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ARTÍCULOS

lunes, 3 de septiembre de 2018

HISTORIA, LABERINTOS Y OCULTACIONES

MOUNIR FATMI Y CARLOS MOTTA EN EL CDAN
Por: Alejandro Ratia
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MOUNIR FATMI. El día del despertar
CARLOS MOTTA. Petrificado
LAV DÍAZ. Prólogo al Gran Desaparecido
DECLINACIÓN MAGNÉTICA. Margen de error ¿Cómo se escribe Occidental?
HERMIC FILMS
CDAN. Centro de Arte y Naturaleza de Huesca. Fundación Beulas. Del 28 de junio al 7 de octubre de 2018.

Los dos protagonistas principales de la programación del CDAN de este verano son el marroquí Mounir Fatmi (1970, Tánger) y el colombiano Carlos Motta (1978, Bogotá). El director del centro oscense, Juan Guardiola, plantea, recurriendo a ellos, una reflexión sobre la Historia, entendida como ciencia social y constructora (o muñidora) de legitimaciones. Se suman a estas dos exposiciones, abundando en este mismo asunto, otras propuestas complementarias: la proyección de “Prólogo al Gran Desaparecido”, mediometraje del excelente cineasta filipino Lav Díaz; las proyecciones de los viejos documentales de Hermic Films, rodados en la Guinea Española en los años cuarenta; y un trabajo del colectivo “Declinación Magnética”, que investiga sobre el pasado y el presente desde una óptica postcolonial, revisando en este caso la narrativa del descubrimiento de América a través de libros de texto.

 

Pero la gran exposición del verano es la de Mounir Fatmi. La sala principal del CDAN permite una revisión significativa de su carrera. Esta se ha desarrollado entre Marruecos y Francia, y sus referencias integran la tradición islámica junto a las bases digamos que canónicas del pensamiento crítico occidental. En “Los monumentos”, una obra de 2008, Fatmi alinea unos cascos, como los que llevarían los ingenieros en una obra, pero rotulados con los nombres de filósofos occidentales, en lo fundamental, vinculados a la Desconstrucción o al Estructuralismo. Entre ellos, Baudrillard, que calificó al Islam como algo que no encajaba Nuevo Orden Mundial. Un artista o intelectual marroquí no podrá contentarse con una definición del Islam en negativo, pero sí que se verá abocado a convivir con notables contradicciones. En “Rompecabezas para un musulmán moderado” (2009) vemos un cubo de Rubik que pierde todos sus colores para convertirse en la negra Kaaba, con el único alivio de esa franja superior de su cubrimiento, donde se contiene la escritura sagrada. Vemos que las piezas no encajan. Es un caso que no acierta resolverse de un modo satisfactorio. Si no conociéramos el origen de Fatmi, las alusiones ingenuas que podría suscitar este trabajo conducirían al minimalismo o a Sol LeWitt, no a La Meca, pero creo que no debemos dejar de mezclar ambos mundos al interpretar obras como “La paradoja” o “Los tiempos modernos”, donde se cruzan la caligrafía árabe y las máquinas, y que pueden emparentarse con los rotorelieves duchampianos, convirtiéndose en mecanismos de objetivación y secularización de la palabra. No es de extrañar que Fatmi haya sufrido censuras y que haya sido objeto de la ira de los integristas, tal como sucedió con Salman Rushdie, el escritor a quien alude otro de sus trabajos, una extraordinaria secuencia de fotografías manipuladas, en la que se mezclan los rasgos de Joseph Conrad y Anton Chejov, dos maestros del escritor indio cuyos nombres mezcló para construirse uno nuevo, durante el tiempo en que precisó esconder su identidad.

Otro de los asuntos que han interesado a Fatmi es la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos. Algo que aparece en su instalación “Fuera de la Historia” y en el vídeo “Proceso de oscurecimiento”, sobre la sorprendente vida del activista John Howard Griffin, un blanco que se hizo pasar por negro en el hondo sur norteamericano. En bastantes de sus obras, la necesidad del disfraz, o del ocultamiento de la personalidad propia aparecen como tema subterráneo, así como el laberinto, que resulta imagen de una situación particular, pero también de una coyuntura histórica de difícil salida.

También trabaja Carlos Motta por la visibilización de los conflictos. Parte de sus proyectos plantean una crítica de la historia de Norteamérica, el país donde se ha establecido, y de su política intervencionista en Iberoamérica. También se interesa por la reivindicación de las culturas precolombinas. “Petrificado” es un proyecto cerrado y muy concreto, que se acomoda bien a la sala 2 del CDAN. En las paredes, unos soportes sirven para exhibir grandes fotografías de desiertos de Arizona o Nuevo México. Su disposición –apoyadas contra la pared, en un ligero ángulo– les confiere un carácter escultórico, también un aire de objeto sagrado, que se asociará de inmediato a las tradiciones de lo sublime y del land art. Estos paisajes condujeron a Max Ernst, por ejemplo, a un cierto éxtasis estético. Los “bosques petrificados” son un surrealismo encontrado. Pero Motta coloca en el centro de la sala unas vitrinas que plantean un cortocircuito. Son retratos de conquistadores o evangelizadores españoles, o estampas que celebran la exploración temprana de aquellos territorios. Aparece, por ejemplo, la imagen del descubrimiento del Gran Cañón en la expedición de Francisco Vázquez de Coronado, en el siglo XVI, un supuesto descubrimiento que olvida a los nativos que habitaron aquellas regiones, y que son los perdedores de esta historia. Al rodear estos testimonios unidireccionales de la solemnidad de las imágenes, Carlos Motta plantea el posible efecto narcótico de la belleza frente a la realidad oculta. Un fragmento de mineral robado por el artista del Parque Nacional del “Bosque Petrificado” ironiza con una mínima, ridícula apropiación, frente a la usurpación ingente de los territorios colonizados. La mala conciencia utiliza los hermosos desiertos para enterrar sus cadáveres, tal como hacen los mafiosos de Las Vegas.

En la bella película de Lav Díaz también parece que el paisaje sea un cómplice, haciendo desaparecer al líder independentista filipino Andrés Bonifacio, víctima de revolucionarios rivales. El final de la colonización se plantea aquí plagado de conflictos y contradicciones. De nuevo como un laberinto.

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