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lunes, 4 de noviembre de 2013

Hilma af Klint en el Museo Picasso Málaga

Por: Francisco Baena
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Hilma af Klint (1862-1944)
Grupo IX/SUW, nº 17. El cisne, 1915
Óleo sobre lienzo 150,5 x 151 cm
© Cortesía Stiftelsen Hilma af Klints Verk 2013.
Foto: Albin Dahlström / Moderna Museet, Suecia
© Hilma Af Klint, VEGAP, Málaga, 2013.


 

Es sabido que Robert Motherwell desarrolló en su madurez la idea de que la pintura moderna había cumplido su tarea, y sólo quedaba a partir de entonces la posibilidad de agregar pies de página y notas, pero no capítulos completos, al libro que la contaba. Hablaba, naturalmente, de los artistas. Ellos son los que escriben la Historia a la que se refería Motherwell. Pero hay otras versiones del relato. Por ejemplo las que publican los museos, revisionistas por naturaleza y empeñados en redactar notas al pie.

 

Ahora el Museo Picasso Málaga, en colaboración con el Moderna Museet de Estocolmo, el Hamburger Bahnhof - Museum für Gegenwart de Berlín y el Louisiana Museum of Modern Art en Humlebaek, nos invita a leer una de esas notas al pie, compuesta con voluntad expresa de sacudir las inercias historiográficas. Una nota-trampilla que se abre a un pozo que lleva a un agujero negro. O a una galería que nos devuelve al principio del capítulo que el Libro dedica a la pintura moderna. La nota responde a la llamada que, en el cuerpo del texto, han insertado en la frase que introduce los nombres canónicos de los pioneros del arte abstracto. El párrafo, la página, se mantiene igual que antes, salvo por la adición de un numerito volado al final de la frase. La llamada al pie agrega un nombre: Hilma af Klint. Nombre ignorado hasta ahora al que acaso se añadan otros bien conocidos que han aparecido ya en páginas anteriores, y aún retornarán: Riegl, Steiner, Munch... Al final de esa relación veríamos una nueva llamada que llevaría, paradójicamente, al inicio del capítulo, de modo que lo volveríamos a leer tal cual lo habíamos hecho. Pero ya sería distinto. Como si una sombra que antes no habíamos visto atrajera nuestra atención. O ni siquiera una sombra: un espectro, bajo cuya influencia términos que nos parecían bien fijados y estables, como Einfühlung, emiten vibraciones imprevistas. Y no es que al incluir el nombre de Hilma en la página, al pie, se añadan experiencias que no se hubieran desarrollado previamente, por ejemplo en los alrededores de la alucinación simbolista, o en los del mestizaje del postimpresionismo con los movimientos que en el cambio del siglo XIX al siglo XX respondieron al positivismo estimulando los estudios de los aspectos espirituales y esotéricos: los grupos martinistas, los neo-gnósticos, las fraternidades masónicas, los rosacruces, los teósofos. Pero el aura que en Hilma af Klint liga su ser médium con el “descubrimiento” del nuevo lenguaje plástico, la atribución de éste al dictado expreso de los espíritus, sugiere una perturbadora filiación de nombres que sorprendemente riman con los hallazgos de la sueca. No ya los que pudieran pensarse sino otros en apariencia muy alejados de sus constelaciones. Por ejemplo Francis Picabia: se diría, a la vista de algunas obras de Hilma af Klint, que muchas de las figuras maquinistas que pintó y dibujó el francés en los años diez conectan tanto con las de ella como con las imaginaciones de Raymond Roussel. Como si la propia lógica de las formas que estudiaba Worringer la propiciaran los fantasmas.

Si levantamos la mirada del Libro, mareados, y paseamos por el museo, haciendo abstracción (sic) del cubo blanco por el que deambulamos, admiraremos la puntualidad histórica de Hilma, que según se nos informa dejó escrita su voluntad de dar a conocer su arriesgada obra (la más inspirada) no antes de que pasaran veinte años de su fallecimiento. Este ocurrió en 1944, año (nos apuntan) del deceso de Kandinski, Mondrian y Munch (pero también, un poner, del de José Garnelo). Serían pues mediados los años sesenta cuando se podrían abrir las cajas que guardaban su legado. En la decoración doméstica de entonces causaba furor el papel pintado con motivos geométricos y orgánicos que armonizaban con los de la mística. La época estaba madura para percibir masivamente las vibraciones anímicas de su plástica, su poder psíquico. Por entonces nació el movimiento hippy. Aunque ha sido ahora, medio siglo después, cuando hemos conocido la obra secreta de af Klint.  

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