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lunes, 6 de junio de 2016

Bienal de Venecia 2016. 15º Mostra Internazionale di Architettura

Por: Pedro Medina
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Cortesía: Bienal de Venecia

Más allá del frente, una mirada expandida

Punto de partida de Reporting from the Front
La Bienal de este año llama poderosamente la atención desde el primer momento debido a la imagen de una mujer que otea el horizonte desde una escalera situada en un desierto. ¿De quién se trata?

Alejandro Aravena comienza la descripción de su Bienal dándonos la respuesta: «durante su viaje a América del Sur, Bruce Chatwin encontró a una anciana señora que caminaba por el desierto transportando una escalera de aluminio a la espalda. Era la arqueóloga alemana Maria Reiche, que estudiaba las líneas de Nazca». Donde la mayoría veía solamente piedras, Maria descubría pájaros, jaguares, árboles o flores, gracias al cambio de perspectiva producido al subirse a lo alto de la escalera.

Esta situación le permite establecer al arquitecto chileno dos postulados para la arquitectura actual. En primer lugar, Maria Reiche no tenía dinero para alquilar un avión, pero sí era suficientemente creativa para observar desde lo alto las misteriosas líneas, por tanto, Aravena la pone de ejemplo para lanzar un mensaje: «contra la escasez de medios: la inventiva». Por otro lado, podría haber utilizado algún medio de locomoción, lo que habría acelerado su estudio, volviéndolo también más cómodo, pero esto podía destruir su objeto de estudio, por lo que podemos deducir que realizó una valoración inteligente de la realidad y procuró cuidarla: «contra la abundancia: la pertinencia».

 

Por esto mismo, confiesa: «nos gustaría que la 15. Mostra Internazionale di Architettura ofreciese un nuevo punto de vista como el que Maria Reiche tenía desde lo alto de la escalera. Frente a la complejidad y la variedad de los desafíos que la arquitectura debe afrontar, Reporting from the Front tiene la intención de escuchar a aquellos que han sido capaces de aportar una perspectiva más amplia y que, por consiguiente, pueden compartir su conocimiento y experiencias, inventiva y pertinencia con quien entre nosotros permanece con los pies en el suelo».

Para tal fin, ha partido de las siguientes consideraciones, demostrando desde el principio una preocupación por exhibir también los modos en los que se ha realizado esta edición:
- Los temas son entendidos como problemáticas por afrontar: desigualdad, sostenibilidad, inseguridad, segregación, tráfico, contaminación, derroche, migración, desastres naturales, casualidad, periferias, carencia de alojamientos…), es decir, hay que responder a situaciones en las que las necesidades primarias y los derechos humanos corren peligro. Estas cuestiones se combinan con otras como la mediocridad, la banalidad y la monotonía de los lugares en los que vivimos, para reflexionar, en definitiva, sobre la calidad de vida.

- Proyectos: tras brillante proceso de investigación –uno de los comentarios más escuchados durante la vernissage remitía el descubrimiento de trabajos poco habituales en las revistas de arquitectura–, se pretende dar a conocer su historia, desde los momentos críticos a las estrategias activadas.

- Arquitectos (o profesionales): se parte del diálogo con expertos admirados con una producción cualitativamente constante. Sin embargo, si bien la mayoría son arquitectos, se constata pronto que la práctica arquitectónica también se da en otro tipo de disciplinas y procedencias, lo que ha creado un panorama muy variado; a pesar de reconocer que no se han plegado a cuota alguna (geográfica, de edad o género).

- Candidaturas espontáneas: también se han incluido proyectos ofrecidos por particulares, de ahí incluso la presencia de alguna tesis.

A partir de ahí un diálogo intenso con todos los implicados para llegar a la selección final, que no solamente aparece como anécdota en alguna rueda de prensa, sino que está muy presente en el catálogo y también en vídeos que cuentan las discusiones sobre el comisariado al inicio del recorrido expositivo, dando claras muestras de la necesidad de exhibir el proceso de generación de esta Bienal. Esto sirve para poner en evidencia algunas características: se tiende a propuestas poco convencionales y sobre todo se «evitan tendencias y modas», rechazando la tentación de inútiles oropeles, pero esto no implica dejar fuera proyectos más convencionales, pero capaces de responder con coherencia y precisión a lo solicitado, perviviendo en el tiempo.
En definitiva, se trata de «juntar una cierta ‘masa crítica’ de arquitectos, más o menos jóvenes, más o menos famosos, que fueran en busca de un infinito sin tiempo, incluso permaneciendo deseosos de responder a los desafíos de nuestra época». Y en esta selección, se impone que sean los trabajos los que hablen, más que sus creadores, evitando voluntariamente que se imponga un sistema de archistars, no totalmente excluido, pero que no corresponde al espíritu de esta Bienal. Son casos que «afrontan un problema importante y para el que una arquitectura de calidad ha supuesto la diferencia».

