Edith, Chincoteague Island (Virginia), 1967. / EMMET GOWIN, CORTESÍA PACE/MACGILL GALLERY, NEW YORK
La gran retrospectiva del fotógrafo norteamericano Emmet Gowin (Danville, Virginia, 1941), que ofrece la Fundación Mapfre, nos muestra a un autor original y sensible que ha gozado de menor difusión de la que merece. De hecho, esta es su primera exposición en España y la más amplia que se le dedica en Europa. Las doscientas fotografías que se muestran abarcan toda su producción, desde 1963 hasta hoy; su trabajo más reciente (fotografías aéreas de la comarca de Guadix-Baeza) pertenece a 2012 y ha sido realizado expresamente para esta exposición.
Las diferentes vías que ha transitado Emmet Gowin configuran una trayectoria que desde mediados de los años sesenta experimenta en el medio fotográfico sin perder de vista a los grandes clásicos, como Eugène Atget. Observador minucioso, su mirada se detiene en los aspectos mínimos y cotidianos del mismo modo que en los escenarios inabarcables.
«Cuando amas a alguien le prestas toda tu atención» señala Gowin para explicar que uno de los ejes de su producción se haya centrado en el retrato de su mujer, Edith, a lo largo de cinco décadas. Son estas unas imágenes que no parecen haber sido captadas con el propósito de ser expuestas; su cuerpo, su silueta, sus gestos, la intimidad que nos ofrece habla de los sentimientos del hombre que explora cada rasgo de la mujer que ama, no buscando su idealización sino su realidad, captando el paso del tiempo y la tranquila cotidianidad; el espectador percibe que está entrando en un territorio privado, en una complicidad entre fotógrafo y modelo no pensada para mostrarse a ojos ajenos.
De ese entorno familiar, donde también los hijos ocupan un lugar importante, se pasa a otras series donde la naturaleza y los espacios abiertos son protagonistas. Gowin se inició en la fotografía aérea y centraría su atención durante años en los paisajes devastados; de las consecuencias de la erupción del volcán Santa Elena a aquellas otras causadas por la acción humana. Minas a cielo abierto, ya abandonadas, en Checoslovaquia, desiertos del Medio Oeste de las Estados Unidos, que guardan las cicatrices de pruebas nucleares llevadas a cabo durante décadas, desolados escenarios fabriles o ciudades también abandonadas configuran un trabajo intenso, cargado de emoción y, a la vez, de una objetividad distanciadora. Esa objetividad de entomólogo, y su pasión por la biología, configura otra vía donde las mariposas nocturnas son protagonistas de sus imágenes.
Gran viajero, siempre al margen de movimientos y corrientes estéticas, Gowin ha explorado caminos muy personales con su cámara, siempre utilizando blanco y negro. Su lenguaje tiene algo de intemporal y en él se reconoce su admiración por figuras como Walker Evans, Cartier-Bresson, Robert Frank o Harry Callahan, de quien fuera aventajado alumno en la Rhode Island School of Desing.
Recomendable exposición que ha sido comisariada por Carlos Gollnet y que permanecerá abierta hasta el 1 de septiembre en La Fundación Mapfre (General Perón, 40)