lunes, 25 de enero de 2010
(Sin) Título. Una cuestión conceptual
Por: Rayco González
PAUL KLEE Ancient Sound, Abstract on Black, 1925.
«(...) una cosa le es negada incluso al más grande de los artistas contemporáneos: no podría nunca hacer que el caballo de madera significara para nosotros lo que significó para su primer creador. Ese camino está cerrado por el ángel de la espada flamígera» (el subrayado es mío). Comienzo por esta cita de Gombrich para hablar de un tema que quizás tenga que ver para muchos con el elitismo del artista contemporáneo en su actividad creadora, pero aún más en relación con el significado (y por ende con la experiencia estética) accesible a cualquier espectador, ya que en ella el historiador alemán trazó magistralmente los límites de las pretensiones intrínsecas a la creación artística de vanguardia.
Había quienes definían a los oriundos de cada nación según un defecto que considerasen común a todos ellos: los piratas, por ejemplo, adjudicaban la soberbia a los francesas o la indolencia a los españoles, según nos cuenta Ortega. En este sentido podría entenderse que el interés del presente artículo es el de señalar el despotismo teórico del artista de nuestro tiempo, y contra ello se adjunta la siguiente advertencia: la intención de esta líneas es la de reflexionar sobre ciertas propuestas que encontramos en el panorama del arte en la última centuria. Me refiero al fenómeno que he tenido a bien llamar –y que sirve de título, ¡perdonad la travesura!– el sin título.
Con el acto de bautizar una obra sin título, el artista desvela en la mayoría de las ocasiones una nueva posición adoptada tras las vanguardias de comienzos del siglo pasado. En efecto, la idea de que el medio es el mensaje fue suscitada por Marshall McLuhan cuando comprendió lo que históricamente había supuesto el cubismo: el paso de una reflexión sobre el objeto representado (el referente) a una reflexión sobre el soporte mismo de la representación (el medio, siguiendo a McLuhan) derivó en una emancipación de la creación respecto al universo de lo real o de ese conjunto de objetos referentes que lo componen. Ahora bien, más allá de la postura, tan bien revelada por Paul Klee, que identifica la naturaleza creadora con el artista contemporáneo, el sin título manifiesta ese intento casi histérico por escindir la obra artística de toda realidad.
Hagamos un breve excurso antes de continuar. Para la teoría lingüística clásica todo signo lingüístico está compuesto por una sustancia material (el significante) y una sustancia sensorial (el significado) o concepto (Saussure). Todo hablante, por tanto, llega al concepto desde la sustancia material del signo gracias a un referente que le permite recrear una imagen “mental” del significado (por ejemplo, en el caso de “árbol”, el significante reenvía a una imagen de lo que se entiende en castellano por “árbol” que será el significado). Aquí la teoría semiótica ha puesto un gran obstáculo al trasladar este principio a otros lenguajes, y en este sentido, el sin título puede representar perfectamente tal problema. He aquí el obstáculo: en numerosas ocasiones no hay posibilidad de reenviar a ningún referente real, incluso en aquellas ocasiones en las que damos por supuesta su existencia. Un caso muy estudiado es el del discurso histórico, en el que la mayoría de las veces el historiador nos presenta hechos que han debido ocurrir pero para los cuales o bien no existe prueba alguna o bien el significado de un conjunto de discursos se convierte en referente (Barthes). Que yo admita, por ejemplo, que Julio César haya atravesado el Rubicón sólo puede sostenerse porque considero como referente el significado de todos los discursos que han hablado de tal hecho. Aquí, como en el arte abstracto o conceptual, se efectúa una ruptura en el esquema triádico del signo, dentro del que la relación significante/significado no se realiza mediante el referente sino directamente.
¿Con qué intención realiza este ejercicio el artista contemporáneo? Admitiendo que el artista pretende descubrir al espectador una experiencia estética única, sin necesidad de referentes a las experiencias que éste pueda tener en su realidad cotidiana, no podemos dejar de aceptar igualmente que el artista desea también confesar no sólo que su obra es única, sino que no puede tener además ningún vínculo con la realidad mediante cualesquiera “trampas de la expresión”, como la metáfora, la metonimia, la sinécdoque, etc. Al llamarla sin título el creador evidencia la entidad indescriptible del objeto y de las sensaciones que éste pueda despertar. Pero hay una cruel paradoja en este particular bautizo: al titular la obra sin título es otorgarle un título... y ese título esconde intenciones que el artista refleja en ese acto lingüístico tan creador como la obra misma. El artista contemporáneo es ante todo un explorador de conceptos estéticos teóricos, es hijo directo de Kant, de Hegel y de sus estéticas de la vida y estética pragmática. Y aquí radica tal vez uno de los grandes enredos del artista: al proponernos un arte de experiencia inmediata olvida que detrás de todo ello se oculta un tejido teórico complejo. La frenética búsqueda del artista comienza en el uso de determinadas teorías. Quizás en este punto no esté de más mentar quien fuera considerado –erróneamente– el primer artista abstracto, William Turner, que utilizó el título como explicación del concepto teórico que le sirvió de referencia para cada creación (recuérdese Luz y color (La teoría de Goethe), por ejemplo).
