Luis Gordillo “Firmamentos interiores B” (XXL/XXI – 2010). Cortesía de Artium.
En 1856, Edward Burnett Tylor coincidió con Henry Christy a bordo de un autobús en La Habana. Tylor, inglés, había estado recorriendo Estados Unidos en los últimos meses y aquel encuentro lo animó a adentrarse en los entresijos de la más grande de las Antillas Mayores. Después de Cuba partieron a México donde se dejaron fascinar por todo aquello que conformaba el paisaje cultural; mosquitos, calaveras, mercados, piratas y flores. Mesas, vasijas, acentos y terremotos. El diario de viaje fue publicado por Tylor en 1861 en forma de relato trepidante sobre la complejidad de una cultura, de cómo una misma práctica ocurrida en el mismo lugar y momento pueda desencadenar una nube de anacronismos, un presente y un pasado transversal. Es la crónica de un asombro constante, un vértigo temporal expresado en un hecho difícil de asimilar, y es que el presente está tejido de múltiples pasados. “Anahuac” es la demostración de que el etnólogo, como el artista, debe hacerse historiador de cada una de sus propias observaciones.
Luis Gordillo (Sevilla, 1934) colecciona desde hace años fotografías que va encontrando aquí y allá. No tiene más intención que el simple hecho de la propia compilación, quizás como un contrapunto a lo etéreo de la creación pictórica. En su estudio, esas imágenes fijas y fantasmales, se convierten en notas de campo esenciales después. Si bien son las experiencias de otros, a Gordillo parece apasionarle su quietud y quizás por ello las recorta, las mezcla y se convierten en piezas de collage. Pinta sobre ellas, las cambia de lugar, las esparce y, en suma, las amplifica; un proceso de experimentación en el lugar de trabajo que se ha repetido a lo largo de toda su trayectoria. Es precisamente por su competencia para tantear que se ha destacado su capacidad de reinventarse, de maximizar sus esfuerzos regenerativos para fortalecer la vigencia de su lenguaje pictórico. También se ha escrito sobre su capacidad de adaptación, un apelativo spenceriano que atenúa su vigencia a una simple cuestión de supervivencia, donde el más apto o fuerte sobrevive y se propaga. Pero lo cierto es que Gordillo, lejano a cualquier tendencia, es más bien un desadaptado a la selección natural, es el portador de un pasado satisfecho más que de un futuro gradual.
Las manchas que crecen en el interior de sus cuadros, vitalicias, la división secuencial y la repetición son el resultado de una búsqueda insondable con un fin pictórico. A Gordillo, sobre todo, le interesan las asonancias cromáticas, las narraciones que se yuxtaponen, su eficacia compositiva. El proceso se ha hecho repentino con las herramientas digitales de diseño, pero ha sido eminentemente el mismo desde hace años y sigue trabajando sobre sus imágenes con la misma intención expansiva. Desde luego no es el único que lo hace y eso hace pensar que no es ahí donde se asienta su indudable fuerza. Los etnólogos modernos se orientan por satélite, pero siguen necesitando adentrarse en la selva. Cabe entonces preguntarse por qué son tan contundentes y embrujadores sus cuadros, que en Artium son grandes (XXL) y actuales (XXI). Probablemente la razón sea la permanencia de los detalles, de los gestos menos intencionados, de los hechos exiguos y mínimos. Tylor estaba convencido de que la supervivencia era una simple cuestión de tenacidad. Una persistencia que encontraba su poder precisamente ahí, en lo más superfluo y anormal, en lo irreflexivo de las formas, en el juego y en la experimentación, en los síntomas. Gordillo se diluye en su mesa de disecciones, buscando las relaciones inconscientes entre acrílicos, líneas e imágenes. Al dilatarlas es capaz de observarlas con cierta perspectiva, con la lejanía cercana del etnólogo. Poco importa entonces a qué estilo pertenece, poco hay que indagar en los artistas de su generación, en los informalismos o en el Pop. Se trata de una aleación temporal más que de una cronología.
Sus narraciones pictóricas, esa tendencia a la multiplicidad de sus cuadros en polípticos, denotan una historia total o, mejor dicho, la verdadera historia de sus logros como pintor; una persistente anotación de sucesos en su cuaderno de notas. No tienen principio ni final, son los encuentros furtivos entre un degradado para buscar profundidad y un fondo que asienta la composición. Los múltiples pasados de los que se sirve Gordillo para conformar su presente son un collage de consecuciones que se mezclan y dialogan sin pudor. Por eso pueden crecer enormemente de tamaño o resumirse en un papel de cuaderno o en una fotografía recortada porque, en realidad, es una cuestión de supervivencia tyloriana, de ínfimos detalles. Tylor pensaba que las supervivencias, los mil pedazos en los que se forma una cultura, apuntaban a una realidad enmascarada; algo que perdura y prueba a la vez un momento que ya no existe. Como una fotografía, o miles de ellas.