Lara Almarcegui. Pabellón de España
Aunque, en realidad, me proponía hablar del trabajo curatorial de esta Bienal parece obligado detenerse en el Pabellón español que protagoniza Lara Almarcegui. Su propuesta –similar a otros proyectos, como los llevados a cabo en Viena o en la Bienal de São Paulo– es impecable y, por ello, algunos de los comentarios vertidos en la prensa provocaban sonrojo y ponían de relieve la ignorancia y ramplonería de sus firmantes. Como pocos artistas de nuestro país Almarceguí logró muy temprano dotar a su trabajo de un rigor y una coherencia que no daban margen a la complacencia; su obra parte del análisis y del estudio documental sobre la historia de los lugares (sean descampados, construcciones, ciudades o subsuelo) y el efecto que en ellos han dejado las decisiones humanas de toda índole (económicas, políticas, bélicas, culturales…), tanto las que emanan desde el poder como aquellas protagonizadas por los propios ciudadanos mediante sus comportamientos y usos. Así, bajo una apariencia fría, distanciada, lo que la artista pone en primer plano de su reflexión es el ser humano en toda su complejidad y las huellas que ha dejado impresas en el espacio común.
En cuanto al enfoque que ha dado a la 55 Bienal su comisario, Massimiliano Gioni (Pabellón Central y Arsenale), el primer calificativo que se le puede aplicar es el de sorprendente. Una idea, tan abierta y general, como la de Palazzo Enciclopedico, podría traducirse desde infinidad de perspectivas, incluso podía haberse convertido en un cajón de sastre amparado en su inabarcabilidad conceptual. Sin embargo, Gioni ha llevado a cabo un ejercicio de inteligencia que además funciona desde la originalidad. En primer lugar ha huido de la presión del mercado, proponiendo un buen número de artistas escasamente conocidos, nacidos algunos de ellos a finales del siglo XIX, con una notable proporción de artistas mujeres, y donde encontramos figuras anónimas, outsiders, artesanos variopintos, coleccionistas y recopiladores de rarezas, o personalidades fuera de la norma; en suma: un notable muestreo de producciones y creadores cuya influencia en la historia del arte, no ya canónica sino incluso heterodoxa, ha sido escasa o nula. Desde luego aparecen nombres conocidos y reconocidos pero el peso de los casi anónimos es llamativo, como lo es esa línea dominante que conecta a no pocos de ellos a un modo de pensamiento que nada debe a la racionalidad de las luces y donde, por ejemplo, asoman referencias al esoterismo, y a Madame Blavatsky y su teosofía, tan en boga a finales del siglo XIX y los albores del XX.
Tras lo dicho, habrá quien arquee las cejas preguntándose qué propone en realidad Gioni: ¿una salida espiritualista y anti-racional frente a la que está cayendo?; pero ¿no estaba asumido, y bien asumido, que el arte es una herramienta para entender el presente, incluso para actuar en él? No parece ir por ahí el planteamiento del italiano, que hace gala de habilidad al asumir una posición, digamos, modesta, que en ningún momento indica por dónde “debe” o “debería” ir el arte, que no se posiciona en defensa de unos u otros modos de práctica artística sino que llama la atención sobre la ingente cantidad de lo que ha quedado fuera de los discursos dominantes y sus corrientes hegemónicas. Ahí radica el interés de su propuesta y, para bien y para mal, su riesgo.
Otra singularidad de este comisario ha sido la de encargar a un artista –mejor dicho una, ya que se trata de Cindy Sherman– la responsabilidad de co-comisariar un buen tramo de lo presentado en el Arsenal –casi un tercio de lo que allí se exhibe–. Sin duda, esta colaboración introduce un poco de caos en el recorrido –aunque Sherman comparte la perspectiva de Gioni– y tiene a su favor que, como artista, puede permitirse todas las libertades sin ser tachada de poco rigurosa en el plano conceptual –dicho sin ninguna maldad por mi parte–. Y desde luego, se permite todas las licencias como, por ejemplo, la convivencia de un archivo fotográfico de mediados del siglo XIX –que se centra en retratos tamaño tarjeta de tiernos infantes, carentes de aspiraciones “artísticas”– con unas telas bordadas que se utilizan en ritos de budú, con una serie de imágenes que la propia Sherman ha ido coleccionando o con unos exvotos procedentes de una iglesia italiana…
El recorrido del Arsenal concluye con una gran pieza de Walter De Maria (Apollo's Ecstasy, 1990), una secuencia de tubos paralelos pintados en oro, que parece señalar cómo incluso las corrientes más arraigadas en la racionalidad se tiñen de su opuesto. No sé si era esta la conclusión a la que Massimiliano Gioni quería conducirnos, y resulta una obra extraña como colofón del Arsenal, sobre todo por que la pieza que mejor sintetiza este discurso “enciclopédico” –siempre avocado a su imposibilidad– es una que encontramos un poco antes: el gran diaporama del cineasta Stan Van Der Beek que aspiró en los años sesenta a crear un compendio del saber en imágenes que pudiese circular libremente a través de conexiones invisibles, algo parecido a Internet imaginado mucho antes por este visionario.
Como conclusión se puede decir que esta Bienal no marcará tendencia –no aspira a hacerlo–pero reúne dispositivos suficientes para espolear la reflexión y esto es algo que muy pocas Bienales de Venecia –mejor dicho: muy pocos de sus comisarios– han conseguido.
Ah, como posdata, señalar el estupendo diseño del montaje (por fin), y agradecer las muy bien hechas cartelas que acompañan a cada pieza (claras y extensas), hablan del esmero y del nivel de exigencia con que ha trabajado Gioni.