Recomendable lectura la que nos ofrece este viejo roquero, filósofo por formación, musicólogo, compositor y poeta –Premio Nacional de Músicas Actuales 201– con amplia obra musical y literaria publicada, desde el barro fértil del Ebro y empapado de otros muchos caudales hídricos y culturales, y que acomete en su libro “El ritmo perdido” (editorial Península) indagando el rastro musical negro a través de nuestra historia y huellas sonoras.
Compleja labor en esta tierra cruce de pueblos, de fronteras desplazadas una y otra vez, donde unos encontraron cobijo y otros debieron abandonar por la fuerza, con la añoranza de un regreso que no fue. Y todos con sus recuerdos en canciones y bailes que ayudaban a mantener cohesión e identidad, y consolaban la tristeza de todo un mundo perdido. Hay también referencias de músicos viajeros de culturas lejanas o de esclavas cantoras de uno y otro credo cuyo rastro nos lleva por cauces y fuentes históricas o literarias muy diversas.
Además de las fuentes bibliográficas, este libro deja espacio a la imaginación de lo que pudo ser la base, secuencias rítmicas que orientan en su origen a determinadas formas de versificar o bailar, cantos corales, ritmos de tambores o de palmas que ayudaron a la organización del trabajo. Y es que no es fácil seguir materia tan volátil desde la transmisión oral en muchos casos y en un país de herencia cultural compleja como la nuestra, en la que, además, poderes obtusos han determinado periodos uniformadores que obligaron a trazar cauces tortuosos y, a veces, subterráneos.
Con vaivén irregular nos lleva del ritmo majurí al zejel, la jarcha, el guineo, la zambra, la zarabanda, los tangos o la habanera, rescatando de nuestra desmemoria mestiza personajes como Ziryab (789-852) esclavo liberto de origen persa, maestro de laúd en la corte cordobesa de Abderramàn II, o Ibn Bâdja ‘Avempace’ (1070-1138) filósofo y músico de la Zaragoza árabe, o aspectos terribles pero tan olvidados como los mercados de esclavos negros en nuestra península donde eran marcados en las mejillas con las iniciales S-I, sine iure, sin derecho. Auserón habla de cómo se inició presencia negra a partir del siglo IX, traídos por árabes y bereberes como cautivos de guerra, y su presencia en nuestra geografía durante siete siglos, incrementada con la trata atlántica. También sigue la estela de trovadores en las cortes de Alfonso VIII de Castilla, Alfonso II de Aragón o enumera los juglares a sueldo en la corte de Sancho IV de Castilla : «trece moros, dos de ellos mujeres, doce cristianos y dos judíos más otros dos moros a quien se paga en paño» según cita de Menéndez Pidal.
Luego repasa de forma minuciosa los personajes negros en los entremeses y otras obras de nuestro Siglo de Oro, analizando la mentalidad que transmite cada autor a través de los personajes y la evolución que se percibe hasta «su asimilación a la cultura dominante con la negritud esclavizada y su alteridad anulada». Después revisa aspectos del flamenco, reducto de estas esencias rítmicas, (¡ay, esos tangos y tanguillos de la Niña de los Peines!). Sigue la travesía de ida y vuelta al mundo colonial, de donde resurge enérgico el ritmo Perdido, para acabar con investigaciones de los propios musicólogos africanos.
Y así en este viaje sobre aguas turbulentas van alternándose paginas de historia y Literatura de investigación sobre ritmos, datos curiosos, reflexiones y párrafos de prosa poética en un viaje paralelo de disfrute y reflexión, pues como señala el autor citando palabras del trovador Giraut de Cabrera, que instruía a su juglar: «poco saber podrás tener sin salir de tu región».