Secret poem, 1971. De la serie Mapas Mentais. Cortesía: Fundació Tàpies
Poco y mal conocida en España, gracias sólo a lo que nos ha ido llegando cada vez que ha expuesto en grandes plazas internacionales, fuera en solitario o en antologías colectivas, la obra artística de Anna Maria Maiolino es, sin embargo, una de las más fértiles y estimulantes del arte latinoamericano de los últimos cincuenta años, aunque haya pasado incomprensiblemente de tapadillo por estas latitudes. Para corregir esa injusticia histórica, poner al día una trayectoria digna de atención y, en definitiva, reclamar su justa importancia en el contexto actual del arte contemporáneo, la Fundació Antoni Tàpies, el Centro Galego de Arte Contemporáneo y el Malmö Konsthall presentan conjuntamente por primera vez en Europa una retrospectiva itinerante de la artista brasileña que abarca más de medio siglo de producción y reúne desde sus primeros relieves y xilografías hasta una reciente instalación de sonido.
Comisariada por Helena Tatay, la muestra viene a iluminar la radical singularidad del trabajo de Maiolino frente a la obra de sus contemporáneos más cercanos (Hélio Oiticica, Carlos Vergara o Lygia Clark, por poner tres ejemplos) y constituye, en su conjunto, un recorrido muy completo por todas las etapas de su trayectoria. Una de las más abiertas y diversas que ha dado el arte brasileño y que aquí, casi medio siglo después de su debut en la Galería G., de Caracas, se traduce en un abanico de versatilidad y sensibilidad a través de algunos de sus trabajos más representativos: dibujos, esculturas, fotografías, películas e instalaciones que van desvelando, poco a poco, desde su aparente y falsa superficialidad, las inquietudes y los anhelos más profundos de la artista; en particular, su preocupación por el cuerpo y el lenguaje, entendidos como moduladores de la subjetividad y la dimensión social del individuo.
A primera vista, el trabajo de Maiolino parece tocado por una ligereza que desaparece progresivamente según avanza la exposición y nos fijamos en los detalles de su laboriosa y metódica producción. Cada vez se hace más evidente la importancia que tienen para su creadora la técnica, la forma y la materia. Sobre esos tres ejes, construye un corpus en mutación permanente, abierto a la exploración en cualquier medio o disciplina. Piezas en las que transitan evocaciones sobre la identidad, alusiones a la situación política de Brasil durante la dictadura y un aliento audazmente imaginativo, enriquecido por una pátina poética que centuplica el voltaje de su significado y sentido. Visto en contexto, Anna Maria Maiolino hace de todo y en todo logra una excelencia que proviene al mismo tiempo de la curiosidad y de la experimentación, del apasionamiento y del rechazo a los lugares comunes, dejando claro que estos son asuntos tanto de elección como de compromiso.
Quizás cueste reconocer a Anna Maria Maiolino como una artista emblemática del siglo XX, aunque haya demostrado tanto durante su ininterrumpida trayectoria en cantidad, en calidad y en singularidad. El amplio espectro de temas, intereses y actitudes que pueblan su proyecto no sigue un desarrollo lineal y exigen la atención del espectador y toda su capacidad reflexiva. La suya no es, pues, una invitación a la simple contemplación. Los distintos registros de su trabajo, cargados de simbolismo y repletos de sentido, se convierten, a través de sus conexiones arteriales, en un espectáculo lleno de encanto y misterio donde resulta muy difícil destacar una obra por encima de otra. Dice el escritor Vicente Núñez que sólo la poesía desobedece al lenguaje: lo desobedece para someterlo. Anna Maria Maiolino lleva el sofisma a su máxima expresión y lo aplica a su trabajo para arrancarle al arte momentos de belleza insólita que exigen, con magnetismo, la decisión de mirar.