiendo la lectura del artículo de Josep Pérez Camps, “Arcadi Blasco. Itinerario de un compromiso con la cerámica”. [Artículo publicado en IV Bienal Europea de Ceràmica. Manises, Ayuntamiento de Manises, 1999, pp. 63-105. I.S.B.N.: 84-921777-1-3]. http://www.manises.es/manisesPublic/museo/colecciones/arcadi.html