Signatures. Foto Agustí Torres. Cortesía: Es Baluard
Archives du coeur (Archivos del corazón) es un proyecto universal de Christian Boltanski que, desde 2005, reúne una colección de latidos del corazón grabados en diversos lugares del mundo. Evoca la memoria de una fuerza vital humana que, en una interacción entre multitud e individuo, permanece y se transmite más allá de la muerte. Han sido presentados en centros artísticos como el Palais de Tokio (Paris) y la Serpentine Gallery (Londres), siendo albergados en Teshima (Japón).
Signatures, la instalación sonora realizada por Boltanski para el Aljub, en Es Baluard, configura, en el proyecto de los Archivos, un monumento inmaterial a la ausencia de quienes golpe a golpe trabajaron en sus piedras, cuerpos borrados ya por una muerte anónima. Nada queda –en la estética de un barroco hipermoderno perviviendo en las transparencias y radiaciones de la tecnología, en la fugacidad sublime de las cosas efímeras–, excepto los signos cuyos significados son, como la memoria, difusos, ininteligibles. Inscripciones de un alfabeto críptico, referido al salario y la cuantía del trabajo-sudor, del esfuerzo continuo: Marx golpea y late, también, ineludible, en esta mano esclava o casi esclava, en los niños trabajando en las canteras de extracción de piedra, en los prisioneros de la Inquisición, en los músculos transportando carga, en los maestros canteros. Pues todo monumento se yergue sobre la muerte de otros, sobre el precio/signo de vida humana, mercancía: a veces, nada.
Boltanski transmite mitos: el flujo de lo incesante, de un son imparable, insistentemente repetido. El tiempo. Registra la ingravidez freudiana de “lo mismo” en la materia del aire, del neón, en el olor acre de la niebla. Archiva lo imposible: lo espectral del espectáculo a que se refería Barthès. Ritualiza el retorno insistente de la muerte en un simulacro de cables, altavoces, máquinas y luces. En materiales banales, cotidianos. En el espacio abovedado del Aljub retumban atronadores los ritmos de los corazones, golpes monótonos picando, colocando piedras. Son los trabajadores re/construyendo un mundo desaparecido. Las ruinas de hoy, convertidas en museo, albergan el retorno de unos muertos que no se fueron nunca y confrontan a espectadores y turistas a la mirada estupefacta de lo incomprensible: la muerte, siempre.
Pues, ¿qué se revela aquí, sino el acto creativo que recorre las piedras y los signos, percibe la mudez de lo irreconocible y el sonido atronador de la multitud de corazones y martillos, sigue los trayectos de los cables, se pierde en la neblina blanca del vapor y en el neón espectral de los signos como en una memoria borrosa, en una escritura extraña? El sentido, para Boltanski, no es opaco; tampoco nítido. Está asociado por conexiones sinérgicas, rumores, ambigüedades, cuerpos inmateriales, energías, iluminaciones y penumbras. Por la ausencia de forma. El sentido –cuando aflora– no es literalmente transmitido. Al contrario que en el estructuralismo y en la estética del Wiener Kreis, donde el sentido no ha de ser descubierto sino que se produce, en Boltanski –más cerca del devenir bergsoniano del tiempo, del «rostro de arena» de Foucault y de una topología de las superficies de Deleuze– el sentido aparece en una interacción de cadenas de significantes inmateriales que iluminan lo incomprensible. Vértigo de la muerte infinita, del azar absurdo y de un destino sublime que ridiculiza la supremacía de lo inmediato, la nimiedad del objeto, la hiperexpresividad del cuerpo y la apariencia, el culto a las reliquias. Pues para Boltanski, el arte no es decorativo: transmite cuestiones existenciales. No es el acontecimiento lo que cuenta, dice, sino la condición humana