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y arte contemporáneo

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miércoles, 5 de octubre de 2016

Rogelio López Cuenca. Exhortador de consciencia

LOS BÁRBAROS. Sala Alcalá 31
Por: Mariano Navarro
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En 1989, con motivo de su primera inclusión en una exposición colectiva celebrada fuera de España, Antes y después del entusiasmo, comisariada por José Luís Brea, Rogelio López Cuenca (Málaga, 1959) declaraba al programa de televisión “Metrópolis”: “No hay lenguajes privados ni hay subjetividad ninguna. En la primera persona del singular se expresa el monstruo del poder, el monstruo del Estado con mayor consistencia y con todas sus posibilidades. Cuando habla el yo es cuando habla ese monstruo del terror”. En los casi treinta años siguientes ese rechazo del yo y su inverso la preocupación por lo común ha sido el motor que ha impulsado los proyectos y las realizaciones, las intervenciones públicas, los cursos y las variopintas actividades solitarias o colectivas de Rogelio López Cuenca. Todo marcado por el signo del arte, pero no todo comprensible solo entre sus límites.

 

Revelar el signo de los mensajes transmitidos por los medios, analizar los términos en los que se construyen las identidades y más concretamente la identidad occidental y sus contraposiciones con otros ámbito del mundo y, sobre todo, ejercer la crítica cultural han sido los distintos y concurrentes hilos que han tensado su impecable trabajo durante esos años.

Reciente aún su última muestra individual en la galería Juan de Aizpuru, Opium pop, clausurada en abril pasado, la Comunidad de Madrid, comisariada por José Luís Pérez Pont, le dedica la que autocalifica de “primera gran exposición en el ámbito institucional” del artista malagueño. En realidad es una sólida, sugerente y de gran contundencia ideológica muestra de dos proyectos distintos que pueden unirse bajo un denominador común señalado por el distinto significado que podemos dar al vocablo que le sirve de título, Los bárbaros.

El más nutrido y complejo reúne distintos trabajos ejecutados desde aproximadamente 1999, cuándo inició la serie El paraíso de los extraños, y llega hasta hoy en su análisis histórico e iconológico sobre la construcción de la imagen del mundo árabe y la visión del Islam en el mundo occidental, así como sus tergiversaciones y manipulaciones ideológicas. Curiosamente, esta primera parte se amplía hasta abarcar también la migración hacia Europa –un fenómeno que López Cuenca lleva exponiendo en sus crueles contradicciones desde muchos años antes de que estallase el actual conflicto que deshonra a los gobiernos europeos– en obras de singular eficacia comunicativa, así, sólo un ejemplo, el recorrido circular en el que, apenas sin luz, seguimos una línea de playa construida con postales, anuncios y fotografías de prensa –incluida la del baño de Fraga en Palomares– iluminados por el resplandor de dos televisores con imágenes del mar y el tenue sonido de vigilancia de los helicópteros.

El segundo grupo de “obras”, si no específicamente realizado para la exposición, sí ligado a las actividades de la Comunidad y bajo el mismo título de Los bárbaros, entronca con otras trabajos colectivos que López Cuenca ha hecho en países de Europa y América Latina, y fue primero un taller titulado Tras las huellas de la ciudad inconsciente en que un grupo de investigadores y artistas estudiaron los monumentos y construcciones vinculados en la capital con el colonialismo español, y que se resuelve en la muestra en un enorme mural que liga edificios y estatuas con imágenes del uso o mal uso simbólico en la vida cotidiana del país de esos elementos de influencia ideológica.

Resulta difícil dilucidar quiénes responden a esa doble acepción de bárbaro, extranjero y salvaje, si los así definidos en nuestro imaginario ideológico o si los europeos colonizadores. Esos perfectamente definidos por la señal diseñada por López Cuenca en la que sobre el cartel de “Bienvenidos” asoma un policía armado de una porra que se defiende de los “bárbaros” con el escudo de la Unión Europea.

Es ésta una exposición que actúa como un exhortador de consciencia. Es el visitante en su deambular el que descubre en sí mismo las contradicciones, los falsos ensueños, la ira o la triste sonrisa que emanan de las imágenes archivadas. Todo está ahí, todo es real y a la vez en su secuencia y confrontación alumbra nuevas visiones, otras interpretaciones que ajustan realidad con realidad y nos dan una “imagen” más justa del mundo que nos construyen para que en él habitemos a gusto pero ignorantes.  

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