Todo esto parece confirmar la imagen previa que muchos tenían del Pritzker Alejandro Aravena, conocido por el compromiso social, ejemplificado por el trabajo de su estudio en el campo de las infraestructuras, de los espacios públicos y los proyectos de construcción de bajo coste. Sin embargo, el propio Aravena afirma que usaría con mucha cautela el adjetivo “social”, porque «la arquitectura no puede más que ser social, por su misma naturaleza. El problema de la arquitectura es el de entender las fuerzas en juego y cómo estas fuerzas pueden determinar la forma de los lugares». Así, «para poder trabajar de manera eficaz lo que sirve es la calidad profesional, no la caridad profesional».

Aclarado esto, manifiesta con rotundidad la propuesta principal de su comisariado: «por una parte, querríamos ampliar la gama de las cuestiones para las que esperamos que la arquitectura suministre respuestas, añadiendo a las dimensiones artísticas y culturales que ya pertenecen a nuestro ámbito, las sociales, políticas, económicas y ambientales. Por otro, querríamos indicar un hecho: la arquitectura está llamada a responder a más de una dimensión a la vez, integrando más sectores, en vez de elegir uno u otro».

De esta forma, no se promete un punto de llegada, sino solamente un punto de partida desde el que identificar las preguntas actuales para la naturaleza común de la arquitectura. La consecuencia se puede adivinar rápidamente: la ampliación significativa del papel y lugar del arquitecto; es decir, no va a haber una tesis fuerte como destino, sino el objetivo de dilatar el horizonte de acción de la disciplina más allá de su específico ámbito de intervención. Es por ello que Paolo Baratta, Presidente de La Biennale, ha definido esta edición como la “conquista de un expanded eye”.

La exposición
Como arquitecto, Aravena siempre ha hablado a través de sus proyectos. El mismo proceder ha adoptado para la exposición, entendiendo la Bienal como una oportunidad para mostrar modelos ejemplares que puedan servir en situaciones análogas.

Si empezamos por el pabellón central de los Giardini, tras un preámbulo de “metabienal”, del que hablaremos al tratar el diseño expositivo, domina la escena una gran estructura, tan monumental como, en cierto sentido, primitiva. Se trata de la obra de Solano Benítez en Paraguay, que sirve para mostrar formas de construcción partiendo de elementos disponibles con facilidad: ladrillos y mano de obra no calificada; propuesta que le ha valido el León de Oro a la mejor intervención. Esta pieza es la más representativa de una corriente frecuente en esta Bienal: el uso de materiales de bajo coste como el bambú o el ladrillo, que encontramos también en los proyectos de Simón Vélez o de Vo Trong Nghia Architects.

Otro tema actual, bastante presente también en los pabellones nacionales es el que atañe a las grandes migraciones. Al respecto, destaca el trabajo de Manuel Hertz y The National Union of Sahrawi Women para redefinir la arquitectura de un campo de refugiados como forma de reivindicar la identidad y nacionalidad del pueblo saharaui.

Pero junto con temáticas muy concretas, vamos descubriendo “modos” diferentes de hacer arquitectura. Uno de los casos más sorprendentes es el de Forensic Architecture, el equipo londinense cuya cabeza visible es Eyal Weizman, especializados en “testimonios espaciales” que hacen visibles hechos acaecidos en zonas de guerra. Logran así reconstruir con eficacia y originalidad los crímenes a través de la lógica arquitectónica, en este caso en Pakistán, Gaza, la no asistencia a refugiados en el Mediterráneo o las fronteras climáticas en Palestina y Brasil.

Por otro lado, sin duda, una categoría que se está redefiniendo tanto en nuestros días como la de “paisaje”, halla aquí más motivos para reflexionar gracias a ejemplos como la restauración paisajística de Batlle i Roig en España a partir de una zona de descarga de residuos.

De esta forma, el espectador se va sorprendiendo con una gran heterogeneidad de propuestas que le permiten descubrir nuevas vías de desarrollo de una práctica sostenible a través del trabajo de VAVStudio en Irán; aprender de ambientes autoproducidos como las favelas a través de la obra de Christian Kerez; apreciar la “ciudad social” de Renzo Piano a partir de las periferias; o quedar impactado ante la demolición del mítico mercado de Braga de Eduardo Souto de Moura.

Con este recorrido ya se empieza a apreciar un estilo diferente, muchos proyectos socialmente interesantes y una disposición que parte de una gran investigación. Sin embargo, lo mejor está por llegar. El Arsenale inicia los pasos también con declaraciones y acciones sobre el propio lugar específico en el que se desarrolla la Bienal y su voluntad de ampliar las fronteras de la arquitectura.

Así, de manera aún más escenográfica, recorremos de nuevo varios casos de estudio, como los relativos a urbanismo efímero, conscientes de la necesidad de cambiar escalas y patrones de urbanización, desde megaciudades efímeras a emergencias humanitarias para considerar bajo otro punto de vista las variables y premisas a tener en cuenta en toda construcción, bien cuando ocurre un desastre natural o una crisis de refugiados, o cuando se alzan construcciones militares, complejos para extracción de recursos naturales o eventos culturales como el Burning Man.

Es una bienal para “estudiarla”, donde las cartelas tienen una función importante para descubrir plenamente los trabajos expuestos. Entre otros muchos de valor, podemos distinguir Rural Urban Framework en Mongolia, que reflexiona sobre el binomio sendetario/nómada para que las ciudades puedan albergar modos de vida modernos y arcaicos de cara a afrontar adecuadamente los movimientos migratorios. En efecto, muchos proyectos se replantean la crisis económica y la inmigración, algo que no está reñido con atractivas esencialidades arquitectónicas, como la de Inês Lobo en Lisboa. Igual que ocurre con la escuela flotante de Kunlé Adeyemi en Nigeria, que responde a la necesidad de una urbanización rápida, la carencia de infraestructuras y los cambios climáticos.

A destacar también el museo del clima de Toni Gironés en Lleida, cuya solución cuestiona el propio concurso para meter el clima mismo en el centro del proyecto. O el anillo construido por José María Sánchez García en torno a un antiguo templo romano. De hecho, la citada reflexión directa o indirecta sobre lo que podemos entender por paisaje se extiende voluntariamente o no, aunque en cualquier caso no vinculada tanto a ambientes edificados, sino a la construcción de una nueva arquitectura del paisaje como disciplina más amplia y con un gran potencial para la redistribución de la calidad de vida; como defienden las investigaciones de Teresa Moller a partir de sus lecturas de cada lugar específico.

Sorprende gratamente la inclusión de proyectos de tesis como el de Hugon Kowalski en Mumbai, donde se afrontan las grandes concentraciones de basura desde la perspectiva de la carencia de alojamientos y como fuente de recursos. Además, merece la pena apreciar la lucha de Kengo Kuma contra la hegemonía de los materiales industriales, sin olvidar las Recetas urbanas de Santiago Cirugeda para hallar lagunas jurídicas que favorezcan una arquitectura libre de las fuerzas del mercado.

Y desde una perspectiva visual y emocional, llama la atención cerca del final del recorrido la propuesta de Ensamble Studio: “cultivar” la arquitectura, es decir, modelar las estructuras a través de la naturaleza misma.

Hallamos, en suma, proyectos donde con frecuencia se da un equilibrio entre pragmatismo y percepción de la realidad, y esto nos conduce a defender actitudes globales, aunque siempre desde análisis locales, reivindicando la especificidad de cada contexto. Las fronteras se sitúan entonces en torno a sensibilidades emergentes, pero sobre todo en la observación de nuevos procesos. De ahí también la variedad de los recursos expresivos a la hora de mostrar los contenidos seleccionados.

En efecto, esta Bienal también resulta muy seductora en su diseño expositivo, donde podemos encontrar propuestas donde los dos principios de inventiva y pertinencia, aplicados a cada circunstancia individual, funcionan perfectamente y, sin por ello, generar estridencias en el conjunto, a pesar de la heterogeneidad de las soluciones expositivas adoptadas.

Esto se aprecia empezando por la propia Bienal como espacio nada más iniciar el recorrido en ambas sedes, ya que el marco de inicio está construido con el material reciclado de la anterior y vídeos con las discusiones sobre cómo debería ser el comisariado de la edición actual. Sin embargo, no cae en absoluto en la estética de otras exposiciones “comprometidas”, que con frecuencia nos han aburrido inundando todo de cartón reciclado y pallets, como si la supuesta “pobreza” fuera garantía de autenticidad. Aquí la razón es otra: el backstage es pertinente, porque el proceso es tan importante como el resultado, mostrando una óptica de “proceso compartido” más que de “producto terminado”.

Respecto a las piezas expuestas, además de la majestuosa obra de Solano Benítez en el pabellón central de los Giardini, sorprenden otras puestas en escena como la videoinstalación con las aulas al aire libre de Elton y Léniz en los Andes chilenos, donde se presenta la naturaleza hoy como el refugio de las tensiones urbanas en una sala con una predominante atmósfera rojiza, que logra transmitir atractivamente la tensión en medio de las conversaciones; u otras donde experimentar momentos de íntima y delicada belleza, “como modo para resistir a la banalidad”, gracias a la obra de Aires Mateus.

No obstante, donde funciona mejor –a pesar de la fallida parte final– es en el Arsenale, donde la instalación con materiales reciclados de la propia Bienal adquiere la entidad de instalación artística para dar paso a una galería de microuniversos que comparten espíritu más que estética. Así, el espectador queda presa de la sugestión de las campanadas de Paco Alonso, que inundan la escena central dominada por la Neubau del estudio berlinés BeL, para proponer una arquitectura incremental abierta para ser capaz de expresar el fondo cultural de los residentes (o de eventuales refugiados) y que podía verse también desde una escalera, en homenaje a Maria Reiche.

Y sobre todo, la poética pieza de Transsolar, presentada como ingeniería de vanguardia al servicio del sentido común. Porque todo esto no es caer de nuevo en esteticismos, ya que los recursos expositivos utilizados, además de asombrar, responden a la pertinencia reclamada por Aravena, como demuestra El teatro de lo útil de Rural Studio, realizado con materiales para construir camas y armarios. Con ello se logra una original sala de proyección que muestra el vídeo de edificios-refugio para personas desfavorecidas por el mundo, pero cuyo destino final es lo que resulta altamente coherente: los mismos materiales con los que está hecha la instalación servirá para ayudar a los sintecho de la Cooperativa Caracol del centro social Rivolta de Marghera, en las cercanías de Venecia.

No obstante, conviene reconocer que a veces la puesta en escena se impone sobre el contenido, como es el caso de la rampa de C+S, que hace pasar inadvertidos buenos proyectos para las escuelas del Veneto. Algo muy parecido sucede al final del Arsenale con el pabellón de Irlanda, Losing myself, con una instalación que domina espectacularmente la visión sobre lo contado: el centro hospitalario para enfermos de Alzheimer de Dublín.

Aun así, el balance final es muy positivo, tanto desde un punto de vista investigador como formal, haciendo sentir que la arquitectura como cuestión no debe concernir específicamente al aspecto social más que al artístico, estructural o económico. Debe ser una disciplina que aporte una visión de conjunto y que vaya más allá de lo que estamos acostumbrados a reconocer.
En efecto, son muchas las consecuencias que se pueden extraer en un momento donde parecen disolverse con frecuencia los conceptos de público y privado para imaginar la arquitectura como un bien común y el arquitecto como un prestador de servicios.

Asimismo, se ha de reconocer que una de sus virtudes es lograr evitar un posicionamiento ideológico o moralista –que muchos esperaban bajo esa etiqueta de “social” que lo acompañaba–, para, en cambio, abrir su práctica comisarial hasta convertir todo el discurso en un camino hacia la ampliación de las prácticas y las temáticas de la arquitectura, compartiendo todas ellas la responsabilidad del proyecto.

¿Y adónde nos lleva esto? Posiblemente a entender la arquitectura como una práctica de resistencia que con casi toda probabilidad nos puede llevar a transformar lo cotidiano en ejemplar. Una sensibilidad crítica que convierte toda la Bienal en un dispositivo reflexivo sobre su entorno.

Otros frentes
Una mención aparte y un trato más pormenorizado merecerían los Proyectos especiales, que han surgido en los espacios libres que dejan algunos pabellones nacionales presentes en el Arsenale únicamente en la bienal de arte. Uno de ellos es A world of fragile parts, en torno al mundo de la copia y encaminado a revalorizarla en la línea de la convención de 1867 para promover universalmente la reproducción de obras de arte en beneficio de los museos de todos los países, y sobre todo ante la declaración de la UNESCO de 48 lugares patrimonio de la Humanidad en riesgo de desaparición. Se reivindican pues las copias como una solución, encaminándose hacia la reproducción perpetua de los originales.

Y también Report from cities: conflicts of an urban age, una interesante recopilación de datos a considerar para poder afrontar las alarmantes conclusiones que se pueden extraer del crecimiento desmesurado de muchas megalópolis en distintos lugares del mundo entre 1990 y 2015, para abordar cómo ha sido gestionado el fenómeno, en una línea de continuidad de la Bienal de 2006, dedicada a la ciudad, y como muestra previa de los temas que abordará Habitat III en la ONU en octubre de este año, cuyo tema principal será el “desarrollo urbano sostenible”.

Y si hacemos un elenco breve de los pabellones nacionales, sin duda, el nombre que no puede faltar es el de España, ganadora este año del León de Oro. Los comisarios, Iñaqui Carnicero y Carlos Quintans, han sabido responder al desafío lanzado por Aravena con un discurso que no solo ha mostrado correctamente los 55 proyectos seleccionados, sino que ha elaborado un discurso tan atractivo como pertinente y actual: Unfinished muestra el signo de lo incompleto que marca una evolución continua desde aquellos proyectos que paralizó la crisis a la nueva arquitectura que ha surgido a partir de la misma, sus nuevas condiciones económicas, sociales y ambientales. La arquitectura española se exhibe así como un panorama que ha sabido al menos detectar un problema y comenzar a activar otras prácticas, modificando las prioridades, es decir, iniciando el tratamiento para un sector enfermo para replantear la labor de la disciplina.

Por otro lado, uno de los pabellones más sorprendentes por tema y por discurso expositivo es el Architecture of UN peacekeeping missions de Holanda, que nos sitúa ante escenarios poco habituales cuando pensamos en términos de arquitectura y que ofrecen como enseñanza plantear “directrices para un enfoque integrado”.

Asimismo, uno de los temas más recurrentes –como ya hemos destacado– ha sido el de los refugiados, siendo Alemania quizás quien lo ha resuelto con más solvencia, tanto desde un punto de vista narrativo como expositivo, con su Making Heimat. Germany, arrival country, que parte de un término difícil de traducir, Heimat, pero que podríamos relacionar con patria y hogar, proyectando un “pabellón abierto” en todos los sentidos. Y a la lista de los países que han mostrado esta preocupación principal, habría que sumar también Austria, Finlandia y Grecia.

Dinamarca, con una puesta en escena un tanto saturada pero atractiva, muestra sus modelos para la colectividad. Este espíritu también ha estado presente en un más que correcto pabellón de Italia, donde bajo el lema Taking care. Progettare per il bene comune, se enseñan proyectos de arquitectura al servicio de la colectividad con un montaje logrado y equilibrado, realizado también con materiales reciclados, que atrae pero sin deslumbrar, mostrando con claridad el contenido de los proyectos.

La parte más espectacular, escenográficamente hablando, y quizás vaciada de contenido por esta misma razón, corresponde a países como el pabellón de Chequia y Eslovaquia, el de Serbia o el de Suiza. Lo mismo ocurre en el pabellón de los Países Nórdicos (Finlandia, Noruega y Suecia), aunque con un magistral análisis del espacio intervenido, el pabellón más bello de los Giardini, para ponernos In Therapy y asombrar a todo el que pasa por delante.

A destacar además Corea, que muestra eficazmente los problemas de Seúl: hiperdensidad y normativa urbanista rígida e inflexible, fuerzas que obligan a los arquitectos a “jugar al FAR Game” (FAR: Floor, Area, Ratio), es decir, con el coeficiente de superficie edificable. Y también la forma de imaginar con esperanza un Detroit postindustrial en Estados Unidos, donde la fantasía y nuevas formas de visibilidad dibujan un futuro más positivo.

Y entre las muchas fronteras que hay este año, en un sentido más literal o metafórico, cabe destacar la que Perú tiene con la inmensidad amazónica, constante campo de batalla para salvaguardar la mayor fuente de biodiversidad del planeta, y para la que ha planteado un vasto programa público de construcción de escuelas, que le ha valido una de las menciones especiales del jurado.

Por la ciudad, menos interés que otras veces, con un número inferior de eventos colaterales. Entre los pabellones que sí merecen el paseo, está Montenegro, con un cuidado trabajo de investigación y expositivo para exponer una reflexión medioambiental desde otro punto de vista y con una salina, Solana Ulcinj, como gran laboratorio de trabajo.

