Palacio de Cristal del Parque del Retiro. Madrid
Si había algún lugar donde el trabajo de Mitsuo Miura (1946, Iwate, Japón) podía adquirir aún más sentido, más capas de insinuación, de interpretación o de experiencia… Si había algún lugar, ese debe ser el palacio de Cristal del Retiro madrileño.
Ahora mismo, Memorias Imaginadas ya pertenece a los visitantes de uno de los más bellos rincones de ese parque. Lo normal será que en los días soleados que llegarán hasta el otoño, el paseante entre en el Palacio de Cristal guiado por la simple curiosidad de (re)conocer el lugar. Y encontrará un espacio semitransparente, marcado por sus nervaduras de hierro industrial añejo (1887). En él, unos círculos de diferentes diámetros (en torno a un metro), pintados en colores suaves, situados por parejas en el suelo y colgados del techo. Además de ello, una línea discontinua de marcas azules en la base de albañilería del edificio. Eso es todo. Y nada menos.
La primera impresión quizás sea de extrañeza. El arte tiende a reclamar su presencia, su protagonismo. El contenedor, salvo en ocasiones específicas, suele ser tratado como con cierto desdén, un espacio con el que se ha de luchar y cuya importancia es meramente funcional. Por otra parte, el Palacio de Cristal es muy fuerte en su transparencia y en pocas ocasiones se ha producido en él algo realmente notable. Y sin embargo, es posible. En 1987 Harald Szeeman colocó en ese espacio las cenicientas esculturas de Cy Twombly sobre pedestales blancos en la idea de que, bajo el sol de Madrid, aún más vibrante en el Palacio de Cristal, los contornos de aquellas pequeñas piezas resultaran casi tan difíciles de percibir cómo en la oscuridad. De pura claridad.
En esta ocasión, la estrategia ha sido muy diferente. Mitsuo Miura ha sembrado el espacio de columnas inmateriales, invisibles, alzadas entre cada pareja de discos y que dibujan otra arquitectura dentro de la arquitectura, casi del hierro y el vidrio. El nuevo edificio virtual apenas interfiere con el anterior pero se hace efectivo de manera similar. Es el repositorio de los recuerdos de Miura, de tantas y tantas veces como habrá pasado por allí y en cierto momento me pareció relacionado, tal vez por vía inversa, con ese inmenso sagrario que es la Sainte Chapelle de Paris. Una digresión un poco traída por los pelos, pero muestra de las muy diferentes ideas y sugerencias que pueden surgir en esta obra. En la obra, no hay fuera de ella.
Hay otro aspecto que debe mencionarse. El sonido. Normalmente el Palacio de Cristal habita en el sonido de cantos de pájaros, gorriones en su mayoría. Es curioso, porque lo que en otros lugares suele ser una algarabía constante o algún canto aislado y su respuesta, aquí parece un coro de improvisación libre, pero tampoco abrumadora. Es como si todo se aliara para darle aún más fuerza a esta superposición de sentidos y de sus objetos.
Mitsuo Miura es de esos artistas que no solo inspiran con su obra, sino con su personalidad, con su aura. Son maestros de muchos y siempre permanecen discípulos, abiertos a la vida y a su discurrir. Memorias Imaginadas no es solo una obra, una instalación, un algo. Es mucho más. Es alguien.