EDGARDO ARAGÓN Tinieblas, 2011. Foto: Lívia Stumpf/indicefoto.com. Cortesía: Bienal do Mercosul.
Ensayos de Geopoética es sin duda una de las mejores bienales del año. Esta 8ª edición de la Bienal de Mercosur la consolida ya como uno de los eventos más relevantes del circuito internacional, aunque sin perder por ello un ápice de su especificidad local. Precisamente el mayor acierto de 8ª Bienal es el modo en que negocia y opera sobre las tensiones de lo cosmopolita y lo periférico, partiendo de la condición híbrida del contexto gaucho del sur de Brasil y reconsiderando las implicancias políticas de un evento artístico cuyo origen lo define un tratado económico (el Tratado de Mercosur). Esas consideraciones han dando forma al proyecto curatorial, liderado por José Roca y un equipo sobresaliente de seis curadores latinoamericanos (Caue Alves, Paola Santoscoy, Alexia Tala, Aracy Amaral, Fernanda Albuquerque y Pablo Helguera) que trabajaron de forma colectiva todos los aspectos del proyecto, y a eso deba probablemente también su riqueza y complejidad.
Ensayos de Geopoética articula una aguda reflexión en torno a conceptos como territorio, ciudadanía o geografía, proponiendo no una mera exposición sino un conglomerado de componentes que proliferan en el tiempo y en el espacio. Por ejemplo Casa M, un apartamento en la ciudad que funciona a lo largo de varios meses como lugar de conciertos, proyecciones y debates; la plataforma Continentes que propició el intercambio de espacios independientes de la región; Ciudad no vista conformado por intervenciones para sitio específico en la ciudad de Porto Alegre; y la exposición Tras Fronteras (curada por Amaral), que involucró viajes de artistas por distintas partes del territorio.
La exposición central titulada Geopoéticas es notable de principio a fin. Este espacio gana en su sencillez: elude la tentación de un marco teórico pesado y se entrega con plena confianza a la poética de las obras en el espacio. Uno de los aciertos son los pequeños ‘pabellones’ llamados Zonas de Autonomía Poética (ZAP) donde se presentan construcciones territoriales o naciones ficticias que perforan los ordenes geopolíticos estables. Estos ZAP contenían varias de las iniciativas más delirantemente incisivas como Reclaiming the Lost Kingdom of Laird del norteamericano Duke Riley, o el mejor conocido NSK State de los eslovenos Irwin.
Precisamente, la atención por esos otros modos de habitar y construir el mundo es lo que hace que la Bienal se cargue de una dimensión utópica poco usual, alejada de todo panfleto, señalando de modo rotundo las posibilidades políticas del cuerpo para redefinir radicalmente el espacio que habita. Destacan así obras como: Tinieblas del mexicano Edgardo Aragón, una videoinstalación de trece músicos interpretando una banda fúnebre sobre hitos de la frontera; The short and the long of it del suizo Uriel Orlow sobre los tripulantes de catorce navíos atrapados durante ocho años en el Canal de Suez; el vídeo Estadio Azteca, proeza maleable de Melanie Smith y Rafael Ortega que registra un espectáculo de mosaicos en las graderías del estadio. Otras piezas importantes son el videoclip Awaman: Manawa Nicarawa de Jonathan Harker, la instalación Display of properties de Leslie Shows y la impresionante videoinstalación del argentino Miguel Angel Ríos titulada Mecha. El montaje fue impecable, con una atención especial a los espacios de proyección y con estructuras de madera que dejaban expuestas todas sus hechuras.
Es de destacar además el potente despliegue de conferencias y performances los días inmediatos a la inauguración, lo que da cuenta de la atención y el cuidado de los curadores por situar la discusión desde cauces locales. El evento ha sido una bocana refrescante cargada de intenso deseo en momentos tan profundamente desutopizados como los actuales: una valiosa llamada de atención y una invitación abierta a ocupar el mundo de formas cada vez más apasionadas, imaginativas y sensibles.