«…Circunscribir lo propio en un mundo hechizado por los poderes invisibles del Otro» (1) parece formar parte de la práctica de William Kentridge. En su exposición Five themes en el Museum of Modern Art de Nueva York, abierta hasta el 17 de mayo, sus cinco temas más recurrentes se disponen a adentrarnos en un universo de gestos convulsos, acumulados para dar cuenta de una realidad sociopolítica violenta y paradójica.
Nacido blanco en Johannesburgo en 1955 bajo el apartheid más corrosivo, se describe a sí mismo como un habitante «en los bordes de enormes convulsiones sociales pero también fuera de ellas». Kentridge estudió política y arte en Sudáfrica antes de marcharse a París a estudiar mímica y teatro en los 80. De regreso inició sus filmes animados que todavía son parte central de su trabajo.
Las animaciones de Kentridge, deliberadamente “primitivas”, están realizadas mediante un laborioso proceso en el que dibuja, borra y vuelve a dibujar, con carboncillo, en un mismo papel. Las imágenes así, filmadas a cada paso, más que moverse se transforman en unas maravillosas transiciones, profundamente melancólicas. La novedad de esta muestra es que podemos contemplar los dibujos de cada proceso, palimpsestos que acumulan la gestualidad de un artista que concibe el dibujo cómo un modo de entender quiénes somos y cómo operamos en el mundo y cuya debilidad, quizá, sea la esperanza –de la que sospecha tanto como se deja seducir.
La exposición se inicia con dos series de trabajos anti-apartheid. Ubu and the Procession se centra en la Comisión de Verdad y Reconciliación que Sudáfrica estableció para resolver los crímenes del apartheid, y revela la espontaneidad de Kentridge: trozos de papel negro y otros elementos configuran, en una suerte de collage, siluetas e imágenes de gran realismo. La segunda serie, bajo el tema Thick Time: Soho and Felix, está compuesta por nueve películas agrupadas bajo el título 9 Drawings for Projection (1989-2003). Se trata seguramente de las piezas más potentes, dramáticas y conocidas de la exposición. En ellas Kentridge nos presenta a sus dos alter egos: Soho Eckstein, un voraz hombre de negocios y Felix Teitlebaum, un melancólico personaje que anhela poseer a la sensual esposa de Eckstein. Estos trabajos, fruto de la disconformidad e inherentemente políticos, reflejan hoy una profunda angustia existencial.
La tercera parte The Artist in the Studio, nos presenta un Kentridge “hechicero”, alejado de la convulsión política, que ejercita varios trucos de animación en un homenaje a Georges Méliès, famoso por sus tempranos efectos especiales.
Las dos últimas partes de la muestra se centran en la faceta más desconocida del autor, la dramaturgia. Así The Magic Flute nos recibe con dos escenarios de marionetas donde se proyecta y articula un cuerpo de obra realizado para representar la ópera de Mozart, en una reflexión sobre la obtención de sabiduría.
Learning from the absurd: The Nose cierra la muestra y utiliza el absurdo para explorar la vanguardia rusa de los años 20 y 30 y su posterior supresión. Kentridge versiona así la opera de Shostakovich, basada en un relato de Nikolai Gogol de 1836 que narra la historia de un burócrata el cual, una mañana, descubre que su nariz le ha abandonado en busca del ascenso social. La pieza ha sido presentada recientemente en la Metropolitan Opera de Nueva York en una puesta en escena que, como las animaciones de Kentridge, demuestra que nada es estable y todo puede deshacerse –pero también, volverse a construir.
1. Michel de Certeau, “De las prácticas cotidianas de oposición”, en Paloma Blanco ed. Al., Modos de hacer: arte crítico, esfera pública y acción directa, Universidad de Salamanca, Salamanca, 2001, p. 400.