La historia de la modernidad artística podría escribirse como la peculiar relación entre música y pintura. Dicha relación ha tenido que ver con el proceso hacia la abstracción, donde la pintura trataba de seguir a la música como la más “abstracta” de las artes, un ideal al que se debía tender. Esto se hizo explícito en textos de Kandinsky o Klee, y en los títulos de muchas pinturas o esculturas de la modernidad, como composición, sonata, sinfonía, etc.
Andando el tiempo, la pintura se había liberado casi totalmente de la representación y entonces fue la música, atrapada en el sentimentalismo y la descripción del romanticismo la que buscaba ejemplos externos que emular. Y en esto llegó una parte de la escuela de Nueva York trayendo las pinturas inexpresivas de un Barnett Newman y, sobre todo, de un Mark Rothko. Por otro lado, la música contemporánea americana se estaba sacudiendo los dictados del dodecafonismo y el serialismo y acabó dando, entre otros, con Morton Feldman.
Ambos coincidieron en un lugar de culto sin adscripción, la Rothko Chapel de Houston (donada por el matrimonio de Menill), construida para catorce oscuras pinturas de un Rothko al borde del suicidio e inaugurada en 1971 con música de Feldman, llamada también Rothko Chapel. Puede argumentarse, que este es el filo de la navaja donde pintura y música se reúnen en condiciones de igualdad. Rothko sabía quién era Feldman, pero seguramente no pensaría en él. Feldman sabía muy bien quien era Rothko y que su obra daría nombre a la capilla, pero su música no trataba de emular su obra, sino de responder ante ella.
Desde entonces son muchos los músicos que se han ocupado del pintor, entre ellos On, Joan LaBarbara, Ken Vandermark, Bernhard Günter, Brian Eno, Fourm… Incluso ha habido un muy apreciable grupo de electrónica llamado Rothko. Y es curioso, prácticamente, todas las piezas son de un nivel superior y en ningún caso tratan de ilustrar musicalmente una pintura.
Eso es también lo que ha hecho hace bien poco el trans-guitarrista inglés Keith Rowe (1940, fundador de AMM) en un álbum que es una sola pieza de 41 minutos. Rowe realizó Concentration of the stare [Concentración de la mirada] como una larga improvisación en la misma Rothko Chapel. Usó la guitarra eléctrica, dispuesta de forma horizontal sobre una mesa, no tanto como el instrumento que conocemos, sino como una fuente de sonido que puede ser excitada casi de cualquier manera y con casi cualquier medio, desde resortes a plumas, lápices o cualquiera de los múltiples objetos que Rowe saca de su equipaje de manera no demasiado ceremonial.
La técnica tradicional de la improvisación, a falta de una partitura o, cómo en el caso de Rowe, de cualquier instrucción o acuerdo previo, se basa generalmente en lo que se llama expansión-compresión, que puede tener que ver, o no, con mayor o menor volumen, mayor o menor velocidad (medida no como un simple tempo, sino como acumulación de notas-sonidos en un lapso temporal), mayor o menor insistencia en un tema…
En este disco, realizado completamente en solitario, Rowe sigue a grandes rasgos esa técnica. Por lo general su sonido es más expansivo, mientras aquí, entre estas pinturas, se deja llevar por el espíritu del lugar, la meditación sin adscripción religiosa, y también se simplifica, portando en la música la concentración de la mirada que hace vibrar los cuadros de Rothko y los convierten en una superficie palpitante por la que un espíritu dispuesto puede entrar en una dimensión diferente. Música o pintura, tanto da, si vibran de la misma forma