Riflepistolacañón, así escrito, así dicho, invoca a una niñez atrevida. Sublimada por su marcha. Jacobo Castellano (Jaén, 1976) encontró un arsenal dibujado por un niño, o por todos, quién sabe. Un montón de armas a boli. Riflepistolacañón. Dilo en voz en alta y tú, la de hace mucho, regresará. Riflepistolacañón, ahora en Artium y antes en CAAC, es una suerte de aparición y la necesaria muestra de madurez de uno de los artistas más genuinos y necesarios del arte nacional, enquistado éste en una especie de virtuosismo sin rastro de carácter. Como espectador y conocedor, imbuido en la retentiva, reconozco el conjunto de trabajos como una insinuación retraída en un espacio cóncavo de leyes y apabullado de recuerdos. Naturalmente, la obra de Jacobo Castellano tiene que ver con la memoria. Sin embargo, me parece, no se trata de redimirla. Más bien es un principio, un origen en sí. Su modo de operar se repite, el aparente tropiezo no es casual. Jacobo busca e inspecciona, es más, no indaga para recuperar, sino para saciar. Como es lógico, el resarcimiento es difuso y fraccionado. No puede ser de otra forma. Jacobo sabe que la relevancia es un acontecimiento macizo y la mayoría de las veces, inaccesible. Lo extraordinario es misterioso y complicado, por eso, quizás, el placer de un niño ante un enigma. De alguna manera, Jacobo sigue invariable en la velocidad del que no tiene tiempo de separar las palabras, del que confía en su intuición, de su sagacidad, de su talento para escuchar en las formas y oír en la materia. Como el niño, juega y explora para fascinarse ante un mundo lleno de signos, trazos del paso de otros que devienen mismos.
Jacobo, por tanto, busca. Para saber qué rastrea, debemos fijarnos en lo que encuentra. Un proyector de cine en desuso, guardado con celo por su abuelo, encargado del cine de Villargordo, en Jaén, el pueblo de aquellos veranos. Una chuleta con la historia de Granada, la cronología de la ciudad de Jacobo, de su juventud y su formación, la que alguien no quiso olvidar durante un examen. Objetos incrustados en leño levemente tratado, la materia siempre superviviente que esconde, además, las marcas del paso. También el material de las vigas de antes, el sostén de casas acumuladoras de imágenes de peso, de puertas robustas, de encuentros perpetuos. Jacobo se sirve de los objetos que mantienen las vivencias y es capaz de leer, en sus signos, las posibilidades de expansión. La madera también es la carne, el propio cuerpo cicatrizado, dañado, pero firme. Jacobo continúa una tradición teórica que parangona ambas materias. La figura humana aparece implícita precisamente en las formas que la madera adquiere en un intento atropomorfo, como si la sombra de la presencia dejase rastros firmes. Ahí el interés del artista por los zapatos y las formas ceremoniales repetidas, esto es, las tradiciones. Jacobo reconoce el encuentro entre lo espiritual y el juego, entre lo sagrado y lo profano, porque en esencia es exactamente lo mismo; un tipo de conocimiento dramático, una puesta en escena con el fin de unir vidas, de aunar momentos. Un torno de clausura, las reminiscencias a la Semana Santa, la tradición iconográfica de nuestra historia del arte, la propia Historia confirmadora de identidades. Todo ello exactamente al mismo nivel que unas piñatas, el juego en el que el triunfo se descubre a golpes.
Entonces, ¿qué busca Jacobo? Sencillamente, no lo sé. Al menos creo saber lo que no busca; la memoria ni aún en su aparecer involuntario. No se trata de un forzamiento de reconocimiento del pasado, sino más bien una verdad escondida en algún punto evidentemente inalcanzable. Claramente, la memoria participa, pero no es el aspecto perseguido, ni siquiera el más incisivo al que se puede aspirar. La obra de Jacobo Castellano se expone a una interpretación simbólica de un pasado latente que atañe, en esencia, a los procesos de aprendizaje, de aprehensión al mundo. Es una labor vernácula y dialéctica. Formarse, en definitiva, es recordar y asimilar lo experimentado. Es una visión lanzada al futuro sirviéndose del pasado. Riflepistolacañón, además de una invocación, es un agasajo. Jacobo Castellano no encuentra, o al menos no se detiene ahí, él busca en los signos. Experimenta la pluralidad y la sistematiza. Jacobo responde a aquellas palabras de Deleuze cuando pensaba en Proust: "Aprender es ante todo considerar una materia, un objeto, un ser como si emitiera signos por descifrar, por interpretar. No hay aprendiz que no sea el "egiptólogo" de algo. Sólo se llega a ser ebanista haciéndose sensible a los signos de la madera o médico a los de la enfermedad. La vocación es siempre predestinación con respecto a signos. Todo lo que nos enseña algo emite signos. Todo acto de aprendizaje es una interpretación de signos".