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lunes, 7 de diciembre de 2009

Contra la memoria nos queda el olvido

Por: Antonio Jiménez Morato
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¿Qué es realidad y qué es ficción? ¿Cómo se producen los intercambios entre ambas esferas y en qué medida se retroalimentan la una a la otra? Pocos cineastas han investigado de un modo tan atinado las relaciones entre ambos conceptos como Isaki Lacuesta. En su filmografía se aglutinan diversas posibilidades. Hay falsos documentales que están construidos siguiendo los patrones del género que inauguraron los hermanos Lumiére pero que finalmente se revelan como inteligentísimos fakes. También hay películas que, pese a partir de argumentos ficcionales, han sido rodadas dejando que la improvisación dote a las imágenes de la seductora tensión que ofrece la realidad. Desde sus colaboraciones con uno de los más interesantes realizadores de la actualidad, Joaquim Jordá, hasta esta reciente Los condenados, su mirada ha cuestionado permanentemente los presupuestos que la mayoría de los directores o críticos, por descontado también los espectadores, asumen de modo totalmente acrítico.

 

El hecho de que esta película fuera, en principio, un proyecto documental y haya terminado siendo una ficción no debería, pues, incomodar o extrañar a nadie. De hecho, lejos de convertirse en un obstáculo, el pasar de un cajón a otro ha resultado un incentivo más para el resultado final. Los condenados es una película planificada hasta el agotamiento en cada uno de sus planos, en cada toma, en el montaje final. Desde el meticuloso plano secuencia con el que se abre la cinta, que sirve como obertura al describir en buena medida el ambiente opresivo del escenario, hasta el sorprendente diálogo entre Martín y Silvia que, mediante el sencillo recurso de silenciar los parlamentos de Martín, convierte en un intenso monólogo donde la actriz Bárbara Lennie realiza el extenuante ejercicio de interpretar no sólo con la palabra, sino con los silencios y la mirada. Pero hay más. Las secuencias dialogadas han sido pensadas de modo obsesivo, así como los movimientos de los personajes en los escenarios. Llega un momento, de hecho, en que parecen diseñados por un director de escena que haya montado más una obra teatral que, propiamente, una película. Pero todo eso, lejos de estorbar dentro del discurso, lo potencia. Porque desde el inicio Lacuesta quiere que seamos conscientes del artificio, de que no estamos contemplando la realidad, sino un montaje, algo diseñado para producir un efecto.

Los resultados son, desde luego, muy sugerentes. Por un lado porque pese a ser una película rabiosamente política, que podría leerse como una pieza más sobre el debate de la memoria histórica o sobre la conciliación y el olvido, ha sabido no decantarse de modo explícito por una lectura de la realidad. Presenta los hechos, los analiza y duda de los argumentos que se esgrimen de modo sistemático. Por otro lado porque está narrada desde un simbolismo que, por su uso de la elipsis y de la ocultación, se torna singularmente efectivo. Casi todo lo que coloca ante el objetivo de la cámara tiene una carga alusiva, pero al mismo tiempo lo que hay frente a la cámara no es más que lo que es, con lo que la narración es mucho más socavadora.
Porque finalmente cabe una sola pregunta, ¿quiénes son los condenados? Pueden ser los muertos, o los olvidados, pero también los que siempre han vivido en el recuerdo o los que se han obligado a mantener viva la memoria. O los que han sido incapaces de dejarse llevar por el olvido. Son muchas, todas acertadas, todas lógicas, las respuestas a la pregunta. Y con todas ellas en la mano y en la cabeza Lacuesta ha hecho este film.

Sutil por un lado y contundente por otro, supone una muestra del talento y la inquietud de uno de los directores más atractivos que pueden llevarle a uno hoy a una sala de cine.

Antonio Jiménez Morato

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1 comentario
Carlos en red | martes, 8 de diciembre de 2009 | 16:39
#1
Película acertada ahora que la memoria histórica está tan en boga. Lástima que sean sólo trifulcas que delatan un interés por el poder y quieren ocultar que la memoria es un bien social. Y aunque como dice el autor del artículo esa no es la intención de la pelí creo que los que vamos al cine si que deberíamos pensar en ello.
1 comentario
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