Demente (1974)
Galería Freijo
Madrid
Andreas Huyssen es el autor de un texto magistral (muchos por él escritos lo son) titulado “Monumentos y memoria del Holocausto en la era de los medios”, integrado en el volumen de ensayos “En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización” (FCE, 2001). Pues bien, en el citado texto leemos: «Sin memoria, sin leer las huellas del pasado, no puede haber reconocimiento de la diferencia, lo que Adorno definía como la “no-identidad”, ni tolerancia de la rica complejidad e inestabilidad de las identidades personales y culturales, políticas y nacionales». Huyssen, y ello es lo que más me interesa y llama la atención de su escrito, escribe siempre “memoria”, en minúscula, salvando y protegiendo del pesado pedestal de la Historia la complejidad íntima y biológica de esa recordación que sustantiva nada menos que el lugar del Sujeto en el mundo. Del pedestal de la Historia, por supuesto, al igual que esa humilde minúscula también lo baja del de la Política, pues es esta quien “gestiona” el capital simbólico que la misma defiende en tanto que Tradición.
Tiempo y Memoria, ciertamente, no significan lo mismo que “tiempo y memoria”, pues en esa casi invisible alteración jerárquica y representativa, como un silencioso y delator hemistiquio entre dos versos, radica la diferencia (íntima e insalvable) que desde siempre ha estructurado el trabajo (tan “fácil” y a la vez tan complicado de exponer y razonar) de Darío Villalba, en estos días exhibiendo en la galería Freijo, Arte Moderno y Contemporáneo, de Madrid unos trabajos que no son “últimos”, pero sí son muy operativos vistos y leídos desde el presente, y especialmente muy vigentes y actuales si los situamos en relación a otras manifestaciones artísticas realizadas tanto dentro como fuera de nuestro país. El título de la muestra es “Testigo Documental. El poder de la imagen en Darío Villalba”.
La muestra consta de una pieza que sin ninguna duda podemos calificar ya de “histórica”, el famoso encapsulado “Demente” (1974) con la que ganó uno de los primeros premios en la Bienal de São Paulo, y una extraordinaria e inteligentemente copiosa (promiscuidad expositiva) selección de trabajos, los “Documentos”, fechados, aproximadamente, entre 1968 y 1998, donde no siempre la fotografía o fotografías que se muestran en los trabajos (digamos su toma o captura) coinciden en el tiempo con la realización final de la obra, del documento. O para expresarlo de diversa manera: el flash es el prólogo introductorio de la posterior manipulación que será resultado artístico a exponer o epílogo final.
Imágenes, cierto. Innumerables, infinitas, poliédricas, claras y luminosas o sus contrarios, inquietantes muchas de ellas, ambiguas, de sencilla o muy complicada lectura visual e intelectual, geográficas o “turísticas” pero también íntimas y privadas, humanas y monstruosas, dulces y brutales, delicadas tanto como delirantes y perversas. Todas, indefectiblemente, intelectualmente manipuladas e intervenidas: dibujadas, pintadas, manchadas, garabateadas, escupidas, besadas…, y estamos muy de acuerdo, sin duda, con la pertinente aclaración que Calvo Serraller manifiesta al respecto en el inteligentemente sobrio y contenido texto de presentación: «Es la imagen de lo real como ready-made, como una vía de reciclar fragmentos de la realidad». Por descontado que sí, pero para ello tendríamos que incorporarnos (ese es el juego que el artista propone), y en tanto que espectadores, a ser tiempo y memoria de una identidad (racial, sexual, histórica, cultural…) que precisamente se define como “no-identidad”, allí donde razón (histórica) y locura (ontológica) crean una inacabable y muy vivificante, por productiva, secuencia de devastación de perspectivas. Como siempre sucede con la obra de Darío Villaba, y esta magnífica y muy esperada muestra así lo confirma, las palabras, como a Lord Chandos, «se nos pudren en la boca». ¿No sucede siempre así con el mejor arte?