ALIGHIERO BOETTI Sedia y Scala, 1966. Colección Margherita Stein. Cortesía: IVAM
Detrás de una colección existen puntos de vista personales, filias y fobias, acontecimientos temporales y explicaciones que tienen que ver con las circunstancias del mercado del arte. Pero más allá de estos aspectos, la avidez que todo coleccionista alberga esconde una forma de reconstruir el mundo, una selección donde la curiositas es el primer paso a la obsesión o al placer del objeto hallado.
En este “rastreo” cabría recordar cómo la historia era auxiliada en el siglo XIX por la filología y la arqueología, porque había que nombrar los espacios de una epocalidad. Es lo que ocurre con la colección de Margherita Stein (que empleó el nombre y apellido de su marido), que –como afirmaba Jean Louis Maubant – creó una galería “centrípeta”, que reunía en torno a exposiciones, performances y veladas de debate a numerosos intelectuales y artistas, especialmente a los que identificamos con el Arte Povera.
Aparece así el relato expositivo de un grupo heterogéneo, iniciado por un diálogo idóneo entre Fontana y Melotti, para dar paso a grandes ejes como Fabro y Merz, pasando por felices sorpresas, como la reconstrucción de la exposición de Boetti en el Turín de 1967. Esto hace que el espectador se sumerja en distintos estadios de una inquietud común, donde artistas menos conocidos como Uncini, Lo Savio o Colla se relacionan sin complejos con los Pistoletto, Kounellis, Manzoni... dando pie incluso a elocuentes conversaciones, como las mantenidas a lo largo de los años entre Mario y Marisa Merz.
De esta forma, se configura una reconstrucción histórica que consigue la armoniosa sucesión de obras que, sin embargo, gritaron con fuerza en su época. Así, se detecta –como señala Francisco Jarauta– una primera lectura que «nos permite entrar en el amplio debate de ideas que recorrió de una forma plural las diferentes disciplinas artísticas a partir de los últimos años cincuenta y que interpelaron los conceptos y estrategias que comenzaban a delinearse para la construcción de una civilización postindustrial, base de la actual».
Sistema del arte, análisis social y crítica política deben entenderse, pues, indisolublemente unidos a los conocidos desarrollos formales de distintos argumentos del espacialismo, la simplificación de los procesos dentro de la relación entre el objeto y su configuración y ese «empobrecimiento de los signos, reduciéndolos a arquetipos», que popularizara Germano Celant acerca del Povera, para acabar hablando de la simbolización de la mercancía; un estallido que, sin embargo, ya queda asumido e institucionalizado dentro del mercado del arte.
No obstante, aún es apreciable en estos otros hijos del 68 ese radicalismo conceptual dentro de la versión europea del final de las vanguardias, tal y como planteó Celant. Es éste un periplo que, si bien se centra en los sesenta y setenta, también abarca la evolución constante del lenguaje de sus protagonistas, acercándose a nuestros días. Son las principales derivas de uno de los grandes movimientos del final de siglo XX italiano, un período difícil de revisar, como se puso de manifiesto en Italics, la polémica exposición comisariada por Bonami, donde hubo autoexclusiones como la de Kounellis, o la exposición de Celant en el Guggenheim de Nueva York.
Pero esta exposición es el producto de los gustos de Margherita Stein, de ahí ausencias como la de Burri, considerado en Italia como un artista más cercano al informalismo y la abstracción lírica, pero con el que, sin duda, también se podría establecer un interesante diálogo. En definitiva, es una mirada personal y privilegiada a uno de los movimientos más extremos y ajeno a los convencionalismos de las últimas décadas, que ahora se muestra como homenaje póstumo a Jean Louis Maubant.
1.- Jean Louis Maubant, comisario de esta exposición junto a Francisco Jarauta, falleció el día 5 de septiembre de 2010, apenas un mes antes de la inauguración