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viernes, 31 de marzo de 2017

Javier Peñafiel. Tu extrema higiene

Galería Librería La Casa Amarilla. Zaragoza
Por: Alejandro Ratia
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Javier Peñafiel (Zaragoza, 1964) ha dejado por escrito una pequeña (y renovada) poética con motivo de su nueva exposición. “Es baja nuestra tolerancia a la frustración, generar un trabajo en condiciones diferentes a las de la norma productiva ayuda contra el fatalismo de especie”, nos dice. No se trata tanto de una justificación de la inercia en la labor artística, como la constatación de una necesidad, de algún modo básica, de seguir echando leña al fuego del lenguaje o de la comprensión de las cosas. Años antes, en uno de los carteles de su Violencia sostenible (2004) se leía: “episodios del descontento confunden transitoriamente la satisfacción del estado”. La acción directa, cuyos efectos ya entonces se apreciaban superficiales, no excluye sino que exige la acción continua y paciente del artista. El capitalismo tiene secuestrado lo sublime. “Los efectos de la penetración del capitalismo en el lenguaje no han hecho más que empezar”, escribió Lyotard en vísperas del cambio de siglo. Javier Peñafiel quiere creer “que existen trabajos inaccesibles para el capital”. Pero esto, apostilla, “casi parece una fábula”. Esta es una exposición en la que se reivindica, por decir que se delata, como pintor. Esta relación de Javier Peñafiel con la pintura se puede aproximar a la de Txomin Badiola respecto a la escultura. El término híbrido les sirve bien a ambos. La pintura puede llegar a ausentarse por completo, permaneciendo implícita. “El pintor es productor y el primer público, se separa de sí para serlo”, dirá Peñafiel.

 

El objeto terco de estas pinturas (ahora sí integradas en las instalaciones), de formatos pequeños y livianos, es el cepillo de dientes. Este adminículo de aseo personal es tanto motivo de las pinturas, como utensilio en sus acciones o conferencias dramatizadas, y elemento en sus collages. La secuencia fotográfica La función dentífrica registra una mínima dramatización. Las cerdas de plástico de los cepillos sirven de soporte a los papeles caligrafiados. En esos papeles aparecen algunos de esos textos, tan típicos en este artista, esas parejas de palabras que acompañan, y sustituyen aquí, a los personajes de sus dibujos.

Javier Peñafiel se ha movido mucho en los últimos veinte años. Los pequeños cuadros han ido pintándose en Barcelona, Nueva York o Brasil, en Berlín o Lisboa, o en Sineu, Mallorca, más recientemente. El motivo de de una fragilidad extrema, el color de la pasta de dientes, destinado a no durar, pervive, sin embargo, como artefacto de medida del tiempo. Autorretrato paradójico. “La actividad artística no es higiene”, nos advierte Javier Peñafiel. “En nuestro presente cercano de sociedades atrofiadas, los incluidos presumen de extrema higiene”. Esa higiene vale por la insalubridad ajena. Chus Martínez, al hablar de Javier Peñafiel, se refiere a un territorio “marcado por lo propio”, una esfera de lo personal alimentada por ciertas paranoias, entre ellas la “normalidad”. Esta normalidad se puede ejemplificar bien en el cepillo con el que nos reencontramos cada noche en nuestra bolsa de aseo. Pero las manías colectivas, bien pueden combatirse con ritos privados. Y el juego con los cepillos puede entenderse de ese modo.
El Javier Peñafiel dibujante se cuela, posiblemente, es ese primer alejamiento de sí mismo, naciendo del Javier Peñafiel pintor, que no desaparece. Y en ese punto nace como necesaria la indiferenciación entre dibujo y escritura. Lo que llamará “vida caligráfica”. Ese es el título de una instalación presente en la exposición: “Vida caligráfica (Homenaje a Robert Walser)”. Tres objetos ocupan la pared. Un cuadrito monocromo casi a ras de suelo. Un collage donde un tapón de oído violenta, levemente, una libreta a la que sólo quedan sus tapas. Una pintura con el motivo del cepillo de dientes, en blanco sobre negro, como invirtiendo el paisaje nevado donde encontraron el cadáver de Walser, tras el rastro o caligrafía de sus pasos.

Sebald, hablando de los escritos a lápiz del último Walser, se refirió a un posible “entrenamiento para una vida en la clandestinidad”. Sin necesidad de dramatizar, los dibujos de Javier Peñafiel tienen esa virtud. El mundo de personajes o avatares caligráficos (que se hizo popular en su proyecto Egolactante) tiene su resumen o traca final en un vídeo que también se muestra en la galería, aunque en un lugar aparte: Auditoría de proximidad. A diferencia de las piezas inéditas que configuran el montaje de esta exposición, este extraordinario vídeo se había mostrado ya en “réserVoir”, una colectiva comisariada por el desaparecido Manel Clot. Aquí los dibujos cobran vida, sin perder su esencia plana, y también cobran voz. 

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