El artista de hoy no es tan diferente a William Turner en su labor como “titulador”. No es que por poner sin título la obra escape a la maldición del referente: el referente se transforma, se transfigura, pero no desaparece. Como el literato cuando utiliza nombre propios para sus historias (Odisea, Don Quijote, Madame Bovary...), el artista hace uso de un concepto de gran calado teórico, que por extensión termina convirtiéndose en un nombre propio... Fue Bertrand Russell quien nos puso en guardia respecto al problema lógico que suponía el nombre propio, para el que no es adjudicable ningún atributo común a todos los elementos así llamados, para poder considerarlos una clase lógica (todos los Juan del mundo, por ejemplo, no tienen en principio nada en común por el solo hecho de llamarse Juan, ni tan siquiera la juanidad...). En el caso que tratamos, el sin título se ha ido vinculado a un tipo de arte que reconocemos incluso antes de observar las obras concretas, radicando aquí la diferencia con el nombre propio: identificamos inmediatamente este título con una clase de arte... El artista efectúa así una autodelación: el sin título podría proclamarse como una temática nueva, cuya base no está en lo real sino en lo conceptual... Y quizás el artista ha tomado esta postura porque después de Kant y Hegel la realidad, más que nunca, está defendida por el ángel de la espada flamígera...
A mi abuela, in memoriam 1923-2010
Rayco González
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10 comentarios
iMig
| lunes, 25 de enero de 2010 | 19:55
#1
¡Interesante artículo y excelente final! ¡Me gusta el análisis de la trampa en la que se incurre y la imposibilidad de escapar de la carencia de referencia!
ANGROLO
| martes, 26 de enero de 2010 | 13:13
#2
Es un tema interesante, que me gustaría relacionar con la memoria o las pistas de recuerdo, ya que los seres humanos (artístas o no) etiquetamos o titulamos porque es una forma más económica de almacenar la información que recibimos del medio.
Por poner un ejemplo, me resulta imposible recordar todo lo que dice "El Quijote", pero simplemente con el título me hago una idea de alguna de sus aventuras o me puede ser imposible recordar cada uno de los parrafos de este artículo, pero si recuerdo su "Sin título" (perdón por la gracia) seré capaz de resumir alguna de sus ideas.
Me pregunto si este movimiento artístico no estará condenando al olvido a sus obras desconociendo una de las características de la memoria humana: la necesidad de pistas para el recuerdo.
Gaia
| martes, 26 de enero de 2010 | 13:24
#3
Artículo muy interesante, capaz de dar una forma concreta a una reflexión eterogénea (Perdonad mi español: una vez màs, lo del sin título es interesante en cuanto universal y transnacional).
Ricardo
| martes, 26 de enero de 2010 | 15:17
#4
Gran artículo. Agradecidos.
Friedrich
| miércoles, 27 de enero de 2010 | 01:32
#5
Muy buena reflexión respecto a la relación entre la obra y su título. En pocas líneas ha sabido hacer referencia a algunas sutilezas que uno puede encontrar en torno a este tema. Felicitaciones al autor.
Russell rules!
| miércoles, 27 de enero de 2010 | 12:46
#6
Este tema, entre otros, nos hace darnos cuenta de la complejidad que existe en torno al referente. Por un lado, creo que debríamos dejar de pensar en él como algo cerrado, concreto, incluso materia - en el plano teórico, claro, si lo hiciéramos en la vida cotidiana estaríamos apañaos...-; por otro lado, considero que "referente" es un concepto, no sé si obsoleto, pero sí una palabra en la que cabe todo, hasta tal punto que deja de tener sentido...Me gusta!
Aquí dejas ver algo con lo que estoy bastante de acuerdo, que no podemos escapar a ese "posicionamiento" -llámalo referente o como quieras- si queremos significar, pero a la vez, que se trata de un anclaje negociable y no necesariamente adscrito al objeto material o a la entidad abstracta clásica. Gracias a ese juego es posible la novedad y el dinamismo. Me gusta Russell - de toda la vida-, y creo que viene muy al caso para ilustrar este mecanismo.
Dices por ahí que al intentar ponernos en contacto con una experiencia estética inmediata, el artista olvida el entramado teórico que hay detrás. No sé, en realidad todo el artículo - con el que estoy de acuerdo- parece dar a entender lo contrario: que la obra sin título - al menos antes de que se conviertiera en una moda a imitar- es el producto de una reflexión estética profunda, en la que entran en juego tanto la hipotética actitud del observador como otros temas "más gordos"- la propia concepción del arte, de la realidad...No sé si los que practican el sin título han leído a Kant y a Hegel, pero me da la impresión de que si intentan que su obra responda a cuestiones "metafísicas" o "no referenciales", habrán partido de una reflexión profunda y retan al observador a que participe de ella.
