Hay artistas que hasta para muchos cognoscenti se mantienen peculiarmente unidimensionales. Desde la radio menos informada hasta círculos respetables de la cultura contemporánea, se sigue emitiendo la señal de que Brian Eno estuvo en Roxy Music y, todo lo más, que ha producido a U2 y a Coldplay.
Así, que presente una instalación sonora en Madrid aún aparece en algún lugar teñido por la sospecha de diletantismo. ¡Estos músicos! Pero en fin, si él se entretiene…
Sin embargo, desde hace más de treinta años Brian Eno ha desarrollado una actividad bastante frenética como artista sonoro/ instalador/ creador de espacios acústicos. Y una parte nada desdeñable en España, desde Lanzarote hasta Barcelona.
El año 2006, Brian Eno publicó un doble DVD llamado 77 Million Paintings (Hannybal Records). Uno de ellos era una entrevista con el propio Eno, donde este explicaba cómo funciona ese trabajo. El segundo contenía un software mediante el cual se generaban esos 77 millones de pinturas en la pantalla de ordenador. La idea de Eno era que los monitores caseros seguirían creciendo (posteriormente han llegado las Smart TV’s) y que su software funcionaría como una suerte de “pintura (muy lentamente) dinámica”.
Porque de eso se trata. Partiendo de un número indeterminado de pinturas físicas y de fotografías procesadas, el programa genera 77 millones de combinaciones y permutaciones posibles que se van metamorfoseando de manera casi imperceptible. Es una extensión al entorno familiar de las ideas de Satie sobre el arte (la música) como mobiliario y las de Cage sobre aleatoriedad y desplazamiento del hecho musical (artístico) desde la composición a la escucha.
A partir de 2007, Eno comenzó a trasladar esta idea al ámbito de la instalación. Las ha habido espectaculares, como la proyectada sobre la techumbre de la ópera de Sidney, pero por lo general se han montado en espacios arquitectónicos ad hoc y con configuraciones que finalmente se han concretado en una cruz-cuadrado compuesta por una docena de monitores. Hay música, una instalación octofónica que suena muy bien. Pero no se ha recurrido a una tecnología relativamente reciente, el emplazamiento de sonido, que permite situar sonidos en cualquier lugar del espacio, cómo si flotaran allí. Podía haber sido adecuado para 77 Million Paintings como instalación.
Los otros elementos de dicha instalación son un hall de entrada que comunica con una amplia sala oscura. En ella se distinguen columnas estrechas, posiblemente con función estructural, que reciben distintos recubrimientos según el lugar. Aquí es corteza de árbol, nos encontramos en un bosquecillo rectangular. También hay un montón cónico de arena blanca (puede ser de otros colores) que debe tener que ver con la lentitud con que se vacía un reloj de arena, esa fascinación eterna. Pero no es nada del otro mundo.
Lo importante es la experiencia. Para vivirla hay asientos cómodos, la cosa requiere un mínimo tiempo y es de orden contemplativo. En principio es el espectador quien decide: si quedarse o irse. What you see is what you will get, de modo que si se hace lo segundo es teniendo claro que aquello funciona como un caleidoscopio complejo en un tempo muy lento acentuado por una música igual de tranquila. No se trata de emplear horas, en quince minutos es posible apreciar perfectamente cuales son los mecanismos generativos y utilizar esas imágenes mutantes para los propios fines. Hay quien lo encuentra espiritual, quien simplemente relajante, quien psicodélico… En esa medida 77 Million Paintings resulta un ejemplo muy acabado de lo que hoy entendemos por fenomenológico en una versión del ambient paradójicamente focalizada. No hay contenido explícito alguno, la ralentización del tiempo parece cualquier cosa menos activa, no hay cuestionamiento de nada… Y, sin embargo, comparado con el tráfico de una gran ciudad que lame las puertas de Alcalá 31, 77 Million Paintings, en su quietud, supone una alternativa.
Sala de Exposiciones Alcalá 31. Hasta el 30 de marzo.