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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Theo Jansen: Formas de muerte y resurrección

Espacio Fundación Telefónica, Madrid
Por: Suset Sánchez
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En las galerías del “Museum” pasaron estupefactos por delante de los cuadrúpedos embalsamados, con placer por frente a las mariposas, con indiferencia ante los metales; los fósiles los dejaron pensativos, la conquiliología los aburrió. Examinaron los invernáculos a través de los vidrios y se estremecieron al pensar que todos esos follajes rezumaban venenos. Lo que admiraron del cedro fue que lo hubiesen traído en un sombrero.

                                                                                                          Bouvard y Pécuchet, Gustave Flaubert.

 

Como los personajes de Flaubert, Theo Jansen (Scheveningen, Países Bajos, 1948) parece poseer la virtud o el defecto del empecinamiento, el carácter de un obseso que no se deja amedrentar por los errores y que año tras año se enfrasca en la titánica labor de crear “vida” y movimiento de materiales como plástico y goma. Sin embargo, a diferencia de Bouvard y Pécuchet, este artista –originalmente formado como físico en la Delft University of Technology- ha renunciado a los manuales científicos convencionales, y aunque las matemáticas, la física o la zoología sirven de fundamento a sus investigaciones y soluciones de ingeniería, son la imaginación y la utopía las que permiten incubar y dar forma a esas Asombrosas criaturas que hasta el mes de enero pueden verse en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid.

 

La sala de exposiciones asume en esta ocasión la morfología de un museo de ciencias naturales, donde se acumulan estas “Bestias de playa” (Strandbeest) a las que el propio artista define como “fósiles”, una vez ha declarado su deceso con la llegada del otoño. Las criaturas, que abandonan el taller donde Theo Jansen trabaja aislado -como un romántico visionario que trata de crear vida a partir de la materia inanimada y a quien algunos no dudan en comparar con un Leonardo da Vinci del siglo XXI-, invaden la costa holandesa con la llegada de la primavera. Entonces, estas formas de vida artificial que se alimentan fundamentalmente de aire, a través de perfeccionados sistemas de músculos, extremidades y “estómagos de viento”, encuentran un hábitat propicio en la gran planicie de arena, adaptándose a la geografía y al clima de la playa. La elegancia y organicidad de los movimientos mediante los que estas esculturas cinéticas desarrollan la locomoción en el paisaje inabarcable y salvaje de la costa, desvelan por sí mismos las décadas de experimentación que han llevado a Theo Jansen a construir una compleja genealogía de especies que siguen una línea evolutiva en la que cada fósil sirve de punto de partida para la investigación de un nuevo rasgo que perfeccione la autonomía del animal de PVC. De ese modo, cada escultura tiene declarada su obsolescencia desde el instante mismo en que sale del taller y cobra vida gracias a la interacción con los elementos de la naturaleza.

Ese juego ontológico organizado en ciclos de vida y muerte, donde la planificada fosilización de la forma precedente es al mismo tiempo la iniciación de un renovado proceso creativo que redunda en otra escultura u otro nacimiento, puede reconstruirse ahora en la sala de exposiciones. Ambivalentemente, como espectadores, resulta imposible no sentir la misma contradicción que históricamente ha acompañado la visita al museo de ciencias naturales. Cómo un lugar que decreta, en tanto institución moderna, su función intrínseca de estudiar la vida bajo un paradigma científico, puede edificarse sobre un montón de cadáveres. En la muestra, junto a las trece esculturas cinéticas que resumen diferentes etapas del trabajo de Theo Jansen en los últimos veinte años, se pueden conocer diferentes esquemas que trazan la línea evolutiva de las criaturas en el árbol genealógico/poético creado por el artista: desde las más simples o primarias, como la Animarias Vulgaris o la Animaris Currens Vulgaris, pasando por el Animaris Rhinoceros Lignatus, elaborado con palets de madera, hasta las más recientes propuestas, que incorporan elementos que actúan como el cerebro y los sentidos de las bestias, permitiéndoles reaccionar ante los estímulos del medio ambiente y cambiar de dirección o parar su movimiento con el fin de evitar el agua o cualquier obstáculo físico que se interponga en su trayectoria. La escultura inteligente, que simula una forma de vida, se convierte así en materia animada.

Si ya la propia estructura visual de las “Bestias de playa” imita determinadas formas de especies animales, la elección del material de PVC y la apariencia ósea del mismo, contribuye al realismo de estas esculturas que hacen múltiples combinaciones numéricas en sus piezas para lograr la articulación de su esqueleto y poner en marcha sus extremidades. Todo ese proceso creativo es además documentado en la exposición a través de material de archivo, vídeos y ensamblajes que pueden ser manipulados por el público para entender lo que se está viendo y que podría estar extraído de cualquier escenario de ciencia ficción. Precisamente, ahí radica la pericia escultórica de este artista-ingeniero que construye figuras asombrosas y fantásticas con materiales despreciados y comunes, malogrados en la cotidiana función de los remiendos domésticos. Por si fuera poco, les dota de gracia y movilidad con tal ritmo y complicidad, que las criaturas parecieran respirar y soltar el aliento con cada bocanada de aire que se cuela por sus entresijos.

A ciertas horas del día, se repite dentro de la sala de exposiciones un ritual que pone –literalmente- en el centro del debate la antigua dialéctica del museo moderno como espacio de muerte y reificación: …el museo apareció como la institución paradigmática que colecciona, salva, preserva, lo que ha sucumbido a las devastaciones de la modernización. Fundamentalmente dialéctico, sirve tanto como una cámara sepulcral del pasado —con todo lo que ocasiona en términos de descomposición, erosión, olvido— y como lugar de posibles resurrecciones, si bien mediadas, ante los ojos del espectador. No importa en qué medida el museo, consciente o inconscientemente, produzca y afirme el orden simbólico, siempre hay un excedente de significado que rebasa los límites ideológicos establecidos1.

Las “Bestias de playa”, diseñadas como esculturas cinéticas para funcionar al aire libre, forzadas a languidecer cuales sorprendentes cuerpos inermes, como cadáveres asombrosos o fósiles expuestos en el interior de un espacio de exhibición, vuelven a la vida apenas unos segundos para caminar unos pasos y dejar constancia de su complicada ingeniería. El repiqueteo de su andar sobre el suelo del espacio, semeja las tristes pisadas de los condenados que se saben a punto de morir. Lo que deviene una atracción para el público ansioso por descubrir el movimiento de las esculturas, podría interpretarse como una tortura colectiva que rompe por momentos el aura y la leyenda que Theo Jansen ha edificado con estas criaturas que desandan sobre la arena en libertad, ensayando su artificial inteligencia y la utopía de un artista/científico que sueña con la total autonomía de su obra y la infinitud de esta apasionante metáfora biológica traducida al lenguaje del arte2.

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1- Andreas Huyssen, “De la acumulación a la mise en scène: el museo como medio masivo”, en Criterios, La Habana, nº 31, enero-junio, 1994, pp. 153-154.
2- Al respecto, es interesante el análisis que realiza Jansen sobre la capacidad de multiplicación de estas especies y su dispersión geográfica, a través de la liberación de los códigos matemáticos que intervienen en su estructura cinética y en la morfología de cada proyecto. Con la liberación de las licencias para la reproducción del modelo, simbólicamente el artista ha respondido a una demanda de conocimiento que ha contribuido a la creación de nuevas formas escultóricas basadas en sus investigaciones originales.
 

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