Una cosa más, peude que el artista contemporáneo, como dices, sea hijo directo de Kant en tanto que explorador de conceptos estéticos teóricos, pero yo creo que esto muestra que eso que decía Kant de que la "verdadera experiencia estética es desinteresada" se cumple bastante poquito, y menos si defendemos que no podemos escapar a la referencia o al posicionamiento incluso sólo leyendo el título y antes de ver la obra.
Y otra:a qué te refieres con estética pragmática?
Y tras este turrón mañanero...Enhorabuena! es un tema muy interesante y muy bien abordado. Espero leerte más!
Rayco González
| miércoles, 27 de enero de 2010 | 17:58
#7
Gracias por los comentarios. Me congratula el hecho de que internet y una web tan bien articulada como la de esta revista sirva también para este tipo de discusiones que la lejanía geográfica obstaculiza. Iré por partes a lo Jack el Destripador. Primero, a la cuestión planteada por ANGROLO, he de decir que sí, efectivamente el título es lo que nos permite llamar a cada hombre, pero no estoy de acuerdo que sea para almacenar en la memoria la información de esa obra... más bien es el modo en que podemos tener una conversación sobre el Quijote sin recitarlo "entero"... ¿Os imagináis a alguien que diga en pleno diálogo: "oye, conoces el libro "en un lugar de La Mancha..."? Lo mismo ocurre con los poemas sin título, para los cuales utilizamos el primer verso o las primeras palabras como si se tratase del título. El título nos da el enganche de significado, la orientación de sentido... y un "sin título" es también una orientación de sentido. Porque como nos explica la semiótica, en todo sistema la carencia de elementos (p.e. título) es en sí misma significante.
Seguidamente responderé a Russell's rules! (me parece ambigua la exclamación: ¿es de enfado o de entusiasmo?). Efectivamente, a tu primera pregunta, el referente es un problema conceptual liquidado, precisamente por lo que cito de Barthes y el discurso histórico: si existe la tríada significante, significado y referente, ¿cómo es posible que el referente pueda seguir existiendo? Ante ello muchos ya han echado cuentas, y no el resultado es equívoco... por ejemplo es semióticamente irrelevante que la diferencia entre la afirmación Napoleón murió en Santa Elena y Ulises reconquistó Ítaca matando a todos los Prócidas es que una es históricamente verdadera y otra falsa, sino que dependiendo de la cultura en que nos situemos esa diferencia puede ser alterada (los griegos, por ejemplo). No es posible negar la existencia sígnica de la cultura: las culturas no podrían existir sin el signo (y viceversa), y el signo está siempre por algo otro (aliqui pro aliquo), que sea referente no debería obstaculizar el estudio del significado y, sin embargo, lo ha hecho gracias a la tríada significado/referencia/referente... Al final, lo que digo, tanto en el artículo como aquí, es que el artista pone las redes y él solo se atrapa... dice que no existe ese entramado teórico necesario para la comprensión del espectador, pero en realidad actúa como el mago de Benjamin, que al no revelar lo que hay detrás del truco crea una lejanía del espectador: es lo que llamará "aura". Estoy plenamente de acuerdo contigo, para no alargarme más.
Y por último, entiendo estética pragmática como la opuesta a la cognosctiva... la que antepone la experiencia de la realidad a la observación. Te recomiendo Perniola (2002) para una mayor explicación...
De nuevo, gracias por las inquietudes.
marais
| jueves, 28 de enero de 2010 | 14:27
#8
Artículo muy fluido y estimulante. Me ha hecho recordar el estupor experimentado en el Louvre, el Musée d'Orsay, los museos Vaticanos, etc., al ver a las hordas de turistas que, en lugar de contemplar las obras allí expuestas, se limitaban a fotografiarlas para, a continuación, fotografiar también las placas en las que se especifica el nombre del artista y el título de la obra. Por suerte para ellos en aquellos museos todas las obras estaban tituladas... imaginemos si no el desconcierto de tan diligentes fotógrafos a la hora de revisar sus fotografías y tratar de dilucidar qué obra iba asociada a cada título... ;-) ¿Para cuándo un artículo sobre el miedo a mirar? Enhorabuena.
Idoia (ex-alumna del artirta)
| sábado, 30 de enero de 2010 | 20:08
#9
Muy buen artículo, he recordado muchas cosas que nos enseñaste con tus clases, y en las cuales sigo apoyandome en el día a día... Cada artista forma su paradoja, ya que al intentar diferenciarse del resto, ser "original", no es más que una copia o reflejo de lo que otros ya han hecho.
De nuevo, te felicito por lo escrito, artista!
walas
| sábado, 6 de febrero de 2010 | 18:49
#10
Felicidades por el artículo Rayko, es un tema que me está dando una tarde bastante divertida pensando en como los artístas y los hombres en general dedicamos sangre y sudor en intentar evadir las trampas de "lo humano" para conseguir de alguna manera diferenciarnos, siendo eso mismo una trampa creada por nosotros...aunque en ese nosotros deberíamos dividir entre ser y ego, puesto que según mi punto de vista es el ego el que teje la red y a la vez el que quiere escapar de ella, porque al ser no creo que estos temas le importen demasiado.
firma: mi ego
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