Anne Sinclair, la famosa periodista francesa, cuyos éxitos profesionales han quedado velados por las acusaciones y sospechas sobre el comportamiento de su segundo marido, Dominique Strauss-Khan, aborda en este libro una investigación personal sobre la figura de su abuelo materno, el marchante Paul Rosenberg, desde una perspectiva que incluye la historia general de su familia desde el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania hasta el fallecimiento de esa figura artística singular.
La causa que lo origina, y que explica buena parte de su contenido y argumentación, es un hecho que podría parecer baladí, pero que en ningún modo lo es. El cuestionamiento de la legitimidad de su nacionalidad francesa por parte de un funcionario gubernamental y la pregunta de si sus cuatro abuelos han nacido en territorio francés devuelve a Anne Sinclair –cuyo apellido paterno original era Schwart– a un tiempo en el que esa misma pregunta sirvió para iniciar el proceso que culminaría con la “solución final” que llevó a la muerte a seis millones de judíos en Europa y la empuja a reconstruir lo ocurrido con sus padres –emigrados a Nueva York, ciudad donde nació y en la que permaneció solo dos años– y, sobre todo, con sus abuelos, también exiliados.
El edificio y los locales de la que fue la galería parisina de su abuelo, en la célebre dirección que hoy conocen todos quiénes se interesan por la historia de las vanguardias y entonces por todos quiénes las impulsaban, Calle la Boétie 21, que da título al libro, adquiere un carácter simbólico aún más fuerte en su vinculación con la historia y con la modernidad, por el hecho de que, tras las expropiaciones y el expolio de las fuerzas alemanas ocupantes de la ciudad fuese convertida por éstos, y por el departamento de propaganda antisemita, en la sede del Instituto de Estudios de Asuntos Judíos, el IEQJ.
El texto se ramifica entonces en dos senderos confluyentes que por una parte siguen la vida del marchante Paul Rosenberg y, por otro, trazan un código moral de actuación tanto en defensa de sus artistas como primero en una resistencia cierta, inquebrantable y pragmática frente al rampante nazismo y después en una reclamación reconfortantemente “victoriosa” del derecho de recuperación de las obras de arte que le habían sido arrebatadas y fraudulentamente adquiridas por sus corruptos propietarios. También de la generosidad de su respuesta, en forma de donaciones, a las instituciones que le ayudaron en cualquiera de esos empeños.
De este modo resulta tan apasionante, aunque los datos no sean nuevos, la descripción del programa de saqueo planificado por Goebbels y compañía y la resistencia y actividades de Rose Valland y sus compañeros en los museos franceses, como el relato de las relaciones de Rosenberg con sus artistas, sobre las que se aportan noticias y comentarios de un epistolario inédito, sostenido fundamentalmente con Matisse, y otras sobre Braque, Picasso. Sinclair retrata tan vividamente a los personajes como dibuja los lugares de su peregrinación mientras reconstruye esa historia, que incluye una estancia en Nueva York en los días especialmente tensos y tristes de la detención de Strauss-Kahn acusado de violar a una camarera.
Habla ciertamente de un tiempo pasado, pero hay signos, indicios, argumentos que abren la sospecha de que alguna vez sucesos semejantes pudiesen repetirse entre nosotros. Se que extremo el argumento y que podría tachárse lo que sigue de demagógico, pero lo que está en juego importa demasiado a esta generación y a las venideras como para preocuparse por tamaña acusación. [El expolio de obras de arte] Fue uno de los elementos que se consideraron en el Juicio de Nuremberg. Es cierto que, comparado con las atrocidades cometidas, parece un délito insignificante, pero el tribunal lo consideró como crímen de guerra pues, al tratarse de la cultura, su fin era destruir a todo un pueblo. La cursiva es mía.
ANNE SINCLAIR
Calle La Boétie 21
Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores