Un amigo me señalaba hace un par de días el nulo eco que en los medios de nuestro país ha tenido la desaparición de Nancy Spero (Cleveland, 1926) el pasado mes de octubre. Tenía toda la razón. No se entiende cuando, además, recientemente se llevo a cabo la exposición de su obra en el MACBA y, a continuación, en el MNCARS. Tuvimos la fortuna de conocerla y de agradecer el esfuerzo que realizaba para estar presente en la inauguración de su muestra en Madrid. La enfermedad degenerativa que durante décadas minaba su cuerpo no había conseguido menguar su capacidad de trabajo, su voluntad de seguir creando y, menos todavía, su extraordinaria inteligencia y empeño hacia las ideas que siempre defendió. Spero fue una artista de fuerte compromiso político y para quien el feminismo constituyó uno de los ejes vertebradores de su producción, lo que la llevó a ser una de las impulsoras, a comienzos de los años 70 en Nueva York, de la primera galería empeñada en mostrar un arte hecho por mujeres que apenas encontraba lugares donde alcanzar visibilidad. La oposición a la guerra del Vietnam ocupó su trabajo en la década de los 70 como también lo hiciera la invasión de Irak en su obra de los últimos años. La amplia retrospectiva que se le dedicó vino a llenar el vacío que respecto a su figura había en nuestro país. Ambos museos cuentan ahora con piezas suyas pero pocos saben que los dibujos que realizó en las columnas de la cafetería del madrileño Círculo de Bellas Artes, a propósito de una exposición colectiva en la que participó en 1992, siguen ahí para hablarnos de la alegría de vivir a pesar de todos los pesares.