Otro es el de Portugal, esta vez con un acceso más dificultoso pero justificado, pues se trata de un pabellón site-specific en relación con el proceso de regeneración de Campo Marte, homenajeando el proyecto urbano de casas populares ideado por Álvaro Siza en esta zona hace 30 años, mostrando también otros proyectos de vivienda social en Berlín, La Haya y Oporto.

Y entre los Eventos colaterales, el pabellón de Cataluña, que acertadamente opta por una arquitectura “vivida”, rodada con maestría por Isaki Lacuesta para habitar un montaje interesante que usa el vidrio transparente como espacio de proyección, aunque en su conjunto falla justo por esta solución expositiva, que funciona metafóricamente pero no tanto desde un punto de vista lumínico. Y la presentación del método IBA en la Fundación Querini Stampalia en Revitalization by reconciliation, que pretende ofrecer estrategias para estimular el desarrollo económico, social y cultural de las regiones transfronterizas, que se completa con un programa de mesas redondas para debatir sobre fórmulas de mayor democratización a la hora de afrontar cada proyecto.

Por lo demás, la exploración de otros formatos en Performing architecture, a cargo del Goethe Institut, o la presencia abrumadora del European Cultural Centre, que ha presentado con poderío aunque con desiguales resultados un conjunto de proyectos desarrollados aisladamente, constituyendo microuniversos sin un verdadero discurso que los una. Aun así, merece la pena una visita, porque hay buenos proyectos y montajes, como el poético In finis terrae de Elsa Urquijo en el Palazzo Bembo.

Y entre la oferta cultural contemporánea que ofrece Venecia, sobresale Belligerent eyes en la Fundación Prada, ideado por Luigi Alberto Cippini y desarrollado en colaboración con el director de cine Giovanni Fantoni Modena. Se trata de una plataforma experimental que nace como prototipo de escuela cinematográfica, pero que da pie a una extraordinaria discusión sobre las formas de visualización y la producción de imágenes actuales, en torno a temas como la relación entre el ojo humano y la visión del ordenador, los regímenes de neuro-estética o el diseño de la censura, entre otros, siempre desde una aproximación multidisciplinar a los temas tratados y con el objetivo de pensar el futuro de las imágenes en movimiento.

Y para ello se han activado nuevas perspectivas didácticas en el estudio de la producción cinematográfica y sus disciplinas, desarrollando todo el debate dentro de una peculiar intervención arquitectónica de vanguardia: 5K Confinement, que transforma los espacios de Ca’ Corner della Regina para permitir la grabación integral de lo que ahí ocurre, sirviéndose de tecnologías de control de masa y de información. Finalmente, en colaboración con la Mostra de Cine de Venecia, se promoverá un experimento teletransmitido que pretende ofrecer una experiencia más allá de los paradigmas clásicos de la cinematografía. En definitiva, un proyecto con participación de expertos de alto nivel y con un grado de experimentación y desarrollo admirable en la investigación dentro del campo cinematográfico y espacial.

En conclusión, incluido este último proyecto, esta Bienal se ha convertido en una oportunidad para expandir la mirada, siendo muy alta su carga propositiva, que se ha traducido en una necesaria experimentación para diluir tantos límites. De esta forma –como ocurre con el corpus teórico creado por Eugenio Trías–, podemos entender el “límite” como un desafío para el pensamiento y nuestra libertad y, sin duda, también lo será para cualquier proceso creativo capaz de replantear nuestras convicciones, aportar un nuevo lenguaje con el que hablar de lo que nos rodea, subvertir el mundo y, muy especialmente, para ampliar nuestra forma de relacionarnos con nuestro entorno.

Queda entonces una arquitectura que debemos comprender como “sistema abierto”, porque las ciudades ideales fueron diseñadas de una vez para siempre, pero las vividas no, están sujetas a los cambios reales y a la iniciativa de sus ciudadanos. Desde este planteamiento, se concibe la vida como proyecto hasta sus últimas consecuencias, convertida en una lucha para imaginar el devenir, tal y como lo entendía Hilary Putnam, quien resumía esta tendencia en la creación proyectual no como libre expresión de la fantasía, sino como valoración de las condiciones del mundo del que partimos, sus itinerarios y nuestros deseos para ver qué puede llegar a ser. Quizás entonces descubramos que ninguna posibilidad está vedada y que la medida de nuestro futuro tan solo depende de la intensidad de nuestras esperanzas